domingo, 22 de diciembre de 2019

La ficha Clap (Control Sano Adolescente)


NOTA: La ficha Clap (Control de Salud Integral Adolescente, no coincide una mierda con la sigla “clap” pero en fin) es un instrumento mediante el cual se monitorea la salud integral del adolescente por parte de la red de salud pública, muy parecido al control del niño sano que se le hace en consultorios a los infantes, pero en versión juvenil. Se lleva a cabo en el marco de una política pública del Estado de Chile cuyo objetivo es incentivar la participación y consulta de jóvenes en los servicios sociales y de salud municipales, de modo de ayudarlos a salir adelante en sus vidas. No se aplica en las comunas más pudientes, no porque en ellas no hayan adolescentes, o porque los adolescentes de esas comunas no necesiten crecer en un entorno integrlmente saludable, sino porque la mayoría de los adolescentes de esas comunas reciben prestaciones en el sistema privado. De ahí la necesidad del Estado de tener a los adolescentes menos pudientes bajo control…de salud me refiero, por supuesto.


Y ahora su relato...


Miguel el psicólogo, llegó con algo de retraso esa fría mañana de Junio al gimnasio municipal con el objetivo de entrevistar adolescentes para la ficha clap. Se estaba terminando de montar la feria universitaria a la que recurrirían los jóvenes de cuarto medio provenientes de los distintos colegios municipales de la comuna. Universidades privadas, institutos y centros de formación técnico-profesional se encontraban instalados desde las ocho am con sus stands, folletos y pendones sobre la carpeta de la cancha del hemiciclo deportivo, preparados para ofertar distintas y atractivas alternativas de futuro a los adolescentes que asistieran.


Miguel divisó el stand de la gente del consultorio y se dirigió hacia allá, estaban las matronas y enfermeras instaladas con el estetoscopio, las pesas y el esfingomanómetro listos para realizar su parte de la ficha. Miguel debía aplicar la segunda parte que monitoreaba la salud mental después del examen físico que comenzaban haciendo las profesionales. Se debían llevar a cabo como meta anual de la comuna, un mínimo de mil fichas clap a adolescentes. Instancias como esas ferias universitarias eran especialmente provechosas para tomarlas por la cantidad de estudiantes de entre diecisiete y veinte años que asistían. Era importante cumplir la meta pues implicaba que el servicio metropolitano de salud aumentara los fondos para el programa al año siguiente y esto era fundamental para poder hacer más fichas y así aumentar la cobertura, de modo que se aumentaran los fondos para lograr aún más cobertura.


De a poco iban llegando los buses con los estudiantes provenientes desde los distintos colegios. Motivados por sus profesores, bajaban de las máquinas adolescentes ojerosos semi sonámbulos, la mayoría tratando de combatir el sueño matutino con el trap de sus teléfonos móviles que les llegaba directo a los oídos a través de groseros audífonos que hacían también las veces  de cobertores del frío para las orejas en esa mañana invernal. Desde la parte de abajo de los vehículos, los profesores monitoreaban la bajada de los estudiantes; pegaban un cachamal simpaticón, les tiraban una talla a uno que otro para que se despabilaran y les ordenaban sacarse los audífonos. Los jóvenes obedecían y se bajaban los audífonos al cuello, volvían a subirlos a sus orejas un par de metros  antes de entrar al gimnasio y se los volvían a sacar al percatarse de que el reggaetón de fondo que el servicio de educación municipal había dispuesto como música ambiental de la actividad ganaba la competencia a cualquier sonido de emisión auricular. 


Comenzaban a entrar masivamente;  varones la mayoría ostentando un  corte "sopaipilla" con pantalón escolar plomo, zapatillas y polerón de capucha no correspondiente al uniforme vestidos a medio camino entre escolar y universitario. Mujeres con jumper negro y cintillos, pelos y mochilas de todos colores, algunas con largas melenas que cubrían rapados laterales de la nuca,  varias con ojos, mejillas y labios maquillados. Bajo el jumper pantimedias un poco menos coloridas que oscilaban entre el negro y el azul marino y unas cuantas de colores chillones. Las había también aquellas que inmolándose de frío, no quisieron perder la oportunidad de verse veraniegas y enseñar las piernas como si de Diciembre se tratara. Unas pocas en vez del jumper prefirieron el buzo escolar que combinaban con camperas deportivas femeninas de marca o imitación. Comenzaron a rodear los puestos, preguntaban por las carreras, por los aranceles, por las becas, por la gratuidad, por los extraños nombres de los ramos de algunas mallas curriculares.


Después de efectuar el examen físico controlando peso, talla, vista y otros, las profesionales enviaron a Miguel a su primer adolescente a encuestar de la mañana para que le efectuara la segunda parte de la ficha clap. Para mayor privacidad, se fue a sentar a las tribunas del gimnasio con el muchacho, lo prefirió al biombo de tela de género que le destinaron como box improvisado para generar un contexto mas íntimo en el que se había dispuesto que el psicólogo realizara su parte del cuestionario.


Sentado en la butaca lateral izquierda del recinto deportivo, Miguel sacó de su mochila los papeles, el lápiz bic y una planilla de apoyo para tomar la ficha al muchacho de nombre Edgar. Edgar tenía dieciocho años y mucha claridad de querer estudiar odontología. Explorando exhaustivamente por internet, el adolescente determinó tres opciones de universidades privadas si acaso no quedaba en la Universidad de Chile. Dos de esas tres universidades privadas estaban presentes ese día con puestos en la feria. Por eso, Edgar en cuanto entró al gimnasio se dirigió al stand de una de ellas apenas lo divisó, pero en su trayecto fue interceptado por una de las enfermeras del consultorio que le manifestó la necesidad de que cediera unos minutos de su tiempo para realizarse la ficha clap, la petición fue alentada por su profesora jefe que los acompañaba que le dijo a Edgar lo importante que era para su bienestar acceder a realizarse el control, que no todos los días se tenía a gente del consultorio a su servicio.



Al ritmo de “Callaita” de Bud Bunny que retumbaba fuerte en las paredes del gimnasio, Miguel comenzó aplicándole la ficha a Edgar rellenando la primera parte de antecedentes personales; alergias, vacuna, discapacidad entre otros. El muchacho respondía rápido mirando cada tanto el relój pues quedaban veinte minutos antes de que su curso tuviera que subirse al bus que los llevaría de vuelta al colegio.


Con “No me conoce” de Jhay Cortez de fondo, Miguel efectuó las preguntas de antecedentes familiares; enfermedades, problemas de salud mental en la familia, obesidad, antecedentes penales. De rara que es la vida, Edgar que media hora antes entró al gimnasio pensando en que le hablarían de su futuro como estudiante de odontología, terminó hablando de su pasado, de la privación de libertad de su madre desde hacía cuatro años, de la esquizofrenia de su tía, de la obesidad de su padre. 


Lo que menos quería era pensar en el modo en el que sus limitaciones académicas le podían jugar en contra en el exigente contexto de la educación superior.  Pero los fantasmas se asomaron cuando Miguel llegó al ítem educación de la ficha clap donde consignó las dos repitencias de curso de Edgar, el año de deserción escolar que sufrió en cuarto básico y que su rendimiento académico en relación a sus compañeros no era  la opción A, mejor ni la B, igual sino la C, peor. Edgar pudo traer a colación además los episodios sufridos de violencia escolar que tanto daño le habían hecho en octavo básico cuando se le preguntó por el tema. En todo caso, al ritmo del sonido de “Con Calma” de Daddy Yankee que comenzaba a colarse en el recinto, mencionar aquellos sucesos nunca se hacía tan terrible.  




Llegaron a la sección trabajo de la ficha. Hasta ese momento, el muchacho se sentía orgulloso de trabajar en Mc Donnalds los fines de semana y generar un poco de ingresos para sus gastos y para pagarse el preu. Gracias a la ficha, pudo preguntarse si estaba sometido a las peores formas de explotación laboral infantil, o si su trabajo era peligroso e ilegal. Era bueno preguntarse esas cosas de vez en cuando. Repasó en el ítem de vida social su falta de pareja, la cantidad de amigos que tenía y a propósito de heridas de escuela, pudo traer a colación nuevamente el ciberbulling que había sufrido hacía un par de meses. 





Quedaban diez minutos antes de que el bus los pasara a buscar para volver al colegio, Edgar tenía la esperanza de al menos alcanzar a poder ir a los stands y llevarse aunque fuera algún folleto. Por desgracia, cuando llegaron al ítem hábitos de consumo, Miguel demoró un poco más de lo previsto pues tuvo que hacerle a Edgar un cuestionario adicional que por protocolo se hacía a los adolescentes que hubieran declarado en esta parte de la encuesta haber consumido marihuana en el último mes. Edgar admitió haber consumido una bocanada de cannabis hacía tres semanas. Hubo que indagar en eso.



Al fin llegaron al último ítem el cual Edgar contestó con algo de desazón mientras advertía mirando a los stands, que una de las Universidades que estaba entre sus opciones, comenzaba a desmontar su puesto para retirarse. Miguel le preguntó por su imagen corporal y si tenía una vida con proyectos. Mientras lo hacía, alentaba al adolescente a ir forjando su futuro y le daba ánimos para generar metas en la vida. Miguel finalizó preguntándole a Edgar si había pensado alguna vez en suicidarse.
Terminada la entrevista Edgar se fue corriendo al stand de la Universidad que aún no se desarmaba, pero fue detenido por su profesora jefe que le ordenó irse derechito al bus del colegio que había llegado ya a recogerlos. Con tristeza Edgar dio la vuelta y se dirigió a la entrada del gimnasio, pero cuando caminaba la docente le habló de nuevo:

-¡Edgar! ¡Creo que le faltó hacer algo importante!

- El muchacho giró esperanzado de que la profesora, que sabía de su opción vocacional, le daría unos segundos para poder hablar con las personas del stand de la universidad y pedirles un folleto.

- ¡Vaya a darle las gracias a la gente del consultorio pues hombre! ¡No todos los días a uno le hacen un examen integral de salud!

El joven con la cabeza gacha fue a darle las gracias a las enfermeras que concentradas en el recuento de fichas realizadas ese día, le respondieron con una cordialidad desentendida.


Antes de subir al bus divisó a Jordan y a Luis, dos compañeros de curso que no habían entrado a la feria y se encontraban en unos matorrales cercanos al vehículo terminando de fumar un caño. Se acercó a ellos y los jóvenes le dieron la última piteada que Edgar aspiró con ayuda de un matacolas. El efecto de la cannabis lo ayudó a calmar la frustración de no haber cumplido con su cometido en la feria, también lo puso triste y se quedó pegado pensando en su madre, hacía tiempo que no la iba a ver a la cárcel de San Joaquín.