domingo, 22 de diciembre de 2019

La ficha Clap (Control Sano Adolescente)


NOTA: La ficha Clap (Control de Salud Integral Adolescente, no coincide una mierda con la sigla “clap” pero en fin) es un instrumento mediante el cual se monitorea la salud integral del adolescente por parte de la red de salud pública, muy parecido al control del niño sano que se le hace en consultorios a los infantes, pero en versión juvenil. Se lleva a cabo en el marco de una política pública del Estado de Chile cuyo objetivo es incentivar la participación y consulta de jóvenes en los servicios sociales y de salud municipales, de modo de ayudarlos a salir adelante en sus vidas. No se aplica en las comunas más pudientes, no porque en ellas no hayan adolescentes, o porque los adolescentes de esas comunas no necesiten crecer en un entorno integrlmente saludable, sino porque la mayoría de los adolescentes de esas comunas reciben prestaciones en el sistema privado. De ahí la necesidad del Estado de tener a los adolescentes menos pudientes bajo control…de salud me refiero, por supuesto.


Y ahora su relato...


Miguel el psicólogo, llegó con algo de retraso esa fría mañana de Junio al gimnasio municipal con el objetivo de entrevistar adolescentes para la ficha clap. Se estaba terminando de montar la feria universitaria a la que recurrirían los jóvenes de cuarto medio provenientes de los distintos colegios municipales de la comuna. Universidades privadas, institutos y centros de formación técnico-profesional se encontraban instalados desde las ocho am con sus stands, folletos y pendones sobre la carpeta de la cancha del hemiciclo deportivo, preparados para ofertar distintas y atractivas alternativas de futuro a los adolescentes que asistieran.


Miguel divisó el stand de la gente del consultorio y se dirigió hacia allá, estaban las matronas y enfermeras instaladas con el estetoscopio, las pesas y el esfingomanómetro listos para realizar su parte de la ficha. Miguel debía aplicar la segunda parte que monitoreaba la salud mental después del examen físico que comenzaban haciendo las profesionales. Se debían llevar a cabo como meta anual de la comuna, un mínimo de mil fichas clap a adolescentes. Instancias como esas ferias universitarias eran especialmente provechosas para tomarlas por la cantidad de estudiantes de entre diecisiete y veinte años que asistían. Era importante cumplir la meta pues implicaba que el servicio metropolitano de salud aumentara los fondos para el programa al año siguiente y esto era fundamental para poder hacer más fichas y así aumentar la cobertura, de modo que se aumentaran los fondos para lograr aún más cobertura.


De a poco iban llegando los buses con los estudiantes provenientes desde los distintos colegios. Motivados por sus profesores, bajaban de las máquinas adolescentes ojerosos semi sonámbulos, la mayoría tratando de combatir el sueño matutino con el trap de sus teléfonos móviles que les llegaba directo a los oídos a través de groseros audífonos que hacían también las veces  de cobertores del frío para las orejas en esa mañana invernal. Desde la parte de abajo de los vehículos, los profesores monitoreaban la bajada de los estudiantes; pegaban un cachamal simpaticón, les tiraban una talla a uno que otro para que se despabilaran y les ordenaban sacarse los audífonos. Los jóvenes obedecían y se bajaban los audífonos al cuello, volvían a subirlos a sus orejas un par de metros  antes de entrar al gimnasio y se los volvían a sacar al percatarse de que el reggaetón de fondo que el servicio de educación municipal había dispuesto como música ambiental de la actividad ganaba la competencia a cualquier sonido de emisión auricular. 


Comenzaban a entrar masivamente;  varones la mayoría ostentando un  corte "sopaipilla" con pantalón escolar plomo, zapatillas y polerón de capucha no correspondiente al uniforme vestidos a medio camino entre escolar y universitario. Mujeres con jumper negro y cintillos, pelos y mochilas de todos colores, algunas con largas melenas que cubrían rapados laterales de la nuca,  varias con ojos, mejillas y labios maquillados. Bajo el jumper pantimedias un poco menos coloridas que oscilaban entre el negro y el azul marino y unas cuantas de colores chillones. Las había también aquellas que inmolándose de frío, no quisieron perder la oportunidad de verse veraniegas y enseñar las piernas como si de Diciembre se tratara. Unas pocas en vez del jumper prefirieron el buzo escolar que combinaban con camperas deportivas femeninas de marca o imitación. Comenzaron a rodear los puestos, preguntaban por las carreras, por los aranceles, por las becas, por la gratuidad, por los extraños nombres de los ramos de algunas mallas curriculares.


Después de efectuar el examen físico controlando peso, talla, vista y otros, las profesionales enviaron a Miguel a su primer adolescente a encuestar de la mañana para que le efectuara la segunda parte de la ficha clap. Para mayor privacidad, se fue a sentar a las tribunas del gimnasio con el muchacho, lo prefirió al biombo de tela de género que le destinaron como box improvisado para generar un contexto mas íntimo en el que se había dispuesto que el psicólogo realizara su parte del cuestionario.


Sentado en la butaca lateral izquierda del recinto deportivo, Miguel sacó de su mochila los papeles, el lápiz bic y una planilla de apoyo para tomar la ficha al muchacho de nombre Edgar. Edgar tenía dieciocho años y mucha claridad de querer estudiar odontología. Explorando exhaustivamente por internet, el adolescente determinó tres opciones de universidades privadas si acaso no quedaba en la Universidad de Chile. Dos de esas tres universidades privadas estaban presentes ese día con puestos en la feria. Por eso, Edgar en cuanto entró al gimnasio se dirigió al stand de una de ellas apenas lo divisó, pero en su trayecto fue interceptado por una de las enfermeras del consultorio que le manifestó la necesidad de que cediera unos minutos de su tiempo para realizarse la ficha clap, la petición fue alentada por su profesora jefe que los acompañaba que le dijo a Edgar lo importante que era para su bienestar acceder a realizarse el control, que no todos los días se tenía a gente del consultorio a su servicio.



Al ritmo de “Callaita” de Bud Bunny que retumbaba fuerte en las paredes del gimnasio, Miguel comenzó aplicándole la ficha a Edgar rellenando la primera parte de antecedentes personales; alergias, vacuna, discapacidad entre otros. El muchacho respondía rápido mirando cada tanto el relój pues quedaban veinte minutos antes de que su curso tuviera que subirse al bus que los llevaría de vuelta al colegio.


Con “No me conoce” de Jhay Cortez de fondo, Miguel efectuó las preguntas de antecedentes familiares; enfermedades, problemas de salud mental en la familia, obesidad, antecedentes penales. De rara que es la vida, Edgar que media hora antes entró al gimnasio pensando en que le hablarían de su futuro como estudiante de odontología, terminó hablando de su pasado, de la privación de libertad de su madre desde hacía cuatro años, de la esquizofrenia de su tía, de la obesidad de su padre. 


Lo que menos quería era pensar en el modo en el que sus limitaciones académicas le podían jugar en contra en el exigente contexto de la educación superior.  Pero los fantasmas se asomaron cuando Miguel llegó al ítem educación de la ficha clap donde consignó las dos repitencias de curso de Edgar, el año de deserción escolar que sufrió en cuarto básico y que su rendimiento académico en relación a sus compañeros no era  la opción A, mejor ni la B, igual sino la C, peor. Edgar pudo traer a colación además los episodios sufridos de violencia escolar que tanto daño le habían hecho en octavo básico cuando se le preguntó por el tema. En todo caso, al ritmo del sonido de “Con Calma” de Daddy Yankee que comenzaba a colarse en el recinto, mencionar aquellos sucesos nunca se hacía tan terrible.  




Llegaron a la sección trabajo de la ficha. Hasta ese momento, el muchacho se sentía orgulloso de trabajar en Mc Donnalds los fines de semana y generar un poco de ingresos para sus gastos y para pagarse el preu. Gracias a la ficha, pudo preguntarse si estaba sometido a las peores formas de explotación laboral infantil, o si su trabajo era peligroso e ilegal. Era bueno preguntarse esas cosas de vez en cuando. Repasó en el ítem de vida social su falta de pareja, la cantidad de amigos que tenía y a propósito de heridas de escuela, pudo traer a colación nuevamente el ciberbulling que había sufrido hacía un par de meses. 





Quedaban diez minutos antes de que el bus los pasara a buscar para volver al colegio, Edgar tenía la esperanza de al menos alcanzar a poder ir a los stands y llevarse aunque fuera algún folleto. Por desgracia, cuando llegaron al ítem hábitos de consumo, Miguel demoró un poco más de lo previsto pues tuvo que hacerle a Edgar un cuestionario adicional que por protocolo se hacía a los adolescentes que hubieran declarado en esta parte de la encuesta haber consumido marihuana en el último mes. Edgar admitió haber consumido una bocanada de cannabis hacía tres semanas. Hubo que indagar en eso.



Al fin llegaron al último ítem el cual Edgar contestó con algo de desazón mientras advertía mirando a los stands, que una de las Universidades que estaba entre sus opciones, comenzaba a desmontar su puesto para retirarse. Miguel le preguntó por su imagen corporal y si tenía una vida con proyectos. Mientras lo hacía, alentaba al adolescente a ir forjando su futuro y le daba ánimos para generar metas en la vida. Miguel finalizó preguntándole a Edgar si había pensado alguna vez en suicidarse.
Terminada la entrevista Edgar se fue corriendo al stand de la Universidad que aún no se desarmaba, pero fue detenido por su profesora jefe que le ordenó irse derechito al bus del colegio que había llegado ya a recogerlos. Con tristeza Edgar dio la vuelta y se dirigió a la entrada del gimnasio, pero cuando caminaba la docente le habló de nuevo:

-¡Edgar! ¡Creo que le faltó hacer algo importante!

- El muchacho giró esperanzado de que la profesora, que sabía de su opción vocacional, le daría unos segundos para poder hablar con las personas del stand de la universidad y pedirles un folleto.

- ¡Vaya a darle las gracias a la gente del consultorio pues hombre! ¡No todos los días a uno le hacen un examen integral de salud!

El joven con la cabeza gacha fue a darle las gracias a las enfermeras que concentradas en el recuento de fichas realizadas ese día, le respondieron con una cordialidad desentendida.


Antes de subir al bus divisó a Jordan y a Luis, dos compañeros de curso que no habían entrado a la feria y se encontraban en unos matorrales cercanos al vehículo terminando de fumar un caño. Se acercó a ellos y los jóvenes le dieron la última piteada que Edgar aspiró con ayuda de un matacolas. El efecto de la cannabis lo ayudó a calmar la frustración de no haber cumplido con su cometido en la feria, también lo puso triste y se quedó pegado pensando en su madre, hacía tiempo que no la iba a ver a la cárcel de San Joaquín.
     

  

domingo, 29 de septiembre de 2019

EL SICARIO







A sus 35 años, a Armando se le había ido la vida sin haberla vivido; sin trabajo, sin familia feliz con la que aparecer en el perfil de facebook o en el de whatsapp, sin pagar su línea de crédito, sin proyectos en linkedin, sin nada con lo que actualizar instagram.  Llegó siempre atrasado a todos lados y también lo hizo al tren de la prosperidad, ese que lo conduciría a poder ostentar al mundo algo de lo que sentirse orgulloso: una  ecografía, un anillo de matrimonio, una carta de aceptación de algún doctorado,  una foto con algún niño haitiano pobre. Nada. Ni siquiera pudo dar el palo al gato con esos aciertos contingentes que salvan a último minuto del fracaso; un video de youtube  donde inventara algún baile absurdo que se pusiera de moda, un cáncer al que le estuviera ganando, una salida del closet para tener varios like más que no fuera. No, no aprovechó sus oportunidades, no supo verlas, no se atrevió a dar el paso, se le acabó el tiempo, no la hizo, definitivamente no la hizo. Lo sabía y no le hallaba sentido a jugar los descuentos del partido de su vida, un partido imposible de remontar y que estaba perdiendo por goleada. 



Pero tampoco se atrevía a terminar con todo por el mismo, a silbar el pitazo final de su propia existencia. Así que contrató  un sicario para que lo hiciera. Contrató un sicario para que le diera la muerte que él no se atrevía a darse. Se llamaba Elmer, era bueno, lo buscó en la “deep web”. Era caro también, pero el asesino a sueldo encontró tan triste su historia que ni las balas le cobró aduciendo a que Armando le serviría de sparring de ensayo en algunos métodos que debía pulir para un encargo importante que tenía pronto. Armando no quería arrepentirse de su decisión así que una vez hecho el trato en un lúgubre café con piernas del centro de Santiago, le rogó a su homicida que perdieran todo contacto por más que insistiera. Le pidió encarecidamente que el crimen fuera dentro de los veinte días siguientes a la conversación sostenida en el lujurioso café. Le exigió además que fuera cuando estuviera solo, nunca con sus seres queridos, no tenía derecho a traumatizarlos. Tampoco cuando estuviera en el baño sentado en el trono o descargando sus tensiones-cosas que hacía con cierta frecuencia- pues consideraba indigno que encontraran su cadáver en esas incómodas circunstancias.


Los primeros tres días del comienzo del plazo fatal no pasó nada. Armando se sentía extrañamente aliviado como si hubiera sido tan absurdo haber acordado por encargo su propia muerte que no tuviera noción de que realmente fuera a consumarse aquel insólito hecho. Pero su alivio tenía que ver también con otra cosa, con algo aún más profundo. Podía sentir que había salido del letargo de su vida y le había dado finalmente a esta un rumbo, aunque ese rumbo fuera terminar con ella. Sentía que había hecho algo por él y para él mismo, había tomado una decisión que sin haber sido comunicada ni sometida a la aprobación de nadie, tenía para él un valor. Ya no se trataba de él para los parámetros de los demás, se trataba de su propia existencia, de haber hecho algo que tenía que ver con ella. Sentía por primera vez que tenía un sentido, se sentía un triunfador y podía sentirlo sin necesidad de que el mundo tuviera que darle galardones. Si su vida no era la que él deseaba y no veía posibilidad de que eso cambiara, la actitud valiente era la de terminar con ella en vez de estar culpando al mundo por su desgracia y esperando que la vejez o cualquier otra circunstancia lo condujeran pasivamente a la muerte. Se sentía orgulloso de sí mismo.


Curiosamente, fue este sentimiento el que por ahí por el día quinto sin que aún lo mataran, hizo que emergiera en él una sensación de reconciliación con la vida y una consiguiente angustia a la muerte que le esperaba a manos de su sicario. El día seis lo intentó contactar para cancelar el trato, pero Elmer era un profesional en su trabajo y se encontraba inubicable tal como Armando se lo había pedido. Su paranoia fue en aumento desde el día siete y las cosas se le pusieron horribles. El peligro de morir estaba en todos lados. Empezó a pasar varias horas encerrado en el baño haciendo alguna de las cosas privadas que según las cláusulas del trato lo ponían a salvo de ser eliminado, o bien simulando que las estaba haciendo. incluso a veces las hacía al mismo tiempo para asegurarse de no correr peligro.


El día nueve sin ser asesinado, decidió salir a dar vueltas por el parque cercano a su casa para tranquilizarse y pensar qué hacer. No lograba sacarse de la cabeza el miedo a morir de un segundo a otro, todo le parecía peligroso. No solo lo angustiaba el cuándo sino el cómo, no sabía el método que Elmer utilizaría. A lo mejor sería un simple balazo, pero si Armando era un “crimen de ensayo” para la muerte de un pez gordo, bien podría ser que su homicida empleara un método más sofisticado. Envenenamiento, una puñalada…una bomba. ¡Claro! ¡Una bomba! ¡Que muerte más acorde al crimen de un poderoso! ¡Elmer ensayaría con él la explosión de una bomba! De un momento a otro, todo en el parque le parecía un aparato explosivo encubierto. Veía perros bomba, organilleros bomba, niños bomba. Al incorporarse y observar su perímetro más cercano, notó que a menos de dos metros suyo, un bebé de menos de un año lo miraba desde su cochecito con ternura, pero algo en los ojos del pequeño le pareció mortalmente sospechoso, podía sentir la pólvora en esos ojitos redondos negros dinamitándose desde el cráneo del lactante. Mirando a la madre del infante entró en pánico y se puso a gritar:

-¡Señora esa guagua va a explotar!, ¡Va a explotar! ¡Va a explotar!



Y sí, explotó,  una explosión de llantos y caca por culpa de los gritos del paranoico sujeto que tenía enfrente al que el pobre crío sólo le había dedicado una sonrisa. A pesar de que el hedor que emanaba de las heces del muchachito combinado con su llanto estruendosamente agudo bien permitían mirarlo como un arma peligrosa, ello no fue justificación razonable para impedir el lío que se armó en el parque. La madre del neonato llorando al compás de su hijo, la vigilancia municipal a su alrededor consolándola llamando por radio a carabineros y gente que intentó agarrar a este loco de mierda que nunca debió salir a algún espacio público en el que hubiera presencia de niños. Armando empero, no fue alcanzado por la turba pues al instante siguiente de gritar viendo la cara del bebé ponerse roja a punto de estallar en tolueno, salió corriendo por su vida como una gazela  aventajando en casi un kilómetro a sus linchadores. 
  


Una vez lejos del peligro enlenteció el paso, respiró hondo, se calmó y entró a un sturbucks que vio enfrente suyo. Lo ponía algo más tranquilo en ese momento un lugar cerrado en el que fuera más difícil estar a punto de tiro. Pidió un café del día. En seguida le volvió la angustia y se puso a pensar. ¿Un niño bomba? ¿Miedo a que una inocente guagüita explotara enfrente suyo? ¿Qué significaba eso? ¿Qué locura era esa? ¿Qué había hecho? ¿En qué momento se había metido en toda esta paranoia? Lo que antes era un momento de relajo adentro del baño se había vuelto en nueve días en un chaleco antibalas.  ¿Tan mal estaba su vida? ¿Tan sólo se encontraba en el mundo para que nadie le hubiera impedido caer en toda esta mierda?. Podía ir a lo mejor a la policía, pero ¿cómo ir donde los pacos a explicarles que estaba arrancando de un crimen que él mismo había encargado? Lo encerrarían en un loquero antes de que pudiera explicar nada.


Actualizó derrepente desde su teléfono móvil el estado de facebook escribiendo en su muro “miedo a morir”. A lo mejor ese críptico mensaje enganchaba a alguien con quien pudiera comenzar alguna contenedora conversación, recibir algún concejo, desahogarse aunque fuera. Sólo consiguió dos likes, un comentario respondiéndole que todos teníamos ese miedo y otro al que le encantaba la letra de esa canción. Estaba absolutamente solo. Si sencillamente pudiera arreglarlo, si Dios le diera una señal de que no debía morir, de que él, Armando, era importante para alguien, que alguien se le acercara en ese mismo momento a ayudarlo, a apoyarlo. Súbitamente, como si de una señal de cielo se tratara, escucha que muy cerca suyo alguien lo llama:

-¿Armando?
Se dió vuelta incorporándose.
-Está listo su café.





 Pudo ver la sonrisa del garzón entregándole la bebida. Fue una sonrisa tan linda, tan reconfortante, tan acogedora. Enseguida miró a su alrededor observando a la gente que se encontraba en el local. Pudo ver en una mesa sentados a un coach ontológico y su cliente, un arqueólogo recién titulado a quien el entrenador motivacional le hablaba de los desafíos preciosos que le esperaban, le mostraba al joven profesional las maravillas que se le venían como si de una nueva película de la saga de Indiana Jones se tratara. Al propio Armando le dieron ganas de convertirse en arqueólogo de escuchar tanta buena energía. En la otra mesa un grupo de funcionarios despedidos del mineduc tiraban líneas en sus notebooks para levantar una prometedora Otec que los haría pioneros en el mercado educacional. También escucharlos hizo que le dieran ganas de formar parte de tan interesante proyecto. En otra mesa, dos guapas chicas  terminando su relación mientras bebían un café vegano con leche de almendras. Una de ellas le explicaba a la otra que algo había ocurrido en el viaje al Elqui a ver el eclipse y se enamoró de un hombre que conoció allá. Se prometieron seguir su corazón pasara lo que pasara, lloraron y se besaron apasionadamente como despedida. A Armando le dieron ganas de hacer un trío con ellas, pero sobre todo, de unirse a esa bella promesa de seguir en cualquier circunstancia lo que le dictara el corazón. Al fondo justo a la entrada del local,  pudo divisar un afiche pegado en la pared que decía “eres especial y mereces ser feliz”.


Armando se dio cuenta de que el mundo era un lugar precioso, lleno de desafíos y sueños por cumplir y del que quería seguir formando parte, del que aún no se quería ir. Por primera vez en varios días esbozó una sonrisa y ni siquiera el momento incómodo que provocó el vendedor ambulante que ingresó a comercializar ilegalmente al local pudo empañar ese instante de tanta claridad y paz.

¡La vida es maravillosa!- Gritó lleno de alegría.
¡Y llena de proyectos que tú podrás cumplir!- Le dijo el coach ontológico pasándole su tarjeta.

Armando la tomó y dejando su café sin tocar, salió raudo del local. Sabía finalmente lo que tenía que hacer.


Esa misma noche ingresó a la deep web y contactó a Paolo, otro connotado sicario al que le encargó matar a Elmer. Paolo aceptó como pago la información que le sopló Armando acerca del gran encargo que le habían encomendado a Elmer. Paolo se movía en el medio y sabía que si Elmer desaparecía del mapa, lo más probable era que lo contrataran a él para el suculento trabajo pues aquel solía ser su competencia directa en el rubro. Armando no quería echar pié atrás en esta decisión de volver a vivir, así que pidió a Paolo que rompieran todo tipo de contacto si por algún motivo se arrepentía.


Era el décimo día sin morir y Armando se sentía distinto, mejor, renovado. Cambió su perfil de instagram, embelleció su currículum en linkedin y recibió muchísimos enhorabuena de sus contactos cuando lo hizo. Era un manantial de buena energía. El nuevo Armando ya no posteaba cosas deprimentes en face, sólo buena onda, buenos deseos para todos, imágenes bellas, videos de optimismo, charlas ted, canciones bellas. No tenía aún noticias de Paolo, pero ya llegarían. Había que esperar que las cosas buenas ocurrieran pues éstas llegan cuando se abraza la vida y se sigue el camino del corazón, el nuevo Armando lo sabía, realmente lo sabía.


Al onceavo día sin morir, pero el tercero de su renacer desde la iluminación en Sturbucks, volvió a caminar por el parque, esta vez mucho más aliviado, mirando a la gente, sonriéndole a los niños que pasaban a su lado. Se sentó en una banca y se puso a mirar el panorama de ese lindo día otoñal. Veía a los niños jugar, disfrutar de la vida. Veía cómo disfrutaban sin preguntarse si en ese disfrute eran lo suficientemente talentosos como para que la sociedad les diera su visto bueno, la autorización de que eran lo suficientemente expertos en columpiarse, en bajar por el refalín, en correr detrás de una pelota. No evaluaban, no hacían un balance de si acaso lo estaban pasando bien, lo pasaban bien y listo, la vida fluía tal cual era, se hacían cargo de la vida de la única manera que alguien puede hacerse cargo de ella; viviéndola.


Hacerse cargo de su vida, esas palabras resonaron en Armando que las empezó a reflexionar ahí sentado. Él debía hacerse cargo de sus decisiones, nadie más debía hacerlo por él. Eso era justamente lo que estaba haciendo ¿O no?. Se puso sin saber porqué a pensar en Elmer. Debiera ser él el que se tuviera que hacer cargo de ubicar a Elmer para terminar con todo esto ¿Porqué pagaría Elmer con su vida un cambio de decisión que era de Armando? Bueno, porque era un asesino a sueldo y ese era su juego. Un sicario más o un sicario menos en el mundo ¿qué importaba? Era justo además que muriera en su ley.


Y sin embargo ¿acaso él, Armando, no decidió jugar a ese mismo juego? ¿No era acaso hacerse cargo de la vida sencillamente vivirla a toda costa, tanto si se juega a columpiarse en un parque como si se juega el juego de la muerte? Hacer pagar a los demás por las decisiones propias ¿Es eso realmente un cambio genuino? ¿Un cambio maduro? ¿Se le puede llamar a eso realmente crecimiento personal? Reflexionó en el tema mientras caminaba de vuelta a su casa.


Definitivamente no, los demás no pueden pagar por las propias decisiones. Armando fue quien tomó la decisión de morir y se dio cuenta que debía afrontarla. Se dio cuenta de cómo eran las cosas, aunque le doliera. Se jactaba de hacerse cargo de su muerte cuando realmente no se había hecho cargo de nada, absolutamente de nada. Era un niño que jugando con fuego, tomaba una decisión y después no se hacía cargo de las consecuencias de ella.  Ahora sí hablaba y pensaba como un hombre, un hombre de verdad, no el niño que le pidió a Paolo que lo salvara de sus decisiones matando a Elmer, no el niño que había sido hasta ahora.


Buscó en la deep web y encontró a Mauro y le encargó matar a Paolo para que así no matara a Elmer para que Elmer lo matara a él. Mauro permitía que le pagaran después de efectuado el trabajo, pero mataba al cliente que no le cancelara posterior a veinticuatro horas de consumado el homicidio. Armando no tenía como pagarle pero de todos modos, para esas alturas ya lo habría matado Elmer, y si no, en el peor de los casos moriría a manos de Mauro cumpliendo su cometido.   


Día diez y nueve en la noche y aún no pasaba nada, ni Elmer lo mataba ni tenía noticias de Paolo o de Mauro. A lo mejor Elmer ya estaba muerto, o a lo mejor sencillamente encontró tan poco atractivo hacer este encargo gratuito que simplemente lo olvidó. También era una posibilidad que la incesante cagadera de miedo que había tenido los últimos días le hubieran imposibilitado a su sicario encontrar un momento digno para matarlo conforme al trato que habían hecho. No lo sabía, pero de cualquier manera había sido claro en que pasara lo que pasara, el hecho debía consumarse a más tardar el día veinte lo que lo hacía suponer que de encontrarse Elmer con vida, la de él estaba llegando a su fin esa noche.


Deseaba que Paolo hubiera matado a Elmer y que Mauro no hubiera matado a Paolo. De cualquier manera, si todo eso había ocurrido, Mauro lo mataría al día siguiente cuando se diera cuenta que nunca tuvo como pagarle, su suerte de cualquier modo estaba echada, ese día o al siguiente. Y a pesar de eso, seguía sintiendo remordimiento por encargar la muerte de dos de sus sicarios. ¿Cómo podía causar el mal menor?. Lo ético era dejarse asesinar por Elmer y hacerse cargo de su decisión, pero con eso no lograba impedir que Paolo matara a Elmer y que después Mauro matara a Paolo. Si se dejaba asesinar por la deuda con Mauro, habría hecho morir injustamente a Paolo y a Elmer. Podía intentar el mismo matar a Mauro y así le salvaba la vida a Paolo, pero este iba a matar de todos modos a Elmer. Al parecer, la mejor solución era que él mismo matara a Paolo y así se salvaba Elmer y después Mauro o Elmer lo mataban a él, entonces en ese caso sólo moría uno de los tres sicarios. Ahora bien, si mataba a Paolo y éste ya había matado a Elmer entonces era lo mismo.


 Estaba en esos cálculos cuando derrepente el silencio de la noche fue interrumpido por una balacera intensa de alrededor de un minuto en la calle y por los gritos de la gente en el edificio. Se asomó en seguida a mirar desde su ventana. Logró divisar en el pavimento los cadáveres de sus tres sicarios. Se quedó mirando unos minutos en silencio la escena mientras la calle se llenaba de curiosos y de carabineros. Mientras miraba con tristeza el dantesco escenario que acontecía abajo se puso a pensar. No tenía interés en vivir en un mundo tan cruel, tan sombrío, tan lleno de odio. Tomó su teléfono celular y posteó en su facebook “me creo la muerte”, lo copio y pegó en su twitter e instagram. Subió después al último piso del edificio donde vivía y se arrojó al vacío. Recibió dos likes en face de las mismas personas de siempre, uno de ellos era emoticón de “me divierte” un like en instagram, nada en twitter.



domingo, 1 de septiembre de 2019

LA FÓRMULA.



“El poder se expande de manera capilar”. M. Foucault.

Joaquín estaba siempre a punto de orinarse en clases durante los meses de invierno. A veces incluso algo de orina se colaba en el pantalón plomo del uniforme sin que lo pudiera evitar. No era que no fuera al baño en los recreos porque iba y dos veces, pero el frío en esas salas de baldosa de la precordillera hacían que la orina volviera en cosa de minutos como si la vejiga quisiera estar a tono con esas nubes negras semicondensadas a punto de no aguantar más y mojarlo todo bajo ellas.  Era inútil, la profesora jamás lo dejaba ir.  Estaba bien que actuara así,  era lo que se esperaba de ella como formadora; forjar hombres íntegros, auténticos líderes que controlaran sus impulsos y pasiones, era el proyecto de ser humano que buscaba el colegio.

Así que un día, a sus ocho años, Joaquín atendió a sus circunstancias, aprendió a ponerse rígido y logró aguantar sin titubear hasta el recreo. Fue el descubrimiento de una fórmula maravillosa; posición erguida, columna recta, pelvis contraída, manos apretadas y se podía durar varias horas con la orina retenida.

Terminados los estudios escolares fue a la mejor universidad, para ser el mejor abogado e ingresar al mejor estudio. No era fácil soportar la presión que eso implicaba y muchas veces hubiera querido dejar el derecho y dedicarse a la ciencia política, la carrera que siempre quiso estudiar. Pero cuando esos sentimientos venían y amenazaban desbordarlo, recurría a su exitosa fórmula; posición erguida, columna recta, pelvis contraída, manos apretadas y se podían pasar varias horas de estudio y memorización de códigos jurídicos.

Se tituló con honores y entró a trabajar un prestigioso estudio de abogados, la carga laboral era muchísima y también las expectativas de sus jefes, los socios dueños del estudio. Todo era para ayer y los clientes por estar dispuestos a pagarle al estudio las horas que fueran necesarias, eran clientes a las horas que quisieran serlo. No existía el después del trabajo y muchas veces tampoco los fines de semana. En esos momentos Joaquín volvía a pensar en la vida que hubiera tenido de haber sido cientista político; analista de algún medio, eminente escritor o académico, consultor de algún organismo internacional quizás. Pero se sacaba de la cabeza esos angustiosos pensamientos ocupando su fórmula ya probada; posición erguida, columna recta, pelvis contraída, manos apretadas y se podían pasar diez horas de corrido arreglando contratos, tramitando posiciones efectivas, revisando escritos, hablando con clientes y resolviendo todo tipo de litigios.


Con el tiempo llegó a convertirse en socio del estudio porque después de acostumbrarse a soportar tantas horas sentado, su trabajo resultaba ser sumamente productivo. Era un jefe trabajólico y muy exigente con sus empleados. Todo era exigencia. Marta, su secretaria, aprendió a trabajar horas extras, a tener todo perfecto, a acostumbrarse a ese ritmo de trabajo. Para eso, en los momentos de flaqueza, cuando estaba a punto de llorar, ella encontró una excelente fórmula; aprendió a ponerse rígida:   posición erguida, columna recta, pelvis contraída, manos apretadas y se podía durar varias horas haciendo los informes de su jefe y aguantando sus ataques de rabia.

Marta llegaba a su casa tan cansada después de hora y media entre metro y micro, que pocas energías le quedaban para poder atender las necesidades de Carlos, su hijo pequeño de cuatro años. Muchas veces perdía la paciencia con el niño de lo estresada que estaba. A Carlitos le costó entender que su madre no era capaz de satisfacer sus necesidades de niño. Una noche Carlitos se orinó en la cama y a la mañana siguiente cuando Marta se dio cuenta al entrar a su pieza a despertarlo colapsó del estrés, le gritó y lo golpió, porque para colmo entre cambiarle las sábanas y dejar el colchón de la cama ventilándose se le hizo tarde para llegar al trabajo. Para el pobre Carlitos fue un hecho traumático pues nunca había sido golpeado por su madre. 

Así que desde ese entonces, cada vez que Carlitos tenía ganas de orinar en las noches encontró una fórmula genial, se ponía rígido; posición erguida, columna recta, pelvis contraída, manos apretadas y se podía durar varias horas con la orina retenida.
 

miércoles, 29 de mayo de 2019

CNN


El  Sol se ponía justo perpendicular al suelo. La Plaza de Armas acelerada con mucho movimiento como era de esperar a un Miércoles de Marzo. Trabajadores de tiendas, de bancos, sensuales, sexuales, abogados, juniors corriendo todos de un lado a otro por Ahumada, Estado, Fernández Concha. Artistas callejeros desafiando el flow neoliberal intentando robarle minutos a la jornada productiva santiaguina. Grupos de turistas europeos fotografiando y moviéndose rápidamente a todas partes sin tiempo que poder malgastar.  Grupos de inmigrantes latinoamericanos con tiempo de sobra para malgastar sentados en las bancas  de la plaza esperando el chorreo de la economía chilensis. Ancianos envejecidos de esperar ese chorreo jugando ajedrez en pleno horario laboral. Campanadas de sonido  envasado aunque en apariencia provenientes de las campanas en las torres templo. Ceremonia de las doce a punto de comenzar.  

La gente entrando rápidamente a la Catedral. Alrededor de setenta, bastantes para día de semana. Algunos se escapaban un rato del trabajo, a otros los autorizaban a condición de un almuerzo más corto y había otro grupo no menor de desempleados autoconvencidos de tener mucho que hacer después. No duraba de todos modos más de quince minutos y eran necesarios para alimentar diariamente el espíritu. Valía la pena. 

Pantalla grande de plasma líquido en el gran muro detrás del altar instalada justo en el espacio de la muralla donde alguna vez estuvo el viejo icono de madera. Todos sentados y listos. Doce con tres minutos. Comienza la transmisión.

Aparece la periodista en pantalla. Saluda y da curso a la primera Lectura. Una noticia vieja del tiempo antiguo antes de 2011. Una noticia de "un día como hoy" de hace muchos años. Siempre se comenzaba así. Había que mostrar lo mucho que se había avanzado y la oscuridad en la que se vivió todo tiempo anterior. Rescata del archivo de 2003 el éxito de sintonía de la teleserie "Machos". Termina su lectura, envía el link de la noticia por facebook. Los presentes la reciben en sus móviles. Dan un emoticón negativo a través de los aparatos.

En seguida aparece el periodista en pantalla para el Salmo responsorial. Abren todos twitter desde sus teléfonos. El periodista saluda y comienza:

-Salmo responsorial. Retwitteamos todos juntos el tweet de @muertealpatriarcado: “que los machitos que no sean capaces de subirse al carro del progreso vayan haciendo sus maletas para irse desterrados a alguna isla heteropatriarcal perdida en el pacífico”

La asamblea retwittea. El periodista continúa leyendo la cadena de tweets:

-@mentepensante respondió: @muertealpatriarcado Yo no pienso como tú y a diferencia tuya, no te estoy exigiendo irte desterrada a una isla”

-@muertealpatriarcado respondió: @mentepensante, mal puesto tu nombre, no ser feminista es no pensar. Debieras ser el primero en hacer las maletas.

- Retwitteamos todos juntos  la respuesta de @muertealpatriarcado- Señala el periodista.
Todos retwittean.

El periodista continua leyendo el salmo:

-@mentepensante responde: @muertealpatriarcado ¿No pensar como tú es no pensar?  ¿No pensar como tú es no querer una sociedad mejor y más justa? ¿Porqué dictas tú los parámetros de lo que es o no es pensar?

-@muertealpatriarcado responde: @mentepensante no tengo porqué aguantar tu violencia social, aguantamos 17 años a fachos como tú. Váyase mejor a hablar con Alberto Plaza, JAK y la Tere Marcovich.

-Todos juntos retwitteamos por última vez la respuesta de @muertealpatriarcado- Señala el periodista.
Todos retwittean.

Aparece nuevamente la periodista en Pantalla para la lectura de la Buena Nueva. Toma el periódico:

 -Lectura de la portada del día según La Tercera.- Todos se ponen de pie.

Termina la lectura y todos se sientan a escuchar. Ambos periodistas aparecen juntos en pantalla y realizan la editorial opinando acerca de la portada leída. Hablan alternadamente por alrededor de cuatro minutos.

En seguida todos de pie para la Oración Universal. El periodista aparece en pantalla para leer las mejores cartas al director del Mercurio, la Tercera y La Segunda con las peticiones al Estado, al empresariado, a la sociedad civil y a la comunidad internacional.

Se mantienen todos de pie y llega el momento más importante de la ceremonia. Bajaría desde la nube a los teléfonos celulares de cada uno la actualización de todas las apps de redes sociales. A algunos les gustaba recibir la actualización diariamente. Otros sólo la recibían una vez por semana. No todos estaban preparados para recibirla cada vez que se daba. Había que tener un teléfono limpio, libre de virus y archivos pesados. A ambos costados del templo habían informáticos que ofrecían limpiar aparatos móviles. 

 Todos activan la clave que les llega a sus aparatos y se ponen de rodillas a esperar la descarga de las actualizaciones. A los pocos minutos les aparece en sus móviles una notificación avisando que se había completado la descarga:

 Actualización completada. Éste es el sacramento de nuestra fe.



Aceptar.


Finaliza la ceremonia a las doce con dieciocho minutos. Comienzan a salir. Lo hacen rápidamente para volver a sus labores de oficina o en el caso de los desempleados, a las varias ocupaciones vespertinas y trámites que se habían inventado o tareas que les habían dejado sus coach ontológicos. Apenas tomaban en cuenta a Ricardo, un indigente italiano que se ponía a la salida de las ceremonias de las doce a vender "parches de curitas" a los comensales.

La pantalla grande se apaga y el templo queda vacío, imponente a los pies de la Plaza de Armas. Listo para recibir en la ceremonia de las diecinueve horas a todos quienes quisieran llenar el espíritu en la Catedral Nacional de Noticias, CNN.


martes, 21 de mayo de 2019

AMARO EL CELÍACO.


-Habrá un ministro dando la comunión para celíacos en la fila izquierda a la fila central- señaló el sacerdote que oficiaba la misa. Amaro miró la fila para celíacos y se levantó con decisión de su silla a recibir la hostia. Al pararse, Cecilia, su madre, que estaba sentada al lado suyo, le apretó fuerte la muñeca y lo miró asintiendo. Una lágrima de emoción se derramó de uno de los ojos de la mujer.

No fue un proceso nada fácil para Amaro; asumir, aceptar y querer su condición celíaca, fue un tema de años y de mucho dolor. Desde chiquitito había señales de su tendencia. Los demás niños comían ramitas, papas fritas o merenguitos hasta llenarse en los cumpleaños de primos o compañeros de colegio y su madre notaba que Amaro era distinto.  A él no le gustaba, notaba que comía poco, que prefería las frutas. Muy de vez en cuando, obligado por su padre o la presión de sus compañeros, trataba de comer frituras, pero siempre fue a disgusto y para complacer a los demás, no estaba en su naturaleza biológica hacerlo.

Ya en la adolescencia, con las primeras fiestas y salidas nocturnas, la situación no cambiaba. Todos comiendo lomitos, hot dogs y él nada. En los veranos cuando iban a la playa era un sufrimiento acompañar a sus amigos a comerse algo para el bajón después del carrete. Y no era que le faltara ocasión de comer comida chatarra, confites, tortas, pasteles. Le llovían los alimentos con gluten, se los ofrecían siempre, pero a él no le gustaban.  Sus padres preocupados, lo llevaron una vez a un nutricionista para ver si su situación cambiaba. Tenían la esperanza de que el profesional pudiera “arreglarles a su hijo”, pero después de intentar un tratamiento, el especialista les dijo a sus padres que él había nacido así, que no iba a cambiar, que era mejor aceptarlo como era.

Amaro antes de asumirse sin embargo, se empeño mucho en cambiar para complacer a los demás y lograr ser la persona que el resto esperaba que fuera.  Mientras estudiaba en la universidad, estuvo durante dos años  en una relación de pareja con una chica llamada Jimena con la que iba todos los fines de semana a comerse un cuarto de libra con queso al McDonalds. Pero le costaba. Jugaba mucho con las papas fritas, invertía un buen rato en tomarse la bebida, mucho darle vuelta a la bandeja y llegado el momento de tener que comerse la hamburguesa, siempre había alguna excusa. “Yap amor, te las vas a comer o no”, le preguntaba Jimena. Y venia entonces la justificación para no hacerlo; que le dolía un poco la guata, que había tomado harto desayuno y no tenía hambre, que estaba apurado.  Al final Jimena, harta de tener que comer siempre sola sintiendo que no lo podía hacer junto a su compañero, le preguntó un día si le gustaban realmente las hamburguesas. Amaro le dijo sí, que obviamente le gustaban, era solo que no era tan hambriento como el resto de sus amigos, a él le daba menos hambre.


Pasó el tiempo y Amaro se fue haciendo adulto. Sus amigos y primos se empezaban a casar y lo invitaban constantemente a fiestas de matrimonio. A medida en que la gente veía que en esas fiestas él nunca comía mucho, empezaron los rumores, se empezó a sospechar de él. Que a lo mejor no le gustaba la comida, que era anoréxico, que quien sabe. Pero Amaro intentaba dar señales que ayudaran a callar esos rumores. Trataba de salir en las fotos de esos matrimonios con algún bocadillo en la mano o junto a algún plato de comida. Intentaba siempre subir fotos a face o instagram comiéndose alguna hamburguesa en algún restorán o algún pedazo de torta en algún café. Eso ayudaba un poco a calmar los rumores aunque las sospechas de todas formas nunca se iban completamente. 

Así pasó el tiempo hasta que un día Manuel, un compañero de trabajo, lo invitó después de la oficina a una comilona sin gluten que se llevaría a cabo en un lugar del centro de Santiago. Manuel era abiertamente celíaco y sospechaba que Amaro también lo era. Amaro aceptó esa invitación, por curiosidad más que por motivación de acompañar a Manuel. En la mesa central de la comilona había todo tipo de comida sin gluten. Panecillos, pasteles, galletas. Amaro coquetió primero con las galletitas, se comió algunas, después sacó  un pedazo de queque, un poco de esto, un poco del otro. No se dio cuenta cuando en cosa de minutos ya se estaba atragantando comiendo de todo. Comió como nunca antes lo había hecho. Una liberación de años de no poder comer, de no poder disfrutar, de no poder ser él mismo. Vio en esa comilona a algunos conocidos, antiguos compañeros de la universidad, incluso a un compañero de colegio. Nunca pensó encontrárselos allí. Tan normales que se veían en sus recuerdos comiendo de todo y sin embargo, eran también celíacos igual que él. 

Amaro frecuentó en varias ocasiones junto a Manuel esas comilonas y pasado un tiempo, decidió que era momento de contárselo a su familia. Sabía que no iba a ser fácil. Su madre siempre había soñado sentar a todos sus hijos y nietos a la mesa a comer frituras, dulces, cocadas. Manuel no le iba a poder dar ese gusto, y eso le iba a partir a ella el corazón. Sin embargo debía asumir su condición frente a su familia y así lo hizo. Fue un día en un almuerzo dominical:

-Amaro hijo, ¿quieres una empanada?
-No mamá gracias.
-Pero sácate una si están calentitas y bien buenas, de la mejor panadería.
-No mamá gracias. 
-Pero hijo, sácate una empanada si…
-¡No mamá!, ¡Te he dicho que no! ¡No quiero comer empanadas porque no me gustan! nunca me han gustado las empanadas y nada que tenga harina, porque soy alérgico al gluten…porque soy….
-¡Ya basta, no nos interesa escucharlo!-Intervino su padre
-¡Sí papá, sí les interesa escucharlo!…soy…¡soy celíaco!
En la mesa se generó un silencio sepulcral. Nadie se atrevía a decir nada. Cecilia lloraba y se secaba las lágrimas. Jorge, el padre de Amaro, miraba hacia el suelo. Jacinta y José, sus dos hermanos menores miraban al horizonte y de reojo a los personajes sentados a la mesa.
-Yo siempre lo supe- Intervino Jacinta. -Tengo amigos celíacos que te vieron en esas comilonas del centro.
-Y porqué nunca me lo comentaste hermana- le preguntó Amaro
-Nosé…pensé que era tu vida, y además tenías que asumirlo tu mismo
-Es culpa nuestra.- Intervino su padre suspirando y mirando hacia abajo. -Debimos haber sido mejores padres…nosé…haberte ayudado…haberte llevado más al McDonalds, a carritos de completos…a comer pizza.
-No papá, no es culpa de nadie.- Le replicó Amaro. -Yo simplemente soy así, ya lo he asumido y soy tremendamente feliz. Y no les pido que transformen de un día para otro su manera de comer, o que de aquí en adelante comamos todos sin gluten, solo les pido que me acepten así como soy. Que acepten…nosé…que no me voy a poder comer una hamburguesa, o una torta de mil hojas, o un café con medialuna, pero eso no significa que yo haya dejado de ser Amaro, el mismo Amaro que siempre han conocido, el que ustedes aman y los ama a ustedes.

La familia se emocionó, estaban todos con lágrimas en los ojos. Fue un momento bello, de aceptación, de abrazos, de una preciosa conexión y crecimiento familiar. Un momento de verdadero amor.

 Ahora estaba ahí, en la misa, frente al ministro que daba la comunión a celíacos. Porque la iglesia de ahora o al menos una parte de ella, es también una iglesia evolucionada, una iglesia que de a poco ha sido capaz de entender que los celíacos son y han sido siempre hijos de Dios. Dios lo amaba aún con su condición de celíaco, porque Dios lo había hecho así y era tremendamente feliz de que Amaro lo aceptara. Y ahora, Amaro también era tremendamente feliz de aceptarlo.

Recibió la comunión con lágrimas en los ojos. Sintió una palmadita empática del ministro de la comunión en su hombro, cerró los ojos, respiró hondo y regresó a su asiento.
   

domingo, 5 de mayo de 2019

LA TOMA


 Se tomarían la Universidad por sorpresa esa misma noche. Todo había sido cuidadosamente planificado. El campus estaba bien custodiado por fuera, por lo que se quedarían adentro de las dependencias y se esconderían en puntos estratégicos. Debían esperar y salir de entre la oscuridad a eso de las once, después de que terminaran las clases de los vespertinos y posgrados, ahuyentando a los pocos guardias nocturnos que vigilaban. Serían tres grupos divididos por carreras, de aproximadamente cinco o seis personas cada uno. El grupo de estudiantes de Trabajo social se escondería en los laboratorios de Química, que desde que fue prácticamente desmantelado en la última toma, se ocupaba como semi bodega de desechos que ni siquiera los ratones se molestaban en visitar. El grupo de Antropología se quedaría  adentro de la biblioteca en el sector donde se encontraban las revistas latinoamericanas de Ciencias Sociales. Nadie iba nunca a ese sector por lo que difícilmente serían sorprendidos a la hora del cierre. Finalmente, el grupo de estudiantes de Sociología, se escondería en la bodega subterránea del personal de aseo.


Se conmemoraban esa noche los diez años de la muerte del estudiante de la universidad asesinado por la represión policial en las protestas estudiantiles. No recordaban exactamente su nombre, al parecer se llamaba Víctor. Murió de un aneurisma cerebral en su casa el cual fue provocado por la tensión nerviosa que la violencia fascista ejerció sobre él y sus compañeros horas antes durante las manifestaciones. A diez años de su fatídico deceso, las cosas seguían igual: la misma represión y las mismas injusticias, más y más estudiantes que ingresando cada año a la educación superior se daban cuenta del mundo en el que estaban, de la triste sociedad que se estaba construyendo. El sacrificio de Víctor había sido en vano. Un mártir sin causa muerto por las garras del monstruo neoliberal. La conmemoración de su muerte no podía ser un simple intento de recuerdo u homenaje, debía ser una instancia de reivindicación de demandas sociales y estudiantiles. Los chicos lo tenían claro y, en vísperas de la toma, estaban dispuestos a que nadie olvidara a Víctor -si es que así se llamaba- y lo que su muerte simbolizaba.


 Las seis con quince minutos. La última semana de Marzo conservaba aún el clima estival, por lo que la espera hasta la noche no sería particularmente dura. El grupo que ingresaría a la bodega subterránea estaba listo para la acción. Una vez que vieron el patio central un poco más desierto, corrieron raudos hacia la oscura escalera de siete metros de profundidad que conducía a la puerta subterránea. La encontraron entreabierta, siempre estaba así a esa hora, ya lo habían estudiado.
Ingresaron despacio los seis, de uno en uno. Sergio, el último en entrar, volteó a ver hacia arriba y su mirada se topó con la de la señora Julia, una de las mujeres encargadas del aseo en el turno de la tarde. Ella lo observó desde la parte superior de la escalera sin decir nada. Sergio pudo sentir en la mirada de la mujer una complicidad de clase. Ese código en los ojos obreros que sólo los oprimidos conocen cuando se habla con el lenguaje de la lucha, con el lenguaje de la revolución. El joven pudo leer en la mirada de Julia ese “adelante, lo están haciendo por mí, por mis hijos y por mis nietos, por Víctor, por nosotras, por todos”. El joven asintió con la cabeza hacia Julia y entró a la bodega cerrando la puerta.


Las seis con treinta y dos minutos. La señora Julia se dirigió enseguida donde Don Elmer, el guardia de la entrada que estaba de servicio a esa hora:
-Hola Don Elmer, sabe que recién vi a unos estudiantes que entraron a la bodega del aseo, yo supongo que pa’ tomar o fumar o quien sabe qué. Y yo los miré no más, pero no les dije nada porque usted sabe como se ponen. El problema es que entraron y cerraron la puerta, y esa puerta sólo puede abrirse con la llave, no tiene manilla para abrir por dentro. Yo por eso la dejo junta en la tarde cuando hago aseo.
- ¿Cómo? ¿Se quedaron encerrados entonces? Pero y la llave, ¿quien la tiene oiga?.-
- Es que ese es el problema pues Don Elmer. La copia de esa llave se perdió hace mil años y la única que tiene llave de eso es la Vinka, pero la Vinka se fue hace como media hora a su casa.
- Chuuuuu- Dijo don Elmer agarrándose la cabeza.
- Hay que llamar a un cerrajero nomás Don Elmer.
- No oiga, qué cerrajero, lo llamo y después la Universidad me sale con que porqué no había copia de la llave o no se qué y me descuentan a mí del sueldo el arreglo.
- Bueno y ¿qué vamos a hacer entonces?.
- A ver, ¿tiene el teléfono de la Vinka? Llámela pa’ que se devuelva. Yo creo que la pillamos todavía en el metro. Le pagamos un taxi por último a la vuelta. De todos modos sale más barato que pagar el cerrajero.


La señora Julia sacó su celular y le mandó un audio a Vinka por Whatsapp. Entretanto, los chicos esperaban ansiosos adentro de la bodega el momento del ataque una hora antes de medianoche. A esa hora según lo acordado, saldrían los tres grupos de sus escondites gritando alguna consigna que acordarían por Whatsapp durante las horas de espera. Una opción era salir gritando: “¡ésta es la toma por el compañero Víctor!”, pero tenían que confirmar que se llamaba así. De todas maneras había tiempo para eso. La otra opción era salir cantando alguna canción de Quila, de Sol y Lluvia o algo de ese género. Pero no se sabían casi ninguna. De todas formas había tiempo también para buscarla en Youtube y aprenderla.


Las siete con veinte minutos. El desafortunado grupo de estudiantes que se encontraban adentro de la bodega de aseo, además de estar encerrados sin saberlo, se dieron cuenta al poco tiempo de que adentro de su escondite la señal no tomaba los teléfonos celulares, por lo que no podrían coordinarse con sus compañeros que esperaban en los otros dos puntos. Por desgracia, no tener esa comunicación les impedía enterarse de que el grupo de la sala de laboratorio se había quedado tomando y fumando en la plaza aledaña a la universidad y finalmente no llegaron a su punto de operación. Al grupo de la biblioteca les salió a último minuto la tocata de un compañero y tampoco se quisieron quedar.


Siete con cincuenta minutos. La señora Julia escuchó con atención el audio de respuesta de su compañera:
- Ya, resulta que la Vinka no va a volver na’ don Elmer, tiene que estar a las ocho en su casa para cuidar a su nieto. Pero me dijo que va a ver si manda las llaves con alguien.
- Pfffff…ya, bueno, veamos qué pasa. Yo creo que hay que ir abajo no más a ver en qué andan estos chiquillos.- Señaló Don Elmer.
- Sí, yo creo que es bueno Don Elmer que nos den sus nombres por si la Vinka se demora en mandar a alguien pa poder…nosep…avisar en sus casas al menos…mire que allá adentro no hay señal de celular, están incomunicados.


Ocho con diez minutos. Se dirigieron a la puerta de la bodega. Don Elmer bajó la escalera, le dijo a Julia que esperara arriba. Gritó fuerte hacia adentro pegando el rostro a la gran puerta gris:
- Chiquillos, están encerrados y no hay señal de celular, estamos tratando de resolverlo-. La puerta era gruesa y de un concreto sólido, lo cual impedía que el intercambio de palabras hacia adentro de la bodega fuera fluído.
- ¿Quién es? ¿Qué está diciendo?- Preguntó desde adentro Paula asustada.
Sergio que estaba más cerca de la puerta volvió la cara con espanto hacia sus compañeros:
- Es la voz de un paco, algún tira, o alguien de inteligencia, nosé. Sapearon la operación. Dice que nos encerraron y que cortaron la señal de celular
- ¡Por eso no llegaba la señal de celular aquí! ¡La cortaron ellos!- dijo Gonzalo angustiado. Sergio se volvió hacia la puerta gritándole a su interluctor para confirmar la sospecha:
- ¿¿Entonces ustedes fueron??-
- Este cabro qué se habrá fumado- Pensaba Don Elmer -¿Cómo vamos a haber ido nosotros a buscar la llave si estoy aquí hablando con él?- ¡No, no fuimos nosotros!- Le respondió-  ¡Pero gestionamos para que alguien lo hiciera!
- Sí compañeros, mandaron a alguien a que cortara la señal de teléfono- Se volvió Sergio al grupo.
- ¡Conchasumadre!-  Paula se puso las dos manos en la cara y los ojos se le humedecieron. Gonzalo la trató de tranquilizar poniéndole una mano en el hombro.
-Pero no puede ser-. Intervino Gilda.
-Claro que puede ser - Intervino Héctor sentado en el suelo desde un rincón mirando al infinito con voz solemne. -Es lo primero que hacen estos grupos de inteligencia, cortar las comunicaciones, hay mil historias de lo mismo. En El Salvador, en Argentina, en Brasil, en El Congo, aquí en Chile- El ambiente dentro del grupo era de muchísimo miedo.


Don Elmer escuchaba voces adentro pero no lograba oír bien lo que decían. Volvió a hablarles pegado a la puerta:
- Chicos, no sabemos cuanto rato pueden estar acá adentro. Necesito comunicarme con sus familias para no preocuparlas. ¿Me escuchan? ¡Necesito datos para comunicarme con sus familias!
- ¿Escucharon eso verdad?-  Dijo Camila con ojos desorbitados de terror.
Paula se agachó tomándose las rodillas con los antebrazos y los ojos llorosos mirando a la nada
- Hijos de puta…con nuestras familias no…con nuestras familias no…con nuestras familias no fascistas conchasdesumadre….los que estamos peleando esta guerra somos nosotros…con nuestras familias no…
 Gilda  y Sergio también empezaron a llorar.


Ocho con treinta y siete minutos. Don Elmer alcanzó a escuchar algunos llantos. Eso lo preocupó y pensó que algo podía estar mal:
- A ver chiquillos, cálmense, todo va a salir bien. Miren, entiendo que no quieran preocupar a sus familias, pero al menos necesito saber quiénes son los que están ahí adentro. Puedo buscarlos en la base de datos del sistema y, sólo en caso de que haya pasado mucho rato nos comunicamos con sus casas. Pero al menos denme sus nombres….Me escuchan…¡Sus nombres chicos! ¡Necesito sus nombres! ¡Los nombres de cada uno para buscarlos en la base de datos!-
- Quiere que les demos nuestros nombres, que de todas formas ya nos tienen en sus bases de datos- Intervino Sergio.
- Tal vez sea lo mejor…entregarnos- Intervino María.
- No sé…a lo mejor tenemos que empezar a negociar- Señaló Gonzalo.
- Tal vez ya tienen a los otros dos grupos- Agregó Paula…
- ¡Es que no entienden!- Gritó Héctor desde su rincón. -¡No saben quienes somos! ¡Nos están amedrentando!...¡Por ningún motivo hay que darles nuestras identidades!...¡Son profesionales del terror compañeros! ¡Saben cómo amedrentar!
Se produjo un instante de silencio. De repente, Sergio se paró con firmeza y gritó con vehemencia mirando a la puerta:
-¿¡Quieren saber quienes son los que estamos aquí adentro!? ¿¡De verdad quieren saberlo facistas conchasdesumadre! ¡Entonces se los diremos!? ¡Aquí adentro está la justicia! ¡Aquí adentro está la revolución! ¡Aquí adentro está el mañana!-
-¡Aquí adentro está la lucha!- Se paró Paula firme.
-¡Aquí adentro está la esperanza!- La siguió Gonzalo.
-¡Aquí adentro está la lucha y la esperanza!- Empezaron a gritar todos -¡Aquí adentro está la lucha y la esperanza!-


Don Elmer frunció el ceño pegado a la puerta y empezó a murmurar:
- La Lucha, la Esperanza… ¿Pero estos pendejos se creerán que con esos nombres puede uno buscarlos en el sistema?…definitivamente se están fumando algo allá adentro- Se volvió a dirigir a ellos- ¡A ver chicos…es que así no se puede! ¡Sean más precisos! ¡Necesito apellidos también! ¡Esperanza cuanto! ¡Lucha cuanto! ¿Me escuchan? ¡Esperanza cuanto! ¡Lucha cuanto!
-¿¿Cuánto de esperanza?? ¿¿Cuánto de lucha?? …nosé…toda la que sea necesaria- Dijo Sergio con voz profunda mirando hacia el suelo.
-  Chiquillos en serio, ¡no me pueden venir con que está la Lucha y la Esperanza! ¡Con eso no se puede hacer nada!…¡De verdad necesito que se pongan serios!- Gritó nuevamente Don Elmer.
- Que no se hace nada con la lucha y la esperanza, que nos pongamos serios- Informó Sergio a los demás desde la puerta.
- ¿Porqué hacen esto? ¡¿Porqué nos están haciendo ahora esta tortura psicológica?!- Intervino Paula secándose las lágrimas…
Todos miraron hacia el rincón donde se encontraba Héctor, que sentado mirando hacia la pared parecía estar elaborando una certera respuesta.
- Porque así los entrenó la CIA en la Escuela de las Américas- Dijo. –Ya no se trata de torturas o dolor físico, se trata de destruirte por dentro, de cagarte la psiquis hasta que no puedas más y te entregues y entregues toda la información necesaria


Ocho con cincuenta minutos. Se produjo un silencio sepulcral en el interior. Sergio retomó la palabra:
- ¿Y son capaces de destruirnos por dentro? ¿O somos capaces de resistir hasta dar la vida por esto compañeros?...Creo que es buen momento de decidirlo
Otro gran silencio. Paula lo rompió derrepente:
- Estoy cansada de ver pasar mi vida y que las cosas no cambien, de la represión, de la tortura a la que somos diariamente sometidos en este neoliberalismo infernal, donde somos un número, un código, y con suerte saben cómo te llamas en la universidad, en las tiendas, en los bancos…Víctor dio su vida por esto.-
- Parece que se llamaba Andrés según me dijeron- Aclaró Gilda.
- ¡Da lo mismo! ¡Como sea que se llamara! ¡El nombre no importa!- Replicó Paula. ¡Lo que importa es que dio su vida por esto, por una sociedad mejor!….¡Tenemos que seguir esa lucha hasta donde sea necesario!…¡Si voy a seguir viviendo en una sociedad como esta, prefiero no vivir!-
-Ni yo- Susurró Gonzalo
- Ni yo- Le siguió Gilda.
- ¡Entonces hay que resistir compañeros! ¡Todo lo que sea necesario!- Dijo Sergio y empezó a tatarear la canción de Quila…cada vez más fuerte, los demás le siguieron…



Nueve con veintitrés minutos. Don Elmer al escuchar que cantaban adentro se alivió un poco y aprovechó la chance para ir un rato arriba a fumar un cigarro y preguntarle a la señora Julia qué pasaba con la llave:
- No sé, no me ha dicho nada más la Vinka Don Elmer, y yo ya me tengo que ir, hace media hora que salí de mi turno. No quiero llegar tan oscuro a la casa.
- Si la entiendo- Dijo Don Elmer prendiendo su cigarro- Vaya nomás doña Julia, déjeme eso sí el número de la Vinka para seguirme comunicando yo con ella a ver si mandó a alguien con las llaves.
- ¿Y los chiquillos cómo están abajo?-
- No sé- Dijo Don Elmer agarrándose la cabeza y botando el humo. – La comunicación hacia adentro es bien mala. O a lo mejor andan volados, vaya a saber uno, pero creo que no escuchan bien lo que uno les dice…
- Mmm…si po’, esa puerta es súper gruesa, apenas se escucha pa’ afuera. Me acuerdo que por eso sacaron las manillas y dejaron que se abriera a pura llave…antes iba mucho estudiante a tener relaciones sexuales adentro…como nadie los escuchaba…cuando pillaron una vez a unos , se acabaron las manillas…- Se quedó un rato pensando y prosiguió -Oiga Don Elmer, ¿sabe?….adentro en la bodega hay una radio a pilas ahora que me acuerdo…creo que está detrás de unas cajas…la señal de esa radio llega bien porque a veces la ocupamos pa’ escuchar música con las chiquillas ahí adentro…a lo mejor puede servir de algo, no sé…
- Mmm…una radio a pilas- Repitió Don Elmer pensativo. - ¿Qué hora es doña Julia?-
- Diez con cinco-
- Mmm, fíjese Doña Julia que están dando justo ahora el programa este nocturno de la radio Bío Bío, que van conversando y entre medio llama mucho taxista y gente de todo Chile avisando de tráfico, de choques, cortes de luz y todo eso. Yo siempre lo escucho aquí cuando hago el turno ¿y si derrepente llamamos pa que avisen a estos chicos que no se preocupen?-
- Oiga no sería mala idea Don Elmer. Pero tendría que decirle a los chiquillos que busquen la radio y la prendan. Estoy casi segura que está detrás de unas cajas en el rincón del fondo, ahí la dejamos la última vez, y las pilas todavía funcionan porque no la ocupamos mucho.


Diez con veintiseis minutos. Don Elmer tiró el segundo cigarro al suelo y volvió a bajar rápidamente las escaleras de la bodega pegándose a la puerta:
- Chicos, yo de nuevo, espero esté todo bien. Necesito que busquen una radio que está por ahí detrás de unas cajas al fondo. – Volvió a tomar aire para gritar fuerte -¿Me escuchan? ¡La radio!-
Sergio se quedó pegado mirando a la puerta sin decir nada.
- ¡¿Qué está diciendo el paco po Sergio?! ¡Habla! Le preguntó Gonzalo con impaciencia.
Sergio voltió hacia sus compañeros.
- Llegó la prensa compañeros. ¡Esto está trascendiendo!. Está la radio, a lo mejor también la televisión.-
- ¿Qué radio es la que llegó? –Preguntó Héctor con suspicacia.
- ¿Qué radio es?- Gritó Sergio hacia afuera.
- ¡La Bío Bío!, ¡Es la Radio Bío Bío!- Gritó Don Elmer de vuelta.
- La Bío Bío compañeros. La de los fachos que hablan en contra de los partidos de izquierda.- Sentenció Sergio.
 -Chucha- Dijo Gilda.
- ¿Y qué hacemos?- Preguntó María.
- No podemos dar ninguna información a esta prensa chilena sesgada- Dijo Héctor con firmeza desde su rincón- ¡Vamos a ser carne de cañón!, ¡nos van a perseguir mediáticamente!
Paula volvió a llorar amargamente poniéndose las manos en la cara:
- Ni ahí loco…ni ahí con salir de aquí y seguir viviendo en este país donde me van a estar persiguiendo políticamente…la gente de la derecha hablando de nosotros todo el tiempo…la prensa de la derecha persiguiéndonos…no vamos a poder vivir así…no es vida…no es vida…-


Once y un minuto. Don Elmer notaba que no había mucha acogida a su petición adentro. Decidió retomar entonces la comunicación hablándoles desde el otro lado de la puerta:
- Ya a ver chicos, da lo mismo, dejemos de lado lo de la radio. Lo que quiero sobre todo es que podamos comunicarnos bien. Me da la impresión de que no nos estamos coordinando mucho. Necesito que me digan cualquier cosa que se les ocurra y yo les respondo si lo escuché tal cual o no. Cualquier cosa que se les ocurra.
- Ok compañeros, están empezando a negociar- Dijo Sergio- Qué pedimos-
- ¡Un helicóptero fuera de Chile! ¡Justo aquí en la entrada!- Señaló Paula con firmeza. Sergio se pegó a la puerta
- ¡Ok paco! ¡Queremos un helicóptero pa’ irnos fuera de Chile! ¡Justo en la puerta cuando hayamos salido!
- ¡Helicóptero pa irse a fuera de Chile! Se escucho perfectamente. Bien chiquillos. Digan otra cosa, da lo mismo que sea incoherente, lo importante es que vayamos probando el retorno del sonido.
- Aprobaron nuestra primera demanda compañeros.- Señaló Sergio. Hubo gritos de euforia y alegría.
- Qué bueno, están más tranquilos ahora que nos estamos escuchando- Dijo Don Elmer aliviado. - ¡Ok chiquillos, digan otra cosa!  
- ¡Otra cosa compañeros!- Preguntó Sergio.
- ¡La liberación de todos los presos políticos privados de libertad en este gobierno! Señaló Héctor.
- Sí, es lo que Víctor hubiera querido- Asintió Gonzalo.
- ¡La liberación de los presos políticos…paco conchetumadre! - Gritó Sergio hacia afuera.
- Liberación de presos políticos…paco conchet…jaja…esta bien…un poco de humor pa relajar la tensión…está bien chiquillos. Se escuchó bien eso- Sonrió Don Elmer.


Once con veinte. Don Elmer vio a un joven delgado bajando por la escalera hacia la bodega.
- ¿Usted es Don Elmer? Soy Esteban el sobrino de la Vinka. Me mandó con unas llaves que le tenía que pasar.
- Ah…no nos dijo la Vinka que había mandado a alguien, pero menos mal que llegó. A ver, páseme esas llaves.- Don Elmer se volvió a la puerta.
- ¡Chicos, llegaron las llaves! ¡Vamos a abrir!-
- ¡Nos van a liberar compañeros!-
Gritos de alegría. Héctor los interrumpió al instante:
- ¡Compañeros, salimos con el rostro cubierto! ¡Metan la cabeza debajo de sus poleras! ¡Esto hay que hacerlo bien! ¡No podemos ser identificados por los de inteligencia! ¡Abren y corremos directo al helicóptero! ¿Entendieron? ¡Con la cara cubierta directo al helicóptero!
Todos asintieron con obediencia bajando el clima de euforia.
Don Elmer abrió la puerta y al instante, los seis  jóvenes salieron rápidamente de uno en uno con las cabezas debajo de sus poleras, corriendo a tropezones por la escalera rumbo al helicóptero que los esperaba. Pasaban por la entrada entre medio de Don Elmer y Esteban que los miraban extrañadísimos:
- ¿Oiga qué pasó? ¿Hay una fuga de gas adentro que salen así?- Preguntó Esteban.
Don Elmer se encogió de hombros sin borrar su cara de asombro. Después de que salieron todos, ambos hombres ingresaron a la bodega a ver si acaso había algo en el interior que respondiera a los supuestos síntomas de asfixia de los jóvenes.
- No sé, no se ve nada- Dijo don Elmer después de inspeccionar el lugar con la mirada.
- Yo creo que querían ir al baño, deben haber estado tomando aquí adentro,y fumando a lo mejor…
- Claro, y saben que eso les puede traer problemas con la universidad, por eso salieron así, porque no querían que los identificáramos.- Afirmó Don Elmer. – Pobres cabros, anda bien perdida esta juventud, ojalá se vayan derechito a sus casas para que no preocupen más a sus familias.

Once con treinta y siete. Los chicos siguieron corriendo por el patio a rostro cubierto sin ver nada hasta que se toparon con una aspiradora de aseo industrial que a esa hora se pasaba por el patio central. Se guiaron por el sonido del aparato ya que era lo más cercano que oían al ruido de una máquina aérea. La mayoría se tropezó con la aspiradora cuando trataban de ingresar al helicóptero.
Dos auxiliares de servicio que quedaban arriba haciendo aseo los miraron algo extrañados.
-¿Y a esos qué le pasa, los estaban mechoneando?
- No creo, si el mechoneo ya fue ya.
-Deben andar curaos.
Ambos se encogieron de hombros y continuaron con su trabajo.