jueves, 29 de diciembre de 2022


 CUENTO TERRORÍFICO DOS: La Cita Tinder

Jerry Mancilla lo había conseguido. Una cita en Tinder. Desde luego no la primera que tenía, pero sí la mejor, tal vez la única que realmente valdría la pena. Y no es que las  que tuvo antes hubiesen sido tan malas. Conoció a buenas personas, muy buenas conversaciones en las que aprendió de los más diversos rubros: Dentistas, Pedagogas, Fotógrafas, Psicólogas, Sociólogas. Buenas mujeres, pero ninguna muy agraciada, a su parecer al menos. Su inseguridad y baja autoestima le hacían pensar que haber logrado hacer match, era condición suficiente para sentirse agradecido y acordar salir con ellas. Solamente cuando llegaba a las citas y podía observarlas sin filtros ni selfies tomadas desde favorables ángulos lumínicos, se daba cuenta de que no podía obviar que tenía un cuerpo masculino sexuado de treinta y un años, que necesitaba de más que simpatía y buena conversación, y en fin, que por más que detrás de esas mujeres se escondiera una maravillosa persona, esa cita no pasaría de ser eso.



Pero esta vez sería distinto. Había hecho bien las cosas. Invirtió en su imagen, averiguó, le sacó buen provecho a la web: Manual para seductores; cómo lograr que esa chica inalcanzable te tome en cuenta; los diez pasos para triunfar en las aplicaciones. Vio con atención los videos de grandes gurús como Martín Rieznik el argentino o la charla “Pavimentando tu ripiado camino con las mujeres” del brasileño Joao Correa.  Después, en base a esos consejos y técnicas, un buen fashion emergency, corte de pelo y barba bien calculada y hasta unas pastillas quemadoras de grasa a falta de tiempo para hacer ejercicios y voluntad para dejar la chatarra. Cuando estuvo en condiciones de ofrecer ropa y rostro digno de ser mostrados, reinventó su perfil de instagram configurando vínculo directo a Tinder. Tienen que haber sido por lo bajo unos trescientos mil pesos de inversión en su imagen, poco menos de la mitad de su sueldo como operador telefónico,  que le permitía el arriendo mensual de una pieza en San Miguel y algunos pocos gustos de vez en cuando. Claramente esta reingeniería en sí mismo fue más que un simple gustito, mucho más de lo que sus finanzas le permitían, a lo mejor una tremenda irresponsabilidad. Pero era una inversión en su felicidad, valdría la pena. Una buena mujer a tu lado es, aseguraban los mejores manuales y los gurús en seducción, la satisfacción de una de las necesidades más básicas de la pirámide de Maslow y por lo tanto, la manera de redireccionar esas energías por tanto tiempo estancadas en lo sexual para que fluyeran en los proyectos laborales, en el networking, en la creatividad de nuevos emprendimientos. No eran trescientos mil pesos derrochados, era lo necesario para transformarlos en un millón, en tres millones, en el primer millón de dólares quizás cuando las cosas empezaran a darse por efecto bola de nieve. 

Llegó el ansiado día.  La cita sería a las diez en un pub restaurante de comida tailandesa en Barrio Italia. Originalmente era a las nueve, pero la tercera regla del manual era clave después de haber acordado la cita. “Hola, me voy a retrasar un poco por temas de pega, ¿puede ser a las diez en vez de las nueve como habíamos quedado? Debía mostrarse como un hombre ocupado, apasionado por su trabajo y eso debía quedar claro. La ropa estaba lista. Pantalones burdeos, zapatillas blancas, boina verde que tuvo que aprender a ocupar para ganar estilo. Chaqueta verde y camisa roja.  La polera amarilla y la chaqueta blanca con la que salía en la foto de perfil también lo hacían ver atractivo. Pero no, ¡por ningún motivo! Regla número tres de la cita Tinder. Nunca ir vestido igual que en la foto de perfil. Cero originalidad y denotaba además mucha inseguridad, como si no se sintiera guapo sino con lo que mostraba en las fotos. En todo caso, esa foto de perfil  había salido bastante bien. La había sacado en un estudio. Esa era la regla número uno del seductor en relación al perfil Tinder: La primera foto hace la diferencia. Sacarla con buena cámara, ojalá invertir en una de estudio profesional. Nunca desde el celular y por nada del mundo que fuera selfie. 

Nueve y media. Llegó al lugar acordado media hora antes pues tenía el tiempo para hacerlo y todas las ganas de arrancar luego del trabajo. Se puso nuevamente colonia polo de frasquito de treinta ml que andaba trayendo, bastante buena porque se podía llevar en el bolsillo para ponerse después de fumar. Era la de imitación claro. En algo había que ahorrar después de tanta plata gastada. Se palpa el bolsillo interior de la chaqueta y con terror siente la ausencia de las mentitas, ¡se le habían olvidado! pero no, ¡uf! las tenía en el otro bolsillo, le vuelve el alma al cuerpo. Saca una y la empieza a chupar mientras pide un cenicero y la carta. 

Nueve cuarenta y dos. Aprovecha de sacar el celular en los minutos que quedan y repasar un poco el perfil de la joven. Carmen se llamaba. Y no era malo que lo hubiera recordado. Entre tanta técnica que había que tener en la cabeza para cada uno de los momentos que vendrían esa noche, el nombre desde luego se le había borrado. Carmen, Carmela,  Carmencha, ¿como te dicen? ¿Cómo te gusta que te digan? ¿Cómo quieres que te diga yo?. ¡No no no!, ¡corte!, ¡corte!, decía Joao Correa que ya podía hablar desde su cabeza de tanto que lo había estudiado. ¡Cuanta pregunta Jerry! ¡¡Qué estás comunicando con eso!! Soy un pobre tipo que te está haciendo perder una noche de Viernes y quisiera compensarlo, compensar la vergüenza que vas a pasar de que te vean conmigo, llamándote como más te acomode. Mal pues Jerry, o te tiras de frentón a llamarle Carmela o Carmencha o como carajo te nazca para que te vea decidido y con personalidad, o la llamas Carmen y listo. Las medias tintas solamente denotan inseguridad.



Diez con diez. Parece que estaba entrando. En realidad creía haberla visto entrar unas ocho veces en los últimos quince minutos. Vuelve a revisar el celular para corroborar el perfil. Pelo negro, ojos azules que llegaban a penetrar, finas facciones, nariz un poco aguileña pero que le daba un aire medio turco muy estiloso y sexy, un lunar pequeño en la parte izquierda del mentón. Si era ella, ¡estaba entrando! el lunar y la particular nariz no podían por probabilidad repetirse juntos en otra chica que ingresara. Era ella, no cabía duda. Además le estaba mandando un mensaje al WhatsApp avisando que había llegado. El último mensaje que Jerry le había mandado a ella había sido hacía cuatro horas con motivo de mover la cita para las diez. Cuarto punto del manual el día de la cita. Un solo WhatsApp máximo cuatro horas antes. No enviar absolutamente nada más aunque se lo comieran los nervios. Si ella mandaba algo, esperar de cuarenta minutos a una hora, abrir el chat y dejar en visto entre veinte a cincuenta minutos, y responder desde los cincuenta minutos con sobrio emoción afirmativo. Su día, su semana, su vida, no podían jugarse en esa cita, eso era absolutamente fundamental de transmitir. 

Se saludan de beso tímido en la mejilla, ¡wow que olía rico! ¡Qué shampoo! ¡Qué perfume!¡Qué hermosa se veía!. Se había queratinado su largo cabello negro. Llevaba un chaleco rosado bien finito y una chaqueta verde agua. Era una noche primaveral y en realidad no era necesario abrigarse más que eso. Jeans blancos y tacones rosados. Una polera blanca con tiritas florales de encaje y algo escotada por delante que dejaba asomar generosamente sus senos no demasiado prominentes pero nada despreciables. Sostén negro que se dejaba también asomar a la vista y un collar lapislázuli con un diminuto corazón esmeralda descansando en medio del busto. Carmen deja su chaqueta sobre el respaldo de la silla y  ambos toman asiento, uno enfrente del otro.

-¿Te costó llegar?- Preguntó Jerry para iniciar la conversación. 

-No, no tanto, he venido seguido a los pubs de por aquí. 

Jerry asiente y se pone a mirar a un punto fijo. De repente de forma inexplicable se queda absolutamente en blanco, el pánico se apodera de él, empieza a transpirar sin poder atinar a nada ¡Black out completo!. Se produce un silencio nervioso. Sigue sudando y sudando  cada vez más. Comienza a sudar como si estuviera adentro de un sauna, pero se encuentra absolutamente pasmado sin poder reaccionar, ni siquiera para secarse la frente. 

Diez minutos de silencio nervioso y tenso. Llega la garzona colombiana a consultar lo que pedirían. Usualmente los garzones echan un poco a perder las conversaciones cuando van a tomar los pedidos. En este caso en cambio,  parecía oportuna la irrupción para salvar el tenso momento. 

-A mi un mojito por favor.- Le dijo Carmen. 

-Ok ¿y el señor?... -¿Señor? 

-Jerry rodeado en transpiración seguía mirando al punto fijo sin poder incorporarse. 

-No sé-. Atinó apenas a decir, sin dejar su mirada ni posición. 

- No se preocupe, vuelvo en un rato a ver si se ha decidido-. La joven garzona se fue a atender las otras mesas. 



Treinta minutos de tenso silencio. Carmen miraba su celular y de vez en cuando acercaba sus carnosos labios pintados a la bombilla para sorber un trago de su mojito. Jerry seguía mirando al mismo punto, transpiraba como si literalmente estuviera debajo del regador de una ducha, estaba totalmente empapado y el suelo absolutamente mojado de transpiración a su alrededor. 

-¿Ya se decidió que va a tomar señor? Volvió a preguntarle la garzona. 

-No sé. Dijo sin moverse un ápice y mirando al mismo punto. Carmen aprovechó de pedir otro mojito. 

Una hora y quince minutos de tenso silencio. Jerry seguía en la misma posición y aún chorreando transpiración. Carmen terminaba su segundo cigarro, seguía viendo su celular y comenzaba a probar el segundo mojito que ya le había llegado. Entre medio había saludado a unas compañeras de trabajo con las que se encontró.

-Voy al baño y vuelvo. Le dijo ella. ¿Me cuidas la chaqueta porfa?

-No sé.- Mirando al punto fijo.


Dos horas de silencio. Carmen volvía por segunda vez del baño y llamaba a la garzona para pedir un Aperol. El sistema excretor de Jerry ya había botado todo el líquido no servible que podía haber dentro de su organismo. Comenzó entonces a transpirar el quemador de grasa que había estado consumiendo las últimas semanas. Los lantánidos enzimáticos del quemador se mezclaron con la gran cantidad de cloruro sódico debido a la colonia de imitación impregnada en sus poros. En cualquier caso normal esta mezcla en el sector cutáneo resultaba inofensiva. Pero su anormal transpiración a graneles generó la solución acuosa necesaria para la fatídica fórmula que metabolizaba los componentes del quemador con la colonia sintetizándolos en letal ácido de principios químicos similares a la soda cáustica que se utiliza para destapar retretes y cañerías, pero en un estado líquido y muchísimo más potente. El ácido bajaba chorreando del cabello de Jerry. Le empezó a quemar los pómulos deshaciéndolos como mantequilla. Se generó una espuma en sus sienes que se diluían al contacto con la solución acuosa y súbitamente se dejaron ver profundos orificios que daban  una perspectiva lateral de su masa encefálica. Las mejillas se quemaron en cuestión de segundos. Se le podía ver toda la dentadura apretada por los nervios y bajo ella, el mentón también comenzaba a quemarse deshaciéndose. Carmen lo miró de reojo con un gesto de repugnancia en su rostro y volvió a su teléfono. 

Tres horas de silencio nervioso. El rostro de Jerry era una calavera sin la parte superior del cráneo ya deshecha por el ácido con helechos de piel que paulatinamente iban cayendo al suelo. El líquido había penetrado también en su chaqueta y se dejaba ver su clavícula con ligamentos que apenas lograban sostener unido al cuerpo su brazo derecho. Solo la parte superior izquierda de su cara conservaba algo de frente y el ojo derecho como una pelota de ping pong dentro del orificio calavérico mirando al mismo punto fijo. Carmen sacó su set portátil de maquillaje y se dio un pequeño retoque. Pidió otro mojito y prendió su séptimo cigarro. 

Cuatro horas y veinte minutos de tenso silencio. El pub iba a cerrar y la garzona colombiana les llevó la cuenta. Carmen pagó su consumo con tarjeta de débito dejando el diez por ciento de propina, era una mujer moderna y no dejaría que el hombre pagase la cuenta en la primera cita, menos si se trataba de una cita Tinder. Jerry era un tronco humano sin brazos sobre la silla apoyado en la mesa que lo sostenía. Al lado del cenicero, yacía su cráneo calavérico que había cedido cuando el ácido llegó a los huesos del cuello. Los brazos desparramados en el suelo y una posa de transpiración y ácido alrededor. 

-¿Quieres que vayamos a otro lado? Preguntó Carmen de repente al pararse de la silla mientras se ponía su chaqueta verde agua. Desde algún misterioso lugar de ultratumba salió una voz de lo que hasta hace unas horas era un ser humano y ahora solo un montículo desecho de carne y huesos. 

-No sé. 

-Puta el weón raro- La joven tomó su cartera y salió indignada del lugar. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario