miércoles, 29 de mayo de 2019

CNN


El  Sol se ponía justo perpendicular al suelo. La Plaza de Armas acelerada con mucho movimiento como era de esperar a un Miércoles de Marzo. Trabajadores de tiendas, de bancos, sensuales, sexuales, abogados, juniors corriendo todos de un lado a otro por Ahumada, Estado, Fernández Concha. Artistas callejeros desafiando el flow neoliberal intentando robarle minutos a la jornada productiva santiaguina. Grupos de turistas europeos fotografiando y moviéndose rápidamente a todas partes sin tiempo que poder malgastar.  Grupos de inmigrantes latinoamericanos con tiempo de sobra para malgastar sentados en las bancas  de la plaza esperando el chorreo de la economía chilensis. Ancianos envejecidos de esperar ese chorreo jugando ajedrez en pleno horario laboral. Campanadas de sonido  envasado aunque en apariencia provenientes de las campanas en las torres templo. Ceremonia de las doce a punto de comenzar.  

La gente entrando rápidamente a la Catedral. Alrededor de setenta, bastantes para día de semana. Algunos se escapaban un rato del trabajo, a otros los autorizaban a condición de un almuerzo más corto y había otro grupo no menor de desempleados autoconvencidos de tener mucho que hacer después. No duraba de todos modos más de quince minutos y eran necesarios para alimentar diariamente el espíritu. Valía la pena. 

Pantalla grande de plasma líquido en el gran muro detrás del altar instalada justo en el espacio de la muralla donde alguna vez estuvo el viejo icono de madera. Todos sentados y listos. Doce con tres minutos. Comienza la transmisión.

Aparece la periodista en pantalla. Saluda y da curso a la primera Lectura. Una noticia vieja del tiempo antiguo antes de 2011. Una noticia de "un día como hoy" de hace muchos años. Siempre se comenzaba así. Había que mostrar lo mucho que se había avanzado y la oscuridad en la que se vivió todo tiempo anterior. Rescata del archivo de 2003 el éxito de sintonía de la teleserie "Machos". Termina su lectura, envía el link de la noticia por facebook. Los presentes la reciben en sus móviles. Dan un emoticón negativo a través de los aparatos.

En seguida aparece el periodista en pantalla para el Salmo responsorial. Abren todos twitter desde sus teléfonos. El periodista saluda y comienza:

-Salmo responsorial. Retwitteamos todos juntos el tweet de @muertealpatriarcado: “que los machitos que no sean capaces de subirse al carro del progreso vayan haciendo sus maletas para irse desterrados a alguna isla heteropatriarcal perdida en el pacífico”

La asamblea retwittea. El periodista continúa leyendo la cadena de tweets:

-@mentepensante respondió: @muertealpatriarcado Yo no pienso como tú y a diferencia tuya, no te estoy exigiendo irte desterrada a una isla”

-@muertealpatriarcado respondió: @mentepensante, mal puesto tu nombre, no ser feminista es no pensar. Debieras ser el primero en hacer las maletas.

- Retwitteamos todos juntos  la respuesta de @muertealpatriarcado- Señala el periodista.
Todos retwittean.

El periodista continua leyendo el salmo:

-@mentepensante responde: @muertealpatriarcado ¿No pensar como tú es no pensar?  ¿No pensar como tú es no querer una sociedad mejor y más justa? ¿Porqué dictas tú los parámetros de lo que es o no es pensar?

-@muertealpatriarcado responde: @mentepensante no tengo porqué aguantar tu violencia social, aguantamos 17 años a fachos como tú. Váyase mejor a hablar con Alberto Plaza, JAK y la Tere Marcovich.

-Todos juntos retwitteamos por última vez la respuesta de @muertealpatriarcado- Señala el periodista.
Todos retwittean.

Aparece nuevamente la periodista en Pantalla para la lectura de la Buena Nueva. Toma el periódico:

 -Lectura de la portada del día según La Tercera.- Todos se ponen de pie.

Termina la lectura y todos se sientan a escuchar. Ambos periodistas aparecen juntos en pantalla y realizan la editorial opinando acerca de la portada leída. Hablan alternadamente por alrededor de cuatro minutos.

En seguida todos de pie para la Oración Universal. El periodista aparece en pantalla para leer las mejores cartas al director del Mercurio, la Tercera y La Segunda con las peticiones al Estado, al empresariado, a la sociedad civil y a la comunidad internacional.

Se mantienen todos de pie y llega el momento más importante de la ceremonia. Bajaría desde la nube a los teléfonos celulares de cada uno la actualización de todas las apps de redes sociales. A algunos les gustaba recibir la actualización diariamente. Otros sólo la recibían una vez por semana. No todos estaban preparados para recibirla cada vez que se daba. Había que tener un teléfono limpio, libre de virus y archivos pesados. A ambos costados del templo habían informáticos que ofrecían limpiar aparatos móviles. 

 Todos activan la clave que les llega a sus aparatos y se ponen de rodillas a esperar la descarga de las actualizaciones. A los pocos minutos les aparece en sus móviles una notificación avisando que se había completado la descarga:

 Actualización completada. Éste es el sacramento de nuestra fe.



Aceptar.


Finaliza la ceremonia a las doce con dieciocho minutos. Comienzan a salir. Lo hacen rápidamente para volver a sus labores de oficina o en el caso de los desempleados, a las varias ocupaciones vespertinas y trámites que se habían inventado o tareas que les habían dejado sus coach ontológicos. Apenas tomaban en cuenta a Ricardo, un indigente italiano que se ponía a la salida de las ceremonias de las doce a vender "parches de curitas" a los comensales.

La pantalla grande se apaga y el templo queda vacío, imponente a los pies de la Plaza de Armas. Listo para recibir en la ceremonia de las diecinueve horas a todos quienes quisieran llenar el espíritu en la Catedral Nacional de Noticias, CNN.


martes, 21 de mayo de 2019

AMARO EL CELÍACO.


-Habrá un ministro dando la comunión para celíacos en la fila izquierda a la fila central- señaló el sacerdote que oficiaba la misa. Amaro miró la fila para celíacos y se levantó con decisión de su silla a recibir la hostia. Al pararse, Cecilia, su madre, que estaba sentada al lado suyo, le apretó fuerte la muñeca y lo miró asintiendo. Una lágrima de emoción se derramó de uno de los ojos de la mujer.

No fue un proceso nada fácil para Amaro; asumir, aceptar y querer su condición celíaca, fue un tema de años y de mucho dolor. Desde chiquitito había señales de su tendencia. Los demás niños comían ramitas, papas fritas o merenguitos hasta llenarse en los cumpleaños de primos o compañeros de colegio y su madre notaba que Amaro era distinto.  A él no le gustaba, notaba que comía poco, que prefería las frutas. Muy de vez en cuando, obligado por su padre o la presión de sus compañeros, trataba de comer frituras, pero siempre fue a disgusto y para complacer a los demás, no estaba en su naturaleza biológica hacerlo.

Ya en la adolescencia, con las primeras fiestas y salidas nocturnas, la situación no cambiaba. Todos comiendo lomitos, hot dogs y él nada. En los veranos cuando iban a la playa era un sufrimiento acompañar a sus amigos a comerse algo para el bajón después del carrete. Y no era que le faltara ocasión de comer comida chatarra, confites, tortas, pasteles. Le llovían los alimentos con gluten, se los ofrecían siempre, pero a él no le gustaban.  Sus padres preocupados, lo llevaron una vez a un nutricionista para ver si su situación cambiaba. Tenían la esperanza de que el profesional pudiera “arreglarles a su hijo”, pero después de intentar un tratamiento, el especialista les dijo a sus padres que él había nacido así, que no iba a cambiar, que era mejor aceptarlo como era.

Amaro antes de asumirse sin embargo, se empeño mucho en cambiar para complacer a los demás y lograr ser la persona que el resto esperaba que fuera.  Mientras estudiaba en la universidad, estuvo durante dos años  en una relación de pareja con una chica llamada Jimena con la que iba todos los fines de semana a comerse un cuarto de libra con queso al McDonalds. Pero le costaba. Jugaba mucho con las papas fritas, invertía un buen rato en tomarse la bebida, mucho darle vuelta a la bandeja y llegado el momento de tener que comerse la hamburguesa, siempre había alguna excusa. “Yap amor, te las vas a comer o no”, le preguntaba Jimena. Y venia entonces la justificación para no hacerlo; que le dolía un poco la guata, que había tomado harto desayuno y no tenía hambre, que estaba apurado.  Al final Jimena, harta de tener que comer siempre sola sintiendo que no lo podía hacer junto a su compañero, le preguntó un día si le gustaban realmente las hamburguesas. Amaro le dijo sí, que obviamente le gustaban, era solo que no era tan hambriento como el resto de sus amigos, a él le daba menos hambre.


Pasó el tiempo y Amaro se fue haciendo adulto. Sus amigos y primos se empezaban a casar y lo invitaban constantemente a fiestas de matrimonio. A medida en que la gente veía que en esas fiestas él nunca comía mucho, empezaron los rumores, se empezó a sospechar de él. Que a lo mejor no le gustaba la comida, que era anoréxico, que quien sabe. Pero Amaro intentaba dar señales que ayudaran a callar esos rumores. Trataba de salir en las fotos de esos matrimonios con algún bocadillo en la mano o junto a algún plato de comida. Intentaba siempre subir fotos a face o instagram comiéndose alguna hamburguesa en algún restorán o algún pedazo de torta en algún café. Eso ayudaba un poco a calmar los rumores aunque las sospechas de todas formas nunca se iban completamente. 

Así pasó el tiempo hasta que un día Manuel, un compañero de trabajo, lo invitó después de la oficina a una comilona sin gluten que se llevaría a cabo en un lugar del centro de Santiago. Manuel era abiertamente celíaco y sospechaba que Amaro también lo era. Amaro aceptó esa invitación, por curiosidad más que por motivación de acompañar a Manuel. En la mesa central de la comilona había todo tipo de comida sin gluten. Panecillos, pasteles, galletas. Amaro coquetió primero con las galletitas, se comió algunas, después sacó  un pedazo de queque, un poco de esto, un poco del otro. No se dio cuenta cuando en cosa de minutos ya se estaba atragantando comiendo de todo. Comió como nunca antes lo había hecho. Una liberación de años de no poder comer, de no poder disfrutar, de no poder ser él mismo. Vio en esa comilona a algunos conocidos, antiguos compañeros de la universidad, incluso a un compañero de colegio. Nunca pensó encontrárselos allí. Tan normales que se veían en sus recuerdos comiendo de todo y sin embargo, eran también celíacos igual que él. 

Amaro frecuentó en varias ocasiones junto a Manuel esas comilonas y pasado un tiempo, decidió que era momento de contárselo a su familia. Sabía que no iba a ser fácil. Su madre siempre había soñado sentar a todos sus hijos y nietos a la mesa a comer frituras, dulces, cocadas. Manuel no le iba a poder dar ese gusto, y eso le iba a partir a ella el corazón. Sin embargo debía asumir su condición frente a su familia y así lo hizo. Fue un día en un almuerzo dominical:

-Amaro hijo, ¿quieres una empanada?
-No mamá gracias.
-Pero sácate una si están calentitas y bien buenas, de la mejor panadería.
-No mamá gracias. 
-Pero hijo, sácate una empanada si…
-¡No mamá!, ¡Te he dicho que no! ¡No quiero comer empanadas porque no me gustan! nunca me han gustado las empanadas y nada que tenga harina, porque soy alérgico al gluten…porque soy….
-¡Ya basta, no nos interesa escucharlo!-Intervino su padre
-¡Sí papá, sí les interesa escucharlo!…soy…¡soy celíaco!
En la mesa se generó un silencio sepulcral. Nadie se atrevía a decir nada. Cecilia lloraba y se secaba las lágrimas. Jorge, el padre de Amaro, miraba hacia el suelo. Jacinta y José, sus dos hermanos menores miraban al horizonte y de reojo a los personajes sentados a la mesa.
-Yo siempre lo supe- Intervino Jacinta. -Tengo amigos celíacos que te vieron en esas comilonas del centro.
-Y porqué nunca me lo comentaste hermana- le preguntó Amaro
-Nosé…pensé que era tu vida, y además tenías que asumirlo tu mismo
-Es culpa nuestra.- Intervino su padre suspirando y mirando hacia abajo. -Debimos haber sido mejores padres…nosé…haberte ayudado…haberte llevado más al McDonalds, a carritos de completos…a comer pizza.
-No papá, no es culpa de nadie.- Le replicó Amaro. -Yo simplemente soy así, ya lo he asumido y soy tremendamente feliz. Y no les pido que transformen de un día para otro su manera de comer, o que de aquí en adelante comamos todos sin gluten, solo les pido que me acepten así como soy. Que acepten…nosé…que no me voy a poder comer una hamburguesa, o una torta de mil hojas, o un café con medialuna, pero eso no significa que yo haya dejado de ser Amaro, el mismo Amaro que siempre han conocido, el que ustedes aman y los ama a ustedes.

La familia se emocionó, estaban todos con lágrimas en los ojos. Fue un momento bello, de aceptación, de abrazos, de una preciosa conexión y crecimiento familiar. Un momento de verdadero amor.

 Ahora estaba ahí, en la misa, frente al ministro que daba la comunión a celíacos. Porque la iglesia de ahora o al menos una parte de ella, es también una iglesia evolucionada, una iglesia que de a poco ha sido capaz de entender que los celíacos son y han sido siempre hijos de Dios. Dios lo amaba aún con su condición de celíaco, porque Dios lo había hecho así y era tremendamente feliz de que Amaro lo aceptara. Y ahora, Amaro también era tremendamente feliz de aceptarlo.

Recibió la comunión con lágrimas en los ojos. Sintió una palmadita empática del ministro de la comunión en su hombro, cerró los ojos, respiró hondo y regresó a su asiento.
   

domingo, 5 de mayo de 2019

LA TOMA


 Se tomarían la Universidad por sorpresa esa misma noche. Todo había sido cuidadosamente planificado. El campus estaba bien custodiado por fuera, por lo que se quedarían adentro de las dependencias y se esconderían en puntos estratégicos. Debían esperar y salir de entre la oscuridad a eso de las once, después de que terminaran las clases de los vespertinos y posgrados, ahuyentando a los pocos guardias nocturnos que vigilaban. Serían tres grupos divididos por carreras, de aproximadamente cinco o seis personas cada uno. El grupo de estudiantes de Trabajo social se escondería en los laboratorios de Química, que desde que fue prácticamente desmantelado en la última toma, se ocupaba como semi bodega de desechos que ni siquiera los ratones se molestaban en visitar. El grupo de Antropología se quedaría  adentro de la biblioteca en el sector donde se encontraban las revistas latinoamericanas de Ciencias Sociales. Nadie iba nunca a ese sector por lo que difícilmente serían sorprendidos a la hora del cierre. Finalmente, el grupo de estudiantes de Sociología, se escondería en la bodega subterránea del personal de aseo.


Se conmemoraban esa noche los diez años de la muerte del estudiante de la universidad asesinado por la represión policial en las protestas estudiantiles. No recordaban exactamente su nombre, al parecer se llamaba Víctor. Murió de un aneurisma cerebral en su casa el cual fue provocado por la tensión nerviosa que la violencia fascista ejerció sobre él y sus compañeros horas antes durante las manifestaciones. A diez años de su fatídico deceso, las cosas seguían igual: la misma represión y las mismas injusticias, más y más estudiantes que ingresando cada año a la educación superior se daban cuenta del mundo en el que estaban, de la triste sociedad que se estaba construyendo. El sacrificio de Víctor había sido en vano. Un mártir sin causa muerto por las garras del monstruo neoliberal. La conmemoración de su muerte no podía ser un simple intento de recuerdo u homenaje, debía ser una instancia de reivindicación de demandas sociales y estudiantiles. Los chicos lo tenían claro y, en vísperas de la toma, estaban dispuestos a que nadie olvidara a Víctor -si es que así se llamaba- y lo que su muerte simbolizaba.


 Las seis con quince minutos. La última semana de Marzo conservaba aún el clima estival, por lo que la espera hasta la noche no sería particularmente dura. El grupo que ingresaría a la bodega subterránea estaba listo para la acción. Una vez que vieron el patio central un poco más desierto, corrieron raudos hacia la oscura escalera de siete metros de profundidad que conducía a la puerta subterránea. La encontraron entreabierta, siempre estaba así a esa hora, ya lo habían estudiado.
Ingresaron despacio los seis, de uno en uno. Sergio, el último en entrar, volteó a ver hacia arriba y su mirada se topó con la de la señora Julia, una de las mujeres encargadas del aseo en el turno de la tarde. Ella lo observó desde la parte superior de la escalera sin decir nada. Sergio pudo sentir en la mirada de la mujer una complicidad de clase. Ese código en los ojos obreros que sólo los oprimidos conocen cuando se habla con el lenguaje de la lucha, con el lenguaje de la revolución. El joven pudo leer en la mirada de Julia ese “adelante, lo están haciendo por mí, por mis hijos y por mis nietos, por Víctor, por nosotras, por todos”. El joven asintió con la cabeza hacia Julia y entró a la bodega cerrando la puerta.


Las seis con treinta y dos minutos. La señora Julia se dirigió enseguida donde Don Elmer, el guardia de la entrada que estaba de servicio a esa hora:
-Hola Don Elmer, sabe que recién vi a unos estudiantes que entraron a la bodega del aseo, yo supongo que pa’ tomar o fumar o quien sabe qué. Y yo los miré no más, pero no les dije nada porque usted sabe como se ponen. El problema es que entraron y cerraron la puerta, y esa puerta sólo puede abrirse con la llave, no tiene manilla para abrir por dentro. Yo por eso la dejo junta en la tarde cuando hago aseo.
- ¿Cómo? ¿Se quedaron encerrados entonces? Pero y la llave, ¿quien la tiene oiga?.-
- Es que ese es el problema pues Don Elmer. La copia de esa llave se perdió hace mil años y la única que tiene llave de eso es la Vinka, pero la Vinka se fue hace como media hora a su casa.
- Chuuuuu- Dijo don Elmer agarrándose la cabeza.
- Hay que llamar a un cerrajero nomás Don Elmer.
- No oiga, qué cerrajero, lo llamo y después la Universidad me sale con que porqué no había copia de la llave o no se qué y me descuentan a mí del sueldo el arreglo.
- Bueno y ¿qué vamos a hacer entonces?.
- A ver, ¿tiene el teléfono de la Vinka? Llámela pa’ que se devuelva. Yo creo que la pillamos todavía en el metro. Le pagamos un taxi por último a la vuelta. De todos modos sale más barato que pagar el cerrajero.


La señora Julia sacó su celular y le mandó un audio a Vinka por Whatsapp. Entretanto, los chicos esperaban ansiosos adentro de la bodega el momento del ataque una hora antes de medianoche. A esa hora según lo acordado, saldrían los tres grupos de sus escondites gritando alguna consigna que acordarían por Whatsapp durante las horas de espera. Una opción era salir gritando: “¡ésta es la toma por el compañero Víctor!”, pero tenían que confirmar que se llamaba así. De todas maneras había tiempo para eso. La otra opción era salir cantando alguna canción de Quila, de Sol y Lluvia o algo de ese género. Pero no se sabían casi ninguna. De todas formas había tiempo también para buscarla en Youtube y aprenderla.


Las siete con veinte minutos. El desafortunado grupo de estudiantes que se encontraban adentro de la bodega de aseo, además de estar encerrados sin saberlo, se dieron cuenta al poco tiempo de que adentro de su escondite la señal no tomaba los teléfonos celulares, por lo que no podrían coordinarse con sus compañeros que esperaban en los otros dos puntos. Por desgracia, no tener esa comunicación les impedía enterarse de que el grupo de la sala de laboratorio se había quedado tomando y fumando en la plaza aledaña a la universidad y finalmente no llegaron a su punto de operación. Al grupo de la biblioteca les salió a último minuto la tocata de un compañero y tampoco se quisieron quedar.


Siete con cincuenta minutos. La señora Julia escuchó con atención el audio de respuesta de su compañera:
- Ya, resulta que la Vinka no va a volver na’ don Elmer, tiene que estar a las ocho en su casa para cuidar a su nieto. Pero me dijo que va a ver si manda las llaves con alguien.
- Pfffff…ya, bueno, veamos qué pasa. Yo creo que hay que ir abajo no más a ver en qué andan estos chiquillos.- Señaló Don Elmer.
- Sí, yo creo que es bueno Don Elmer que nos den sus nombres por si la Vinka se demora en mandar a alguien pa poder…nosep…avisar en sus casas al menos…mire que allá adentro no hay señal de celular, están incomunicados.


Ocho con diez minutos. Se dirigieron a la puerta de la bodega. Don Elmer bajó la escalera, le dijo a Julia que esperara arriba. Gritó fuerte hacia adentro pegando el rostro a la gran puerta gris:
- Chiquillos, están encerrados y no hay señal de celular, estamos tratando de resolverlo-. La puerta era gruesa y de un concreto sólido, lo cual impedía que el intercambio de palabras hacia adentro de la bodega fuera fluído.
- ¿Quién es? ¿Qué está diciendo?- Preguntó desde adentro Paula asustada.
Sergio que estaba más cerca de la puerta volvió la cara con espanto hacia sus compañeros:
- Es la voz de un paco, algún tira, o alguien de inteligencia, nosé. Sapearon la operación. Dice que nos encerraron y que cortaron la señal de celular
- ¡Por eso no llegaba la señal de celular aquí! ¡La cortaron ellos!- dijo Gonzalo angustiado. Sergio se volvió hacia la puerta gritándole a su interluctor para confirmar la sospecha:
- ¿¿Entonces ustedes fueron??-
- Este cabro qué se habrá fumado- Pensaba Don Elmer -¿Cómo vamos a haber ido nosotros a buscar la llave si estoy aquí hablando con él?- ¡No, no fuimos nosotros!- Le respondió-  ¡Pero gestionamos para que alguien lo hiciera!
- Sí compañeros, mandaron a alguien a que cortara la señal de teléfono- Se volvió Sergio al grupo.
- ¡Conchasumadre!-  Paula se puso las dos manos en la cara y los ojos se le humedecieron. Gonzalo la trató de tranquilizar poniéndole una mano en el hombro.
-Pero no puede ser-. Intervino Gilda.
-Claro que puede ser - Intervino Héctor sentado en el suelo desde un rincón mirando al infinito con voz solemne. -Es lo primero que hacen estos grupos de inteligencia, cortar las comunicaciones, hay mil historias de lo mismo. En El Salvador, en Argentina, en Brasil, en El Congo, aquí en Chile- El ambiente dentro del grupo era de muchísimo miedo.


Don Elmer escuchaba voces adentro pero no lograba oír bien lo que decían. Volvió a hablarles pegado a la puerta:
- Chicos, no sabemos cuanto rato pueden estar acá adentro. Necesito comunicarme con sus familias para no preocuparlas. ¿Me escuchan? ¡Necesito datos para comunicarme con sus familias!
- ¿Escucharon eso verdad?-  Dijo Camila con ojos desorbitados de terror.
Paula se agachó tomándose las rodillas con los antebrazos y los ojos llorosos mirando a la nada
- Hijos de puta…con nuestras familias no…con nuestras familias no…con nuestras familias no fascistas conchasdesumadre….los que estamos peleando esta guerra somos nosotros…con nuestras familias no…
 Gilda  y Sergio también empezaron a llorar.


Ocho con treinta y siete minutos. Don Elmer alcanzó a escuchar algunos llantos. Eso lo preocupó y pensó que algo podía estar mal:
- A ver chiquillos, cálmense, todo va a salir bien. Miren, entiendo que no quieran preocupar a sus familias, pero al menos necesito saber quiénes son los que están ahí adentro. Puedo buscarlos en la base de datos del sistema y, sólo en caso de que haya pasado mucho rato nos comunicamos con sus casas. Pero al menos denme sus nombres….Me escuchan…¡Sus nombres chicos! ¡Necesito sus nombres! ¡Los nombres de cada uno para buscarlos en la base de datos!-
- Quiere que les demos nuestros nombres, que de todas formas ya nos tienen en sus bases de datos- Intervino Sergio.
- Tal vez sea lo mejor…entregarnos- Intervino María.
- No sé…a lo mejor tenemos que empezar a negociar- Señaló Gonzalo.
- Tal vez ya tienen a los otros dos grupos- Agregó Paula…
- ¡Es que no entienden!- Gritó Héctor desde su rincón. -¡No saben quienes somos! ¡Nos están amedrentando!...¡Por ningún motivo hay que darles nuestras identidades!...¡Son profesionales del terror compañeros! ¡Saben cómo amedrentar!
Se produjo un instante de silencio. De repente, Sergio se paró con firmeza y gritó con vehemencia mirando a la puerta:
-¿¡Quieren saber quienes son los que estamos aquí adentro!? ¿¡De verdad quieren saberlo facistas conchasdesumadre! ¡Entonces se los diremos!? ¡Aquí adentro está la justicia! ¡Aquí adentro está la revolución! ¡Aquí adentro está el mañana!-
-¡Aquí adentro está la lucha!- Se paró Paula firme.
-¡Aquí adentro está la esperanza!- La siguió Gonzalo.
-¡Aquí adentro está la lucha y la esperanza!- Empezaron a gritar todos -¡Aquí adentro está la lucha y la esperanza!-


Don Elmer frunció el ceño pegado a la puerta y empezó a murmurar:
- La Lucha, la Esperanza… ¿Pero estos pendejos se creerán que con esos nombres puede uno buscarlos en el sistema?…definitivamente se están fumando algo allá adentro- Se volvió a dirigir a ellos- ¡A ver chicos…es que así no se puede! ¡Sean más precisos! ¡Necesito apellidos también! ¡Esperanza cuanto! ¡Lucha cuanto! ¿Me escuchan? ¡Esperanza cuanto! ¡Lucha cuanto!
-¿¿Cuánto de esperanza?? ¿¿Cuánto de lucha?? …nosé…toda la que sea necesaria- Dijo Sergio con voz profunda mirando hacia el suelo.
-  Chiquillos en serio, ¡no me pueden venir con que está la Lucha y la Esperanza! ¡Con eso no se puede hacer nada!…¡De verdad necesito que se pongan serios!- Gritó nuevamente Don Elmer.
- Que no se hace nada con la lucha y la esperanza, que nos pongamos serios- Informó Sergio a los demás desde la puerta.
- ¿Porqué hacen esto? ¡¿Porqué nos están haciendo ahora esta tortura psicológica?!- Intervino Paula secándose las lágrimas…
Todos miraron hacia el rincón donde se encontraba Héctor, que sentado mirando hacia la pared parecía estar elaborando una certera respuesta.
- Porque así los entrenó la CIA en la Escuela de las Américas- Dijo. –Ya no se trata de torturas o dolor físico, se trata de destruirte por dentro, de cagarte la psiquis hasta que no puedas más y te entregues y entregues toda la información necesaria


Ocho con cincuenta minutos. Se produjo un silencio sepulcral en el interior. Sergio retomó la palabra:
- ¿Y son capaces de destruirnos por dentro? ¿O somos capaces de resistir hasta dar la vida por esto compañeros?...Creo que es buen momento de decidirlo
Otro gran silencio. Paula lo rompió derrepente:
- Estoy cansada de ver pasar mi vida y que las cosas no cambien, de la represión, de la tortura a la que somos diariamente sometidos en este neoliberalismo infernal, donde somos un número, un código, y con suerte saben cómo te llamas en la universidad, en las tiendas, en los bancos…Víctor dio su vida por esto.-
- Parece que se llamaba Andrés según me dijeron- Aclaró Gilda.
- ¡Da lo mismo! ¡Como sea que se llamara! ¡El nombre no importa!- Replicó Paula. ¡Lo que importa es que dio su vida por esto, por una sociedad mejor!….¡Tenemos que seguir esa lucha hasta donde sea necesario!…¡Si voy a seguir viviendo en una sociedad como esta, prefiero no vivir!-
-Ni yo- Susurró Gonzalo
- Ni yo- Le siguió Gilda.
- ¡Entonces hay que resistir compañeros! ¡Todo lo que sea necesario!- Dijo Sergio y empezó a tatarear la canción de Quila…cada vez más fuerte, los demás le siguieron…



Nueve con veintitrés minutos. Don Elmer al escuchar que cantaban adentro se alivió un poco y aprovechó la chance para ir un rato arriba a fumar un cigarro y preguntarle a la señora Julia qué pasaba con la llave:
- No sé, no me ha dicho nada más la Vinka Don Elmer, y yo ya me tengo que ir, hace media hora que salí de mi turno. No quiero llegar tan oscuro a la casa.
- Si la entiendo- Dijo Don Elmer prendiendo su cigarro- Vaya nomás doña Julia, déjeme eso sí el número de la Vinka para seguirme comunicando yo con ella a ver si mandó a alguien con las llaves.
- ¿Y los chiquillos cómo están abajo?-
- No sé- Dijo Don Elmer agarrándose la cabeza y botando el humo. – La comunicación hacia adentro es bien mala. O a lo mejor andan volados, vaya a saber uno, pero creo que no escuchan bien lo que uno les dice…
- Mmm…si po’, esa puerta es súper gruesa, apenas se escucha pa’ afuera. Me acuerdo que por eso sacaron las manillas y dejaron que se abriera a pura llave…antes iba mucho estudiante a tener relaciones sexuales adentro…como nadie los escuchaba…cuando pillaron una vez a unos , se acabaron las manillas…- Se quedó un rato pensando y prosiguió -Oiga Don Elmer, ¿sabe?….adentro en la bodega hay una radio a pilas ahora que me acuerdo…creo que está detrás de unas cajas…la señal de esa radio llega bien porque a veces la ocupamos pa’ escuchar música con las chiquillas ahí adentro…a lo mejor puede servir de algo, no sé…
- Mmm…una radio a pilas- Repitió Don Elmer pensativo. - ¿Qué hora es doña Julia?-
- Diez con cinco-
- Mmm, fíjese Doña Julia que están dando justo ahora el programa este nocturno de la radio Bío Bío, que van conversando y entre medio llama mucho taxista y gente de todo Chile avisando de tráfico, de choques, cortes de luz y todo eso. Yo siempre lo escucho aquí cuando hago el turno ¿y si derrepente llamamos pa que avisen a estos chicos que no se preocupen?-
- Oiga no sería mala idea Don Elmer. Pero tendría que decirle a los chiquillos que busquen la radio y la prendan. Estoy casi segura que está detrás de unas cajas en el rincón del fondo, ahí la dejamos la última vez, y las pilas todavía funcionan porque no la ocupamos mucho.


Diez con veintiseis minutos. Don Elmer tiró el segundo cigarro al suelo y volvió a bajar rápidamente las escaleras de la bodega pegándose a la puerta:
- Chicos, yo de nuevo, espero esté todo bien. Necesito que busquen una radio que está por ahí detrás de unas cajas al fondo. – Volvió a tomar aire para gritar fuerte -¿Me escuchan? ¡La radio!-
Sergio se quedó pegado mirando a la puerta sin decir nada.
- ¡¿Qué está diciendo el paco po Sergio?! ¡Habla! Le preguntó Gonzalo con impaciencia.
Sergio voltió hacia sus compañeros.
- Llegó la prensa compañeros. ¡Esto está trascendiendo!. Está la radio, a lo mejor también la televisión.-
- ¿Qué radio es la que llegó? –Preguntó Héctor con suspicacia.
- ¿Qué radio es?- Gritó Sergio hacia afuera.
- ¡La Bío Bío!, ¡Es la Radio Bío Bío!- Gritó Don Elmer de vuelta.
- La Bío Bío compañeros. La de los fachos que hablan en contra de los partidos de izquierda.- Sentenció Sergio.
 -Chucha- Dijo Gilda.
- ¿Y qué hacemos?- Preguntó María.
- No podemos dar ninguna información a esta prensa chilena sesgada- Dijo Héctor con firmeza desde su rincón- ¡Vamos a ser carne de cañón!, ¡nos van a perseguir mediáticamente!
Paula volvió a llorar amargamente poniéndose las manos en la cara:
- Ni ahí loco…ni ahí con salir de aquí y seguir viviendo en este país donde me van a estar persiguiendo políticamente…la gente de la derecha hablando de nosotros todo el tiempo…la prensa de la derecha persiguiéndonos…no vamos a poder vivir así…no es vida…no es vida…-


Once y un minuto. Don Elmer notaba que no había mucha acogida a su petición adentro. Decidió retomar entonces la comunicación hablándoles desde el otro lado de la puerta:
- Ya a ver chicos, da lo mismo, dejemos de lado lo de la radio. Lo que quiero sobre todo es que podamos comunicarnos bien. Me da la impresión de que no nos estamos coordinando mucho. Necesito que me digan cualquier cosa que se les ocurra y yo les respondo si lo escuché tal cual o no. Cualquier cosa que se les ocurra.
- Ok compañeros, están empezando a negociar- Dijo Sergio- Qué pedimos-
- ¡Un helicóptero fuera de Chile! ¡Justo aquí en la entrada!- Señaló Paula con firmeza. Sergio se pegó a la puerta
- ¡Ok paco! ¡Queremos un helicóptero pa’ irnos fuera de Chile! ¡Justo en la puerta cuando hayamos salido!
- ¡Helicóptero pa irse a fuera de Chile! Se escucho perfectamente. Bien chiquillos. Digan otra cosa, da lo mismo que sea incoherente, lo importante es que vayamos probando el retorno del sonido.
- Aprobaron nuestra primera demanda compañeros.- Señaló Sergio. Hubo gritos de euforia y alegría.
- Qué bueno, están más tranquilos ahora que nos estamos escuchando- Dijo Don Elmer aliviado. - ¡Ok chiquillos, digan otra cosa!  
- ¡Otra cosa compañeros!- Preguntó Sergio.
- ¡La liberación de todos los presos políticos privados de libertad en este gobierno! Señaló Héctor.
- Sí, es lo que Víctor hubiera querido- Asintió Gonzalo.
- ¡La liberación de los presos políticos…paco conchetumadre! - Gritó Sergio hacia afuera.
- Liberación de presos políticos…paco conchet…jaja…esta bien…un poco de humor pa relajar la tensión…está bien chiquillos. Se escuchó bien eso- Sonrió Don Elmer.


Once con veinte. Don Elmer vio a un joven delgado bajando por la escalera hacia la bodega.
- ¿Usted es Don Elmer? Soy Esteban el sobrino de la Vinka. Me mandó con unas llaves que le tenía que pasar.
- Ah…no nos dijo la Vinka que había mandado a alguien, pero menos mal que llegó. A ver, páseme esas llaves.- Don Elmer se volvió a la puerta.
- ¡Chicos, llegaron las llaves! ¡Vamos a abrir!-
- ¡Nos van a liberar compañeros!-
Gritos de alegría. Héctor los interrumpió al instante:
- ¡Compañeros, salimos con el rostro cubierto! ¡Metan la cabeza debajo de sus poleras! ¡Esto hay que hacerlo bien! ¡No podemos ser identificados por los de inteligencia! ¡Abren y corremos directo al helicóptero! ¿Entendieron? ¡Con la cara cubierta directo al helicóptero!
Todos asintieron con obediencia bajando el clima de euforia.
Don Elmer abrió la puerta y al instante, los seis  jóvenes salieron rápidamente de uno en uno con las cabezas debajo de sus poleras, corriendo a tropezones por la escalera rumbo al helicóptero que los esperaba. Pasaban por la entrada entre medio de Don Elmer y Esteban que los miraban extrañadísimos:
- ¿Oiga qué pasó? ¿Hay una fuga de gas adentro que salen así?- Preguntó Esteban.
Don Elmer se encogió de hombros sin borrar su cara de asombro. Después de que salieron todos, ambos hombres ingresaron a la bodega a ver si acaso había algo en el interior que respondiera a los supuestos síntomas de asfixia de los jóvenes.
- No sé, no se ve nada- Dijo don Elmer después de inspeccionar el lugar con la mirada.
- Yo creo que querían ir al baño, deben haber estado tomando aquí adentro,y fumando a lo mejor…
- Claro, y saben que eso les puede traer problemas con la universidad, por eso salieron así, porque no querían que los identificáramos.- Afirmó Don Elmer. – Pobres cabros, anda bien perdida esta juventud, ojalá se vayan derechito a sus casas para que no preocupen más a sus familias.

Once con treinta y siete. Los chicos siguieron corriendo por el patio a rostro cubierto sin ver nada hasta que se toparon con una aspiradora de aseo industrial que a esa hora se pasaba por el patio central. Se guiaron por el sonido del aparato ya que era lo más cercano que oían al ruido de una máquina aérea. La mayoría se tropezó con la aspiradora cuando trataban de ingresar al helicóptero.
Dos auxiliares de servicio que quedaban arriba haciendo aseo los miraron algo extrañados.
-¿Y a esos qué le pasa, los estaban mechoneando?
- No creo, si el mechoneo ya fue ya.
-Deben andar curaos.
Ambos se encogieron de hombros y continuaron con su trabajo.