jueves, 29 de diciembre de 2022

 CUENTO TERRORÍFICO NÚMERO CINCO. El almuerzo

Demóstenes Echegaray entró a almorzar a esa pequeña fuente de soda en Antonio Varas casi llegando a Providencia por la que siempre pasaba camino a su casa de vuelta del trabajo y le llamaba muchísimo la atención. "Donde el Tata Lavín" se llamaba. La encontraba acogedora desde afuera y le daba la impresión de que era un lugar de bajo perfil, de esos del rubro  que atienden a poco más que a sus parroquianos fieles y salvan el negocio con lo justo pero saliendo adelante. Siempre le gustó eso de un restorán, de un pub, de un café, de casi todo en realidad, nunca supo porqué. Podía ser además un buen sitio para comenzar a frecuentar desde que su amigo Raimundo Vicuña por desgracia, había tenido que cerrar hacía poco el restaurant Henday, al que Demóstenes solía acudir.

Eran poco más de las dos de la tarde y quedaban tres mesas vacías de ocho. Se sentó en una justo en la mitad. Acomodó sus cosas y se paró nuevamente para sacarse su chaqueta y ponerla sobre el asiento. Se volvió a sentar. En eso llegó un garzón a tomar su pedido.

- Hola bienvenido, ¿que desea almorzar? Algo más iba a decirle el camarero a Demóstenes pero no pudo, le fue imposible, se quedó helado cuando éste dejó el celular en la mesa y le volvió el rostro para establecer diálogo. Demóstenes le devolvió una mirada igual de atónita, con el mismo espanto. El espanto que dan esas situaciones sorpresivas, insólitas y sobre todo injustas. Esas en donde nada se ha hecho para merecer vivir un tipo de momento así salvo cometer el delito de probar entrar a almorzar a un lugar al que sólo se tenía curiosidad de conocer. Tampoco el garzón había hecho maldad alguna para merecer ese momento. A cuánta gente había atendido ese día, esa semana, ese año, cuántos años llevaba a lo mejor atendiendo a tanto transeúnte en busca de un almuerzo, un café, una cerveza. No, no se lo merecía. Pero estaba ocurriendo. Definitivamente estaba ocurriendo. Es del tipo de cosas que ciertamente pueden llegar a ocurrir, existe la posibilidad, pero siempre se cree que le pasan, o que le van a pasar a otros.


- Quiero el menú del día por favor, pero sin ensalada. Demóstenes mostraba en su voz un tono casi solemne, y no era para menos.


- ¿Con arroz o papas fritas?. El garzón no podía dejar de mirarlo con cara de cordero degollado.


- Papas fritas.


- Solamente queda torta de lúcuma de postre, ya no nos está quedando flan ni tutti fruti. Se nos acabó también el consomé.


- No hay problema. Demóstenes intentó en una especie de lamento volver a su celular.


-El garzón llegó con el almuerzo unos diez minutos después. Demóstenes que había tomado desayuno bien temprano, comenzó a comer con bastantes ganas. Concentrarse en el plato era además una buena manera de olvidar el impasse sufrido. El garzón sin embargo lo miraba fijo y con angustia desde unos metros más adelante, cerca de la puerta de la cocina. Demóstenes le devolvió brevemente la mirada y siguió en su almuerzo. Al poco rato el garzón que continuaba mirándolo, se le acercó y se  plantó parado justo a su lado izquierdo de la mesa, observándolo siempre desorbitado. Demóstenes lo volvió a mirar brevemente y se enfocó otra vez en su plato. Tomó el envase verde de ketchup y le puso un poco a las papas fritas. El garzón tomó el ketchup y le volvió a poner a las papas fritas de Demóstenes en la misma cantidad. Demóstenes lo miró brevemente y continuó con su almuerzo. Tomó ahora la sal y le puso un poco al bistec. El garzón, siempre parado a su lado, tomó la sal e hizo lo propio. Demóstenes no le dio parecido y siguió comiendo. Volvió a tomar el ketchup y le puso esta vez un poco al bistec. El Garzón desesperado tomó el envase verde de ketchup, lo apretó con fuerza sobre el plato de Demóstenes y embetunó su plato del rojo aderezo. Le abrió al envase verde la tapa y pegándole desde la base de atrás y derramó sobre el plato lo que quedaba de contenido. Demóstenes lo miró brevemente y terminó  su almuerzo sin darle parecido. Al finalizar le pidió el trozo de torta de lúcuma de postre.

El garzón retiró el plato aún lleno de ketchup y fue por el postre. Volvió no con el trozo sino con toda la torta y la plantó sobre la mesa de Demóstenes junto con un cuchillo grande, un tenedor y un plato más pequeño. Demóstenes lo miró y con algo de timidez al no saber el grosor del trozo correspondiente al menú, cortó un angosto pedazo, lo puso en el plato anexo y comenzó a comer. En eso, se le ocurre la tonta idea de hacerle al garzón un comentario para aliviar las tensiones.

- Es buena la torta de lúcuma aquí sabe, en otros restoranes a los que he ido no son tan buenas.- Demóstenes continuó comiendo su postre y el garzón después de escuchar esas palabras, abrió aún más las pupilas, tomó con su mano derecha la nuca de Demóstenes, la empujó fuerte hacia adelante y le aplastó la cara contra la torta. Demóstenes levantó el rostro totalmente blanco de merengue y pidió al Garzón el café y la cuenta. Sin limpiarse la cara, empezó a mirar su celular. El garzón volvió solamente con la cuenta.

- El café me lo tomé en la cocina. ¿Paga con crédito, débito o efectivo?-

- Con débito por favor. -

- Deja el diez de propina.-

- Si. Buen lugar por cierto, vendré de nuevo a almorzar otro día- Recibió en el acto un escupo en la cara por parte del garzón.

Demóstenes pagó su cuenta y se retiró tranquilamente con su cara de merengue hacía avenida Antonio Varas. El garzón fue a cobrar la cuenta de la mesa justo delante de Demóstenes a Don Pancho Silva, un cliente habitual del lugar.


- Oiga Manuel, sabe que estuve mirando al caballero que estaba sentado en la mesa de enfrente, ese al que usted atendió y era pero realmente igualito a usted.

- ¿A, si? Ni me fijé don Pancho, le dijo el garzón mientras ajustaba la máquina de red compra para el cobro.




No hay comentarios:

Publicar un comentario