jueves, 29 de diciembre de 2022


 CUENTO TERRORÌFICO TRES: El invitado a la clase de derecho.

Llegué a las oficinas de la escuela de derecho a eso de la una y media de la tarde, informado vía WhatssApp por la jefa de carrera y por mis ayudantes de lo que había ocurrido esa mañana. Cuando ingresé, ví enseguida a las y los estudiantes que quedaban-tres según recuerdo, dos mujeres y un estudiante varón- acurrucadas ellas dos sobre el futón de espera de la recepción de las oficinas, cada una cubierta con una mantita y tiritando como si de niñas de párvulos se tratara.  El resto había sido derivado a distintas unidades de salud mental de Santiago. Mariano Ruperthuz, psicólogo que hacía clases en el establecimiento, le hacía intervención en crisis al joven que tomaba un té de hierbas y Antonio Razeto, abogado y profesor de derecho penal de la escuela, conversaba las alternativas legales con Bernardita Labarca, la decana de la facultad.


A los dos estudiantes autores la policía de investigaciones se los había llevado detenidos hacía una media hora. 

A continuación, me he dado el trabajo de escribir la historia de lo sucedido, la que pude armar de los distintos testimonios que ese Viernes y la semana siguiente fui rescatando. No aseguro que sean fieles a la realidad, pero procuré ir a fuentes diversas así que creo que se acercan bastante a los acontecimientos. Hay desde luego de mi propia cosecha en las interpretaciones de los sucesos, pero no crean ustedes que esas impresiones personales se alejan demasiado del sentir de varios de los estudiantes presentes que me dieron su versión lo ocurrido.

Puede parecer raro y espero que no me juzguen, pero me atrevo a decir que siento un poco de lástima y empatía por esos dos estudiantes. Hasta cierto punto fueron víctimas de un clima surrealista para el cual no estaban emocionalmente preparados. Ha pasado antes en la historia, no lo podemos negar: los experimentos de Miligram, el de Stanford, y, quien sabe, hasta los mismos SS en los campos de concentración a lo mejor hubieran sido muy diferentes en otras circunstancias contextuales.  En fin, aquí va la historia, o al menos mi mejor versión de ella.  



Eulogio Esquenazi era su nombre y era profesor bien conocido por los estudiantes de primer año de derecho de la Universidad Diego Peña. Conocido y respetado. Admirado y no solamente temido, aunque también esto último por algunos. Faltaban pocas semanas para que finalizara el año académico que daba la culminación de la versión número veinticinco en la que llevaba a cabo el curso anual de fundamentos filosóficos del derecho. No se llamaba exactamente así al principio, pero siempre había sido prácticamente la misma asignatura. Asistir a sus clases era siempre un verdadero privilegio. No solamente por lo mucho que se notaba que sabía y todo lo había leído, escrito y conocido, sino sobre todo por el modo en el que dominaba el resto de las áreas del derecho y era capaz de articularlas agudamente con los contenidos del curso. Sus exposiciones en el aula eran como estar escuchando y aprendiendo de filosofía, al mismo tiempo que de historia del derecho, de civil, de procesal, de penal, de ciencias políticas y sociología, y no en una incomprensible bolsa de gatos sino en una brillante integración de todo el espectro jurídico.

Algo similar podía decirse de sus varios artículos indexados en las revistas Scopus y Wos y desde luego, de sus más de veinte libros publicados. Eran bibliografía obligada no solamente en su curso sino en cursos de otros ramos y de la carrera de derecho en varias universidades chilenas y latinoamericanas, por no decir que también en algunas de las top cien del mundo así como en programas de magíster y doctorado. Pasaba no poco tiempo del año fuera de Chile en un sinnúmero de coloquios, seminarios y ponencias en las que era requerido alrededor del mundo. Procuraba siempre en todo caso, perder la menor continuidad posible en la asignatura de fundamentos filosóficos de primer año, que con mucho orgullo para sus jóvenes estudiantes era-y siempre lo decía - de todo lo que él hacía, lo que por lejos más lo realizaba y le llenaba el espíritu. Nada había más valioso e importante que marcar de la mejor manera que se pudiera, el primer encuentro de las lozanas mentes con el mundo académico. 




Ese Viernes en la mañana tendrían durante el primer módulo a un importante invitado a sus clases. Ya lo había anunciado el profesor Eulogio por correo durante la semana pidiéndoles puntualidad y la mayor disposición de atención a esta persona.  Para mantener la intriga, no quiso revelar al curso de quién se trataba y solamente les recordó para provecho de la ponencia, repasar muy bien los contenidos y textos vistos durante la tercera unidad. Aunque hasta ese mismo día no fueran a saber quién era la persona invitada, el esfuerzo de llegar preparados bien valía la pena, todos los invitados que el profesor Eulogio había tenido previamente en clases eran tan brillantes y resultaba tan placentero escucharles como lo era escucharle a él. 

-Ahora lo voy a ir a buscar abajo porque me acaba de avisar que ha llegado a la Universidad. Quiero pedirles entonces jóvenes que me esperen aquí mientras llego con nuestro invitado a la clase de hoy. Aprovecho de reiterarles además, como se los dije por mail, la importancia de que podamos estar sumamente atentos a su ponencia, viene de bastante lejos y sería muy incómodo verles, aunque sea a algunas o algunos pocos de ustedes, conversando, somnolientos o metidos en sus celulares mientras se lleva a cabo la clase. En fin, creo que ha quedado bien claro. Voy a buscarlo y vuelvo entonces en cinco o diez minutos.- Dijo saliendo de la sala. 

Empezaron a emerger las conversaciones entre ellos preguntándose y apostando de quién podía tratarse. A lo mejor era el autor del texto de la primera clase de la unidad de derecho y violencia, por ahí se sabía que el profe Eulogio conocía a ese autor. También podía tratarse de algún alemán de esos que tuvieron que leer en inglés para la segunda prueba. O quien sabe, a lo mejor algún ex presidente y por temas de seguridad el profesor, que poseía ese tipo de contactos, no tenía permitido difundir la presencia de ese ex mandatario en el recinto ese Viernes, motivo por el que no pudo revelarles su nombre antes. Estaban en la intriga de tratar de adivinar la identidad de la persona cuando en eso el profesor vuelve a la sala. 

Volvió sin nadie que lo acompañara, y llevaba puesto uno de esos antifaces plásticos de cotillón, compuesto por nariz, anteojos y bigotes.

-Hola jóvenes ¿cómo están ustedes?, soy el invitado del profesor Eulogio, ñaz ñaz ñaz, estoy muy contento de estar aquí ñaz, ñaz, ñaz. – Dijo el profesor poniendo una voz aguda y agangosada de caricaturas como esas usadas para doblaje de dibujos animados. 

Los estudiantes se miraron desconcertados. No sabían cómo reaccionar. No entendían bien de qué se trataba todo esto. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué el profesor, el profesor Eulogio, el respetado y admirado profesor Eulogio, acababa de hacer eso? 

-Ño ño ño. Ño hablen entre ustedes, ño ño ño. Ño se habla en clases. Hay que poner atención al invitado del profesor Eulogio. Vamos a hablar de filosofía del derecho, ñaz ñaz ñaz, que tema mas interesante, ñaz ñaz ñaz. 

Las caras de angustia desconcertante no se borraban del rostro de los y las jóvenes y más bien se agudizaban a medida que el docente prolongaba la grotesca charada. Tenía que tratarse de una broma sin duda. De una muy mala broma de un hombre brillante pero que nunca tuvo entre sus muchas habilidades la de hacer reír a los estudiantes. ¿Cuál era la idea entonces? El respeto de todos y la admiración de la mayoría se las había ganado sin necesidad de un solo chiste en clases durante veinticinco años. ¿Por qué intentar eso? Tal vez una crisis existencial propia de quien intelectualmente lo había logrado todo y quiso darse el lujo de probar algo estúpido. Pero, ¿Para qué?. No, ¡tenía que ser un agudo ejercicio intelectual! La unidad que estaban pasando trataba de la violencia y el derecho. ¡Claro! Destruir el encuadre de la clase como una manera de violencia o algo así. ¡Eso era! ¡¡Eso tenía que ser!! En unos minutos más todo volvería a la normalidad y comentarían el osado ejercicio relacionándolo con lo visto el Viernes anterior. El profesor le daría una magistral vuelta intelectual al asunto y sería capaz de llegar a explicar hasta el capítulo más complejo de la fenomenología del espíritu de Hegel a partir de esa absoluta estupidez. No podía ser de otra forma, sería una clase brillante e inolvidable, muy particular al comienzo pero maravillosa como lo son,  han sido y serán todas las clases del profesor Eulogio. 



-Al profesor Eulogio le gusta mucho mucho mucho la filosofía. Y a mi, que soy su invitado también, ñaz, ñaz, ñaz. No, ño, ño, ya le dije que ño hablara. Ño, ño, ño. 

Llevaban poco más de quince minutos de la surrealista situación. No, realmente ya no parecía dirigirse en la dirección de detenerse en algún momento y volver a la normalidad. No parecía dirigirse en ninguna jodida dirección, era sencillamente la experiencia del sin sentido que envolvía en una temporalidad espeluznante el paso de aquella mañana en esa funesta aula. Algunos pocos estudiantes con la suficiente entereza lograron incorporarse del alelamiento y se comenzaron a retirar de la sala. Otros reían de lo lindo. Varias alumnas de las que se sentaban siempre en los primeros puestos y que vieron durante todo su primer año al profesor Eulogio como a un verdadero padre académico e intelectual, empezaban a arrojar las primeras lágrimas de desazón que rodaban por sus mejillas hasta mojar sus cuadernos. La motivación a sacar los celulares para comenzar sin disimulo a filmarlo aumentaba en la misma proporción en la que disminuía a cada segundo que pasaba el respeto que se tenía por el docente. Tal Vez estaba enfermo, a lo mejor le había venido un brote psicótico. ¡Pero enfermo de qué!, ¡Cómo!, ¡Cuándo! ¡Por qué!. Había estado apenas en la mañana en la cafetería de la escuela tomando su habitual capuchino vainilla mientras charlaba animosamente, siempre rodeado del grupo numeroso de estudiantes que les encantaba compartir esa previa matutina con él antes de ingresar a clases. Había mencionado de hecho varias veces el tema del invitado esa mañana. Entonces ¡Por qué! No, definitivamente no estaba loco. ¡Qué estaba pasando! ¡Qué carajo estaba pasando!. No, no tenía derecho de hacer algo así. Eran estudiantes mayores de edad, es cierto, pero que apenas estaban saliendo al mundo. Muchos venidos de pésimas experiencias escolares con profesores mediocres que poco y nada incentivaban el deseo de convertirse en adultos algún día. Y cuando habían creído encontrar una luz en ese maestro que venía a redimir las malas experiencias de la educación media, incluso las malas experiencias con sus propios padres, cuando habían logrado reconciliarse gracias a Eulogio con esa generación que poco los entendía y nada querían ellos entenderla, les ocurre esto. ¡No tenía ningún derecho!, no se merecía más ni una migaja de respeto o consideración. ¡Viejo de mierda! ¡¡Viejo de mierda!!. No se merecía nada. ¡Nada!.  

 Súbitamente, un yogurt de frutilla que pareció ser arrojado desde algún puesto de la medianía de la sala, reventó justo a la altura del bolsillo derecho de la chaqueta café oscuro del docente. 

-Ño ño ño. No se le lanzan yogures al invitado del profesor Eulogio, ño, ño, ño. Los yogures se tienen que comer a la hora de almuerzo. Ñaz, ñaz, ñaz-. 

-Una mezcla de rabia y risa empezó a apoderarse de varios. De repente, como habiéndose terminado de rasgar por completo y de forma irreversible el tejido de la normalidad y el sentido común,  el docente comenzó a ser impactado con todo tipo de alimentos que los jóvenes traían en sus mochilas para la hora de almuerzo. Un plátano semi negro le reventó certeramente en la cabeza embarrándose en su canosa cabellera. Una ensalada césar le empapó la cara de pollo, lechuga y salsa tártara, dejándole a medio caer el antifaz de nariz, anteojos y bigote . Fue rociado  por zendo chorro de Coca Cola Zero de una botella de medio litro que un estudiante batió y abrió a pocos metros de él apuntándole en el torso.  Volaron hacia adelante tallarines, ensaladas, brownies, botellas de agua, vasos plásticos de café de máquina, que cuando no impactaron al malogrado docente llegaban al pendón sobre la pizarra, rodeando la parte delantera de la sala de un lamentable espectáculo. 

-Ño, ño ño, ño tire comida al invitado del profesor Eulogio, malo, malo, malo, ñaz, ñaz, ñaz,- Decía con patética voz caricaturesca y gangoza el esperpento humano manchado de pies a cabeza de lácteos, verduras, frutas, fiambres, legumbres, gaseosas, pescado, arroz, una persona de la calle se podía ver más digna en ese momento. 

- Rica comida, rica, rica, pero hay que comerla, ño lanzarla al invitado del profesor Eulogio, ño, ño, ño. 

En un momento voló un notebook que le impactó justo arriba del ojo cortándole la ceja en el acto. Un chorro de sangre empezó a bajarle desde la frente, algunas estudiantes gritaron de espanto, otros de excitación y en seguida un i phone 7 le golpea seco en la cabeza, una tablet le deja el otro ojo en tinta, y una mochila que le llega en la oreja lo desestabiliza. Se tambaleaba como mejor podía para mantenerse en pie. 

-Ño, ño, ño, no tire cosas, duele, duele, joven malo, malo, malo. Ño se hace eso al invitado del profesor Eulogio, ñaz, ñaz, ñaz. 

La mayoría ya no podían más de una cruel e incontrolable risa. Algunas estudiantes no podían parar de llorar a mares. Otros seguían filmando atentamente con sus móviles. Dos jóvenes sentados al fondo se miraron durante un momento con siniestra complicidad, mostrándose entre ambos cosas que andaban trayendo en sus mochilas y bolsillos, las que no se alcanzaban a ver desde adelante, mientras se leían con la mirada sus oscuras intenciones. Uno de ellos se acerca adelante de la sala con un desodorante Axe en spray y comienza a rociar copiosamente los pantalones del pobre hombre por la parte de los tobillos. 

-Ño, ño, ño. Ño le ponga desodorante al invitado del profesor Eulogio, el invitado del profesor Eulogio ya se baño en la mañana, ñaz, ñaz, ñaz. 

En seguida dio una mirada hacia el fondo de la sala a su compañero asintiendo. Este caminó hacía adelante con los ojos inyectados de perversidad y con una sonrisa de incontenible excitación que aumentaba a medida que estaba más cerca del penoso anciano. Al llegar justo en frente de él, se agachó, sacó un encendedor Zippo y lo encendió a la altura de los tobillos rociados de desodorante. El contacto del fuego con el alcohol hizo que el hombre prendiera enseguida. Lo que hacía menos de media hora era el docente más respetado de la escuela y de la universidad, ahora era carne que se carbonizaba consumiéndose irremediablemente. Varias estudiantes comenzaron a llorar y a gritar horrorizadas. 

-Ño, ño, ño, que calorcito, que calorcito siente el invitado del profesor Eulogio, hace mucho mucho calorcito. Ñaz, ñaz, ñaz. 

La absurda e hilarante manera de expresarse acerca de su terrorífica inmolación, generó en las estudiantes que lloraban un súbito estallido de risa. Pasaron de las lágrimas a unas  carcajadas cada vez más fuertes, incontenibles, caían al suelo de la risa, empezaban a toser del espasmo de risas, tosían y seguían riendo, contagiaron a todos de su risa, era todo el curso una sola estridente carcajada que no podía parar, mientras el profesor Eulogio iba desapareciendo de a poco entre su dermis que se encogía y se asaba en la parte delantera del aula. 



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