jueves, 29 de diciembre de 2022

ESPECIAL TERRORÍFICO DE NAVIDAD

El pesebre familiar.

Volvían caminando a la casa como la bella familia que eran terminada la misa de  nochebuena, tras una media hora de vida social de rigor a las afueras después de la ceremonia,  en la iglesia de las Pataguas ubicada en La Dehesa. Era como casi todos los veinticuatro de Diciembre, una noche cálida de verano con las luces bellas de Santiago distinguiéndose en el horizonte. De regalo estival nocturno, una brisa suave dispersando generosamente los aromas refrescantes de los perfumes, colonias, jabones y shampoos.  Con la apertura de las puertas del templo al terminar la misa, se habían liberado hacia la entrada un mar de colores veraniegos, gente bonita y pieles bien bronceadas, todo con el “Gloria a Dios en el cielo” de fondo musical como si las que se hubieran abierto fuesen en realidad las puertas del mismo cielo liberando a sus ángeles.  Jóvenes guapas y señoras maduras físicamente bien mantenidas, algunas de ellas que a riesgo del chisme por la falta de recato, no pudieron evitar llevar puestos a la ceremonia religiosa, vestidos con tajo de atrevida altura para ser y  sentirse miradas en el cruce de piernas por quién quisiera cuartearse a hurtadillas. El que más sufrió, desde luego, fue el pobre acólito púber que de tener la vista tan pegada en uno de esos sublimes muslos tostados que se encontraba en primera fila, tropezó y casi se cae de bruces en pleno altar delante de toda la

asamblea navideña.


Volvían caminando al hogar como estaba diciendo. Vicente Astaburuaga, Camila Izquierdo y sus tres hijos: Vicente de veintidós, estudiante de ingeniería, Camilita de veinte, estudiante de diseño y Gregorio de siete, que a punta de pastillas para el déficit atencional, psicopedagoga y la ayuda de al menos tres santos a los que fue encomendado (que estaban entre los cinco con mayor porcentaje de cumplimiento en milagros solicitados en 2022) , había logrado pasar a segundo básico. Camila madre había dejado en casa todo dispuesto; los regalos junto al pesebre, un iPhone 8 para Camilita,  el Play Station 8 para Gregorio, el libro “Creciendo como pareja en un matrimonio para Dios” para su marido y el rifle paintball para Vicente hijo. Su marido le había comprado a ella un collar de perlas con diamantes incrustados pero no lo había puesto junto a los demás sino que lo guardó en la caja fuerte considerando que frente a un robo,  valía unas cinco veces todos los otros regalos juntos.


 Por supuesto, siempre los regalos junto al pesebre, nunca junto al árbol, el cual debía cumplir  una función secundaria que evitara perder el sentido de la navidad. También para hacer la diferencia con los nuevos ricos que abundaban en Lo Barnechea y la contaminaban con sus vidas superficiales llenas de liberalismo secular y colegios británicos. Esos sí que compraban el pino más grande y ostentoso, para que su casa fuera lo más parecida posible al mall donde se la pasaban. Seguramente ni pesebre ponían esos testaferros globalistas de la ONU que le daban más importancia al año nuevo que a la navidad. Para lo único que servían era para votar por la derecha, y algunos ni eso siquiera.


Para la cena (palabra que si la señora Izquierdo leyera esto me haría cambiar inmediatamente por “comida”) estaba todo dispuesto. La mesa con la vajilla especial y el mantel azul turquesa. El Pavo en el horno, justo abajo las papas duquesas, el postre de leche en el refrigerador junto al champagne y el helado de Piña, y los condimentos sobre la cómoda de la cocina. Arriba del mueble al lado del lavaplatos, la bandeja lista para poner las cosas que le irían a dejar  Don Osvaldo, el conserje del condominio. Un Pan de Pascua, un vaso de leche, galletas, y una cajita de jugo de naranja. Tenían con el conserje ese detalle desde hacía tres años, por insistencia de Camilita que lo exigió una vez que volvió de unas misiones de verano en cuarto medio. La cocina y los baños  bien limpios,  el jardín ultra regado para que aguantase dos días, el filtro de la piscina andando, Canito el perro Chow Chow, mascota de la familia,  paseado en la mañana durante dos horas, el lavavajillas operativo, y en fin,  todo para poder prescindir el veinticinco de las labores domésticas de la señora Olga porque además iban a estar la mayor parte de ese día afuera en la navidad de los Izquierdo en Pirque en el campo de Verónica, hermana de Camila. La señora Olga había dejado todo listo antes de retirarse a las ocho de la noche para pasar la navidad con los suyos al otro lado de Santiago.


Y bueno, si acaso hasta aquí es evidente que estamos describiendo a una familia de una realidad acomodada, representativa del uno o quizás del cero uno por ciento del país, también hemos de asegurar que lo que los Astaburuaga Izquierdo encontraron al volver de misa, a los segundos de atravesar el umbral de entrada e ingresar al living de la casa, no lo merecía ni la familia más rica de Chile e incluso del mundo. Eran una mezcla de sentimientos los que al mirar ese dantesco panorama les revolvían el estómago y el alma. El shock, la sensación de vulneración que ni siquiera el peor robo podía lograr, y sobre todo, el cuidado que tuvo el malnacido que lo hizo para impregnar ese nido familiar de una perversa y bien planificada estética de la maldad. Todos esos sentimientos y muchos más se entrecruzaban en las mentes y corazones de los cinco miembros del clan que miraban atónitos, helados y pálidos, como si de un según o a otro los hubiesen trasladado de hemisferio ese veinticuatro de Diciembre transformándolos  en muñecos de nieve. No, definitivamente no. Nadie podía hacer algo así. Haber robado toda la casa hubiera sido por lejos “lo correcto” en comparación a lo que les hicieron. Haberles incluso amordazado mientras les robaban, pero esto superaba todo límite.


Tal vez sea obvio decir que apenas se incorporaron después de los segundos de alelamiento, Camila madre pegó un grito de esos cuya agudeza llegan a semitonos de precisión solamente logrados por el horror y sus escabrosas escalas musicales de espanto. Camilita lloraba desconsolada, los Vicentes padre e hijo se tomaban la cabeza caminando como leones enjaulados por el living y el pequeño Gregorio como buscando una burbuja emocional protectora infantil, se fue al jardín a jugar con Canito el perro Chaw Chaw.


Sobre el santo pesebre, la figura de  José había sido reemplazada por un indio pícaro, la de uno de los pastorcitos por un muñeco a escala del Doctor Simi. También hicieron estragos con los Reyes Magos. Melchor fue permutado por una figurita articulada de Ñoño, el personaje de la serie El Chavo del Ocho, tan parecida al Ñoño real que era como si lo hubiesen sacado directamente de una pantalla de televisión, lo que en realidad hacía que llegara a dar susto de sólo mirarlo. La de Baltazar fue cambiada por una figurita del Principito versión no binaria, que era igual que la normal pero con una bufanda con los colores del arcoíris LGTBIQ y la de Gaspar por una del Messi negro ganador del mundial de Qatar. La de la Virgen María por su parte, también la quitaron y en su lugar pusieron una botella de Clorinda de 300cc. El niño Jesús se mantenía en su posición, pero habían quitado su humilde cunita y a decir verdad, para lo que le pusieron en su reemplazo,  hubiese sido más digno que lo hurtasen junto al resto de las figuras extraídas. El pequeño redentor reposaba sobre un contundente brownie  de marihuana al parecer horneado hacía no mucho. El peculiar carácter del biscocho se evidenciaba en la hoja de cannabis dibujada con un glaseado verde sobre su superficie chocolatosa.  


-Obviamente fueron los  amigos maracos del curso de la U de la Cami que vinieron ayer a la piscinada que hizo en la tarde- le encaraba su hermano con enfado mientras se sentaba en el sofá 

-Fluidos Vicho, no eran gays sino que no binarios tontito…además se visten la raja, no como tus compañeros de ingeniería que juran que se visten bien.

-No binarios jaja...Indecisos, típico de maracos, ..y amarillos hasta pal sexo los gueones maracos jaja-  replicaba su hermano con ironía.

-¡Vicho qué onda weón! ¡Y cómo van a haber sido ellos idiota si ésto paso ahora mientras estábamos en misa!  ¡Mama dile algo porfa!-. Camila madre respondió como ida,  sin despegar la mirada aún atónita clavada en su malogrado pesebre

-Vicho no insultes a los amigos de la Cami con capacidades diferentes…osea con fluidez…osea…..hay nosé, ¡por la cresta, dejen de pelear!- Les dijo la mujer agitando las manos cubriéndose el rostro rompiendo a llorar. Su marido que había ido a hacer una rápida inspección del segundo piso volvía bajando las escaleras con rostro de alivio. 

-No robaron nada. La caja fuerte intacta y las piezas arriba tal cual las dejamos. Oye Gordita ¿y si la Olga tuvo algo que ver?-

-Hay Gordo es la Olga, ubícate, ¡Años con nosotros!- Dijo la matriarca mientras sacaba un

pañuelo desechable para secarse las lágrimas.

-Bueno no sé, a lo mejor nos quiso hacer una broma, o dejó entrar a alguien, al del Rappi

que vino a dejar la comida de hoy que encargaste al Jumbo por ejemplo.

-No imposible, yo estuve aquí cuando vino el del Rappi-

-Pfff….quien cresta fue entonces- El hombre se dirigió con semblante frustrado a

sentarse al sofá al lado de su hijo.


 Eran ya las diez y veinte de la noche. Vicho se paró del sofá para ir a fumar un cigarro al jardín. Camila tomó su celular y se puso a desahogar la experiencia en unos cuatro o cinco grupos de WhatsApp simultáneamente. Su madre adivinando lo que estaba haciendo, le pidió discreción, que omitiera los detalles escabrosos, sobre todo lo del brownie que los podría poner en el centro del pelambre durante todo el verano. -Santiago es un pañuelo Camilita, please be careful- le rogó. El brownie,  pellizcado en uno de sus vértices seguía ahí incólume acolchado al salvador. Gregorio había subido hacía un rato a jugar play a su pieza junto con Canito. 

-Gollo baje a Canito oiga lindo, usted sabe que no puede subir con el perro a su pieza que me deja la casa llena de pelos.

-¡Hay mamá pero si es la Pascua po!-  Reclamó el niño asomándose por arriba de la escalera 

-¡Gregorio Astaburuaga Izquierdo baja a ese perro inmediatamente y no me discutas que estoy muy nerviosa con todo esto que pasó!...¡¡Y ponte altiro un short o pantalones, que así no te sientas en la mesa a comer!! ¡Por la cresta que le gusta a este niñito andar en calzoncillos!- Le gritó su madre.

-Blablabla…no puedo hacer ninguna cosa- Se volvió a su pieza el niño murmurando malhumorado.

-No si nada de blabla mijito, te vistes y bajas además a tomarte el ritalin que sigue ahí en la cocina tal cual te lo dejó la Olga, no te lo tomaste antes de ir a misa-.


Once de la noche con nueve minutos. Camilita se encontraba en la cocina hablando con su amiga Sofía por celular acerca de lo ocurrido y retomando también el pelambre semanal a las compañeras flaites de diseño vestidas como chulas en la fiesta de fin de año de facultad el fin de semana anterior. Camila madre se puso a whatsappear a la señora Olga para corroborar si tenía algún indicio de quién pudo perpetrar el siniestro. Al quinto mensaje de su patrona, siempre con la introducción “Que atroz Olguita volverla a molestar en nochebuena pero está segura de que…” la empleada apagó el móvil. No era que Camila sospechara de su asesora doméstica pero había que descartar todas las posibilidades. Por si acaso revisó también la habitación al lado de la cocina en la que Olga pernoctaba el resto de la semana pero no encontró ningún indicio que la conectara con lo ocurrido. El pesebre seguía ahí con el Indio Pícaro, La botella de Clorinda, Ñoño, el Messi negro, el Principito queer y el niño Jesús sobre el brownie pellizcado en sus cuatro vértices. Vicente hijo se escribía por WhatsApp con una amiga de colegio de su hermana a quien se estaba trabajando para la fiesta de año nuevo, contándole lo impotente que se sentía de no haber podido defender a su familia de lo que había pasado. Logró conseguir después de unos rápidos ensayos,  una voz de semi llanto entrecortada y le envió a la joven un audio: “Te lo juro Paty, yo me los encontraba de frente y por mi familia me tiraba arriba de esos conchadesumadre sin medir consecuencias”. Vicente Padre colgó la bandera chilena y buscó en su celular conectado por Bluetooth al equipo del living, su lista de cuecas mientras su mujer se dispuso a poner a calentar las papas duquesas en el horno. Vicente hijo tomó la figura del Principito del pesebre mientras pasaba por el living hablando con Paty desde el manos libres y empezó a jugar con el juguete mientras continuaba su charla telefónica camino a la terraza del jardín. El niño Jesús cayó de su cunita de medio brownie todo pellizcado que lo estaba sosteniendo. Gregorio entre tanto, había logrado ganarle con el Chelsea por primera vez a Raimundo su mejor amigo del colegio, un partido online de Winning Eleven de diez minutos por lado. Ambos infantes pudieron improvisar milagrosamente vía WhatsApp el periplo virtual  mientras Goyito esperaba que lo llamaran a la comida navideña y Raimundo por su parte, logró arrancar con éxito de la suya cuando su hermana mayor salió del clóset declarándose bisexual en plena discusión  familiar con su madre acerca el feminismo y quedó tal cagada que se olvidaron de su existencia.






Once de la noche con cuarenta y dos. Vicente Padre se dispuso a prender la parrilla Míster Beef de la terraza para empezar el asado dieciochero mientras cantaba la canción del costillar que sonaba en la radio. Llamó a un Rappi para que llevara las empanadas y longanizas que no logró encontrar por ningún lado en la cocina. Camilita subió a su pieza y se puso la ropa que se compró en Patronato dos semanas atrás una mañana en la que sintió el impulso y la curiosidad de ir sola a Recoleta, aburrida de sus visitas siempre a Casa Costanera con sus amigas. Sacó las prendas adquiridas aquél día de su armario. No se las había puesto nunca pero le encantaban: un peto amarillo fluorescente con el estampado de Sailor Moon y los shorts rosados también fluorescentes con el logo de Colo Colo en una nalga y el de la Universidad de Chile en la otra. Camila Madre empezó a poner las cosas sobre la mesa de la cena animosamente mientras tarareaba una melodía de Miguel Bose. Después acomodó un poco las figuras del pesebre. Los nuevos reyes magos, al Doctor Simi, logró mantener equilibrado sin que cayera al niño Jesús justo arriba del cuarto de brownie que quedaba y acercó la botella de Clorinda al indio pícaro mientras lo empezó a subir y bajar para que tocara con su característica extremidad artesanal al recipiente de cloro. Algo de este cándido e impulsivo acto en el contexto religioso del pesebre la excitó de sobremanera y mirando a su marido desde el living que estaba en lo de la parrilla,  se arregló el cabello, se bajó al hombro la tirita izquierda de su vestido y caminó coquetamente hacia la terraza. 




Doce con veintidós. Camilita con la ropa fluorescente puesta,  se maquilló los ojos dibujándoles contornos rasgados, se puso un labial morado que también se había comprado en patronato, bajó a la pieza de la Señora Olga con su celular y en osadas posiciones que solamente había ensayado tomándose selfis de broma con sus amigas, empezó a subir a Instagram las fotos que se iba sacando. Los padres de familia mientras tanto, se besaban con pasión en la terraza y en medio de ese éxtasis, Camila madre se dispuso a hacer con su móvil un vídeo selfi enfocando la cámara mientras su marido la tomaba por detrás y le bajaba agresivamente el tirante del vestido sacándole afuera el seno derecho al tiempo que le besaba el cuello. Cortó ahí el video y lo subió al grupo de WhatsApp de sus amigas del club de Polo con el mensaje: “Nos amamos”. Gregorio bajó corriendo hacia el jardín y en un acto de emancipación infantil (y de merecida celebración por el gran triunfo en el Play) se sacó el traje baño, se tiró un bombazo pilucho a la piscina en plena noche  y una vez adentro se meó mientras chapoteaba en el agua. Su camarada Canito lo siguió con el piquero y también con lo segundo. Mientras Camilita se sacaba las selfies en la habitación de la empleada, Vicho entró a la pieza de su hermana que había dejado su vestimenta anterior desparramada sobre la cama junto a los cosméticos,  cerró la puerta y después de diez minutos, salió de la pieza de Camilita maquillado y con las prendas femeninas puestas. Gregorio salió de la piscina hacia la cocina a buscar algo para comer. Al pasar por el living, tuvo que sortear la araña coital de brazos, cabezas y piernas de sus padres desnudos sobre la alfombra. Logró hacerlo en espectacular salto atlético que lo dejó justo en la entrada de la cocina a la que entró rápidamente abriendo el refrigerador. Su compañero Canito lo siguió en la trayectoria desde la piscina a la cocina pero el perro Chaw Chaw pasó por encima del montículo sexual conformado por los cuerpos de sus amos, dejándolos embarrados y rasguñados, aunque la pareja ni siquiera se dio cuenta. De vuelta, iba Gregorio a la piscina con una cuchara sopera en una mano y la casata de helado de piña en la otra. Otro magnífico salto para sortear a sus padres, corrida hasta el jardín y piquero con casata incluida. Canito siguió a su camarada desde la cocina y vuelta a rasguñar y embarrar a sus amos- Me encanta que me rasguñes la espalda- le decía Camila madre a su Marido.


Doce con treinta y nueve. Después de hacer arder las redes, aumentar en mil sus seguidores de Instagram y arriesgar la relación de años con siete amigas que esperaban una explicación en las próximas horas antes de bloquearla, Camilita dejó su celular cargando en la habitación de Olga y se dispuso a preparar la bandeja para Osvaldo el conserje del condominio. Una vez que estuvo lista, se la fue a dejar. Estaba todo lo dispuesto para él: Una botella de Jhony Walker etiqueta negra, un collar de perlas con diamantes incrustados, un yogurt, una pelota de tenis y un pimentón rojo. Vicho se paseaba por la casa modelando con la ropa de su hermana y unos taco aguja rojos de su madre. Los padres exhaustos de tanta pasión se fueron a tirar a la piscina desnudos y comenzaron a chapotear junto a Gregorio y a Canito. Vicho se asomó al borde de la piscina con la intención de unirse al jolgorio, pero al mirar a su familia en esa escena nudista empezó a vacilar.


-Pucha es que me da no sé qué tirarme pilucho-. Los tres se quedaron algo atónitos observándole en silencio durante varios segundos. Hasta ese momento nadie había reparado mucho en su vestimenta. Camila lo ve y se queda pensando.

-Bueno mijito...nosé, vaya a la pieza de la Camilita y le saca un bikini pues- le dice de repente. Vicente hizo lo que le dijo su madre y volvió con un bikini amarillo a sumarse a la fiesta acuática nocturna. Camila que había vuelto de dejar los obsequios al conserje, llegó con un bikini negro y se unió también. En un momento comentó a su familia:

- Ups, parece que le regalé Don Osvaldo el collar de diamantes- Pararon en seguida los chapoteos y silencio sepulcral. 

-Se le va a ver bonito con el collar a la señora de Don Osvaldo- sentencia Vicente padre y todos estallan en una explosiva carcajada.

Una de la mañana y veinte minutos. Una vez que se secaron y vistieron fueron a terminar la noche buena de acuerdo a la costumbre. Se pusieron los cinco alrededor del tríptico de la sagrada familia entregado a cada grupo familiar a fin de año en el colegio de Gregorio e hicieron frente a él la oración previa a la apertura de los regalos tal como el establecimiento educacional solicitó. Unos minutos antes, Gregorio había pegado una lámina repetida de su álbum del mundial de Qatar en el rostro del niño Jesús que aparecía en la imagen del folleto religioso, por lo que después de darle las gracias por todas las bendiciones del año y pedirle paz para el mundo a Gerson Torres, jugador de la selección de Costa Rica, se dispusieron a repartir los obsequios. Un rifle paintball para Camila Madre, un Pan de Pascua para Camila hija, una lechuga para Vicho, un huevo para Vicente Padre, para Gregorio el libro “Creciendo como pareja en un matrimonio para Dios” a Canito le regalaron a Gregorio y a Jeferson, el Rappi que le trajo las empanadas y las longanizas a Vicente y que lo invitaron a rezar, le regalaron el i phone 8. El conductor apenas recibió su regalo se despidió y rajó de la casa antes de que alguien recobrara el sentido común. Recibió eso sí un fuerte abrazo de Vicente padre deseándole un feliz dieciocho y que esta tierra chilena lo acogiera como al amigo cuando es forastero y enseguida salió raudo del lugar a su moto con su nuevo dispositivo móvil. Le dejaron además instalado el Play Station 8 a la señora Olga en la televisión de su pieza y se sentaron finalmente a comer las empanadas y los choripanes con papas duquesas. Estaban todos con un hambre voraz. Cucharearon el postre de leche y pasaron al living a tomarse un bajativo. Camila madre aprovechó de limpiar las migas de brownie que quedaban alrededor del niño Jesús y en eso se quedó toda la familia dormida ahí mismo, totalmente rendidos.  Vicente y su señora recostados y abrazados en el sofá, Gregorio reclinado sobre el mismo sofá apoyando la cabeza en los muslos de su madre que le tocaba la nuca y Canito en la alfombra sobre las pantorrillas del niño. Vicho y su hermana también abrazados y sentados en la alfombra justo abajo de sus padres. Desde la casa del lado sonaba fuerte noche de paz mientras permanecía bello como nunca el pesebre en el living.


Al otro día sobre la entrada, apareció una nota anónima que alguien arrojó en algún momento de la madrugada. 


“Familia de mierda, ojalá lo hayan pasado muy mal con la sorpresita que les dejé. Y no se preocupen que para el próximo año sí les dejaré un brownie mágico…pero uno de verdad”

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