miércoles, 4 de marzo de 2020

¿QUÉ SE DEBATE REALMENTE CUANDO SE DEBATE ACERCA DEL ABORTO?


Agradezco a quienes lean esta columna de opinión para la cual le pido el espacio prestado a mi blog de cuentos, a falta de poder contar con redes sociales donde podría haberla publicado. Desde hace ya un tiempo que he decidido prescindir de redes sociales para emitir reflexiones como esta pues la polaridad del ambiente actual en nuestro país nos hace lidiar con muchos que  solo entienden “la primera línea” de lo que leen.  Finalmente, debo decir que lo que sigue no pretende ser más que una suerte de ejercicio intelectual “de vuelta del verano” que espero aporte sin en todo  caso buscar el aplauso fácil (no busco hacer ni un "Belloni" ni una "Tere Marcovic"). Anticipo entonces que hay temas por los que admito que paso muy por encima y además no me preocupo de recurrir a citas o referencias pese a que sí menciono a unos pocos autores. De cualquier manera, hay marco teórico bastante sólido y contundente para sostener las tesis que aquí se esbozan.


¿Qué es lo que se debate cuando se debate cerca del aborto?

Como es bien sabido dentro del amplio espectro de temas que se proponen a partir de las luchas del movimiento feminista, el que sin duda resulta más sensible, controversial y de apasionadas posturas es el de la despenalización del aborto. No hay suficiente gasolina para encender otros debates de la lucha feminista tales como la diferencia de salarios o la mayor participación del hombre en los deberes del hogar, como el arsenal de combustible que explota cuando se habla acerca de la legitimidad de que la mujer pueda decidir interrumpir un embarazo.


 Quienes alzan pañuelos verdes a favor de la libre interrupción del embarazo, defienden la libertad de la mujer de hacer lo que desee con su propio cuerpo. Quienes alzan pañuelos celestes en contra de la interrupción, defienden la vida que se anida en el vientre de la mujer, argumentando que la libertad sobre su cuerpo termina donde empieza la de la supuesta criatura humana que lleva dentro. Lo que yo voy a argumentar en esta columna y espero hacerlo bien, es que ambas son posturas que tocan tangencialmente el tema de fondo que es el que en definitiva provoca creo yo, los enconados debates entre ambas visiones. Mi tesis es que la pregunta de fondo que subyace a estos debates flotando invisible en medio de la crispación no es otra que la siguiente: ¿Es acaso injusto que sea la mujer la que quede embarazada?


A primera vista, esta es una pregunta que no tiene mucho sentido (ok, a primera vista parece una pregunta tonta pero téngame algo de fe y siga leyendo). En efecto, el embarazo de la mujer (y el “no embarazo” del hombre) no es un tema de justicia o injusticia sino de funcionamiento biológico, es decir, es un tema de la naturaleza. La pregunta que yo formulo desde este punto de vista es tan absurda como plantear la injusticia porque unas regiones del mundo estén en el trópico con un eterno y afable verano y otras muriéndose de frío en los círculos polares. Se trata sencillamente las leyes de la naturaleza y frente a ello nada se puede hacer.


Para que el embarazo de la mujer-frente al no embarazo del hombre- pueda catalogarse de justo o injusto, se tendría que partir entonces de la premisa de que éste es un hecho susceptible de ser manipulado por el criterio humano de modo de poder equilibrar la injusta situación. Es por eso es que en otros frentes de la lucha feminista sí se puede hablar con propiedad de justicia o injusticia cuando se debate por ejemplo en torno a las diferencias salariales, a la violencia contra la mujer o a la asimetría de las labores en el hogar. En estos tres temas y también en otros, más allá de la complejidad que revisten sus posibles mejoras, partimos todos (supongo) de la premisa de que depende de que se haga un esfuerzo como sociedad para que se alcance mayor equilibrio y  justicia en cada uno de ellos. No podemos en cambio impedir que sea biológicamente la mujer la escogida por la naturaleza para quedar embarazada. Puede abortar, puede tomar pastillas, puede esterilizarse, pero sigue siendo la escogida de la naturaleza para quedar embarazada.


Es curioso pero si se piensa un poco, los temas en los que los debates que propone feminismo parecen “menos encendidos”  tienen que ver justamente con el grado de aceptación de todas las partes en disputa de la premisa de que más allá de las posturas y soluciones “el problema está en manos de los seres humanos corregirlo” (como los propuestos más arriba). El tema del embarazo en cambio es distinto; la mujer queda embarazada, el hombre no y así lo quiso la naturaleza, nada que hacer.


¿Porqué el tema produce tanta controversia? ¿Simplemente por basarse en una pregunta sin sentido? El motivo por el cual el debate produce tal grado de emocionalidad es porque la pregunta ¿Es injusto que la mujer quede embarazada? comienza-por primera vez en la historia- a dejar de ser una pregunta sin sentido. La modernidad como expondré a continuación, le ha comenzado a dar sentido a esta pregunta. Y cuando una pregunta que antes no tenía sentido pasa a tenerlo las resistencias son fuertes. En alguna medida, los cambios de paradigma se producen en la historia precisamente cuando las preguntas absurdas dejan de serlo (¿Es redonda la Tierra? ¿Son eternos e inmutables el espacio y el tiempo? Etc.).


Lo que a mi entender, hace que la pregunta ¿Es injusto que la mujer quede embarazada?  tenga sentido es el asombroso nivel de dominio y manipulación de la naturaleza que el ser humano ha logrado en los últimos tres siglos y particularmente en las últimas décadas y por lo tanto, las consiguientes expectativas que ello genera en las proyecciones futuras. Los avances tecnológicos y científicos que se lograron en las tres revoluciones industriales durante los siglos XIX y XX fueron impresionantes y como concuerdan los historiadores y cientistas sociales, sólo equivalentes como saltos cualitativos, a pocos hitos de (muuuy) larga data como la invención de la rueda, la creación de las herramientas, la manipulación del fuego y de los metales y por supuesto, el comienzo de la agricultura. A todo ello hay que sumarle las particulares características de nuestra relación con la naturaleza en la cuarta revolución industrial-informática que actualmente vivimos. Por un lado, los llamados problemas “naturales” comienzan poco a poco a desdibujarse para mezclarse con problemas “artificiales” o creados por el ser humano. El ejemplo emblemático de ello (pero no el único) es evidentemente el calentamiento global con todas sus consecuencias climáticas y ambientales. Por otro lado, el mundo virtual que ha creado internet comienza a reproducir una verdadera “segunda realidad” manipulada por los seres humanos. Interacciones fuera del espacio-tiempo, lugares y personas que físicamente no existen, comienzan en su conjunto a gestar una verdadera “segunda naturaleza artificial”.


Por otra parte, debemos tener en cuenta las expectativas que todos los avances mencionados generaron en los últimos siglos en los seres humanos, particularmente en nuestra sociedad occidental. Desde que todos estos avances científicos y tecnológicos comenzaron a gestarse a finales del siglo XVIII -y también debido a importantes avances científicos y de las humanidades  que venían desde el siglo XV- emerge una suerte de profundo optimismo en el porvenir de la humanidad. La modernización (los grandes avances en ciencia y tecnología) genero como “promesa” la modernidad (las expectativas que generaron esos avances de que tanto las sociedades como los individuos, seríamos más felices, autónomos y emancipados). Vivimos desde ese entonces siempre en la vorágine de esa “promesa” en un futuro mejor. Vivimos con la vista puesta siempre en ese futuro que está por venir; promesas políticas, cartas gantt y cronogramas para todo, las "agendas" de los movimientos sociales, de los gobiernos, de los organismos internacionales, un sistema financiero mundial basado en el crédito (es decir, basado en la fe en el futuro a partir de la cual tiene sentido endeudarse), el repetir compulsivamente cada 31 de Diciembre que el año que viene será mucho mejor que el que se va y tres mil ejemplos más que se le vengan a usted a la cabeza de cómo vivimos los sujetos modernos en una eterna promesa que siempre está por llegar. 


Es en todo este contexto que aunque la biología aún dicte que es la mujer la que queda embarazada, “tenga sentido” sin embargo, preguntarse ¿Porqué tiene que ser así?. La modernización y su promesa, la modernidad, nos han dado permiso para preguntar e imaginar ya no por lo que ahora es posible, sino sobre todo -he aquí lo interesante- por lo que puede ser posible en el futuro (seamos realistas, pidamos lo imposible, decían los jóvenes del Mayo del 68 y eso que ni siquiera conocían el mundo virtual).  Si es que en los últimos dos siglos se ha avanzado a una velocidad abismante en ciencia y tecnología, si se ha podido desafiar las leyes de la naturaleza de manera asombrosa (y peligrosa), si vivimos actualmente en un verdadero mundo virtual paralelo hecho por nosotros mismos y sobre todo, si todo ello nos ha conducido a vivir constantemente en la promesa de que “lo mejor está siempre por venir”, hemos creado entonces las condiciones de posibilidad socioculturales para permitirnos plantear una pregunta de esta envergadura: ¿Es acaso justo que la mujer debe quede embarazada?. 


Hemos generado en el imaginario cultural la autorización para que algunos se “indignen” porque la naturaleza sea como es y no como debiera ser según nuestros criterios humanos. En resumen: es válido plantearse lo injusto que es el hecho de que la mujer quede embarazada sencillamente porque a partir de la evidencia de abismante progreso, hay un contexto de realidad que configura la subjetividad moderna en términos de constante expectativa en el futuro, la subjetivación de un presente al que siempre se le exige y reprocha no ser el futuro mejor, el "cumplimiento" de la eterna promesa. Un contexto que posibilita  pensar que “en algún momento” el Dios de la modernidad que todo lo puede (y la ONU su iglesia mediante), se hará cargo de que este tema sea al igual como el del salario, la violencia o los deberes en el hogar, un tema no ya biológico sino de justicia social.


Es pertinente llegado a este punto aclarar algunas cosas. No me refiero aquí a la expectativa en una proyección lineal o científica del avance en torno al tema. No se trata de que el feminismo sea un movimiento de proyección tecnológica cual “Carta Gantt”.  Se trata más bien de la posibilidad de que la pregunta pueda instalarse y por lo tanto, la posibilidad de “frustrarse” por la eventualidad de otra realidad mejor que sin embargo “aún” no llega. En definitiva, tiene que ver con el permiso que la modernidad le da al imaginario sociocultural de correr los límites de lo posible configurando una subjetividad acordé con ese imaginario.  En realidad, no existe movimiento social alguno (occidental al menos) que en cierta manera no haya sido sino una forma de expectativa en el avance tecnológico y científico. 


Tampoco estoy diciendo con mi argumentación que la mujer en general ya no quiera embarazarse. Mi punto no tiene que ver con el deseo concreto de alguna mujer específica sino con la expectativa que permite el contexto sociocultural en torno al tema. Una mujer de esta época puede querer embarazarse o no hacerlo, pero más allá de eso ella, a diferencia de las mujeres de cualquier otra época, puede imaginarse (tiene "el permiso de imaginarse") un mundo en el que no deba pasar por el embarazo. Sin ir más lejos, en El Mundo Feliz de Huxley, emblemática obra literaria de la modernidad, se nos ilustra esa gestación humana futura que ya no se anidaría en el vientre materno y se propone según esa visión futurista al parto natural como un acto “salvaje”. La cancha hace tiempo está rayada en nuestra cultura para poder imaginar más allá de las posibilidades de la naturaleza e incluso “indignarnos con ella” por no estar a veces a la altura de esa imaginación.     


Y pese a todo, la mujer sigue (aún) quedando embarazada y el hombre no. Esto genera una profunda ambivalencia y susceptibilidad en este tema. ¿Porqué? Porque aún la promesa moderna no se cumple a este respecto. Porque aún la realidad está al debe, porque aún la naturaleza es como es y no como debiera ser en este punto. La interrupción voluntaria del embarazo es lo máximo que el progreso moderno puede ofrecer de momento. Y hay que decir que no es para nada una solución de fondo sino más bien mediocre. Lo que la mujer que aborta quiere no es abortar sino ciertamente no haberse embarazado pues a fin de cuentas ni el aborto, ni las pastillas anticonceptivas y ni siquiera la esterilización se hacen cargo del tema de fondo: que la mujer queda embarazada y el hombre no, sencillamente porque así lo quiso la (madre) naturaleza. Y frente al imaginario moderno de que “todo puede ser posible” muchas mujeres no podrían evitar preguntarse legítimamente: ¿Porqué en la era de dividir átomos, de los viajes a la Luna (o a Marte en unos años más), la era capaz de corregir defectos hereditarios del cuerpo con cirugías, en la era en que se manipula el código genético, en la era de aumentar a casi cien años la esperanza de vida, en la era que acorta a milisegundos las distancias de comunicación entre Chile y Australia, porqué en ésta era yo sigo quedando embarazada (y el hombre no), al igual que las mujeres del Paleolítico, de la Grecia Clásica y del Medioevo? ¿Porqué la promesa moderna “no me ha llegado”? ¿Porqué mientras estamos creando una  abismante “naturaleza virtual”, mientras manipulamos la naturaleza a nuestro antojo yo sigo aún estancada en la naturaleza biológica del Neanderthal?


Debo decir que la propuesta de este dilema no es nuevo ni mucho menos original de esta columna de opinión. Simone de Beauvoir en su clásica obra El segundo sexo ya lo abordaba cuando señalaba (si logro resumir con justicia su compleja e interesante tesis) que mientras el hombre había podido desarrollar la naturaleza humana de su ser mamífero creando cultura, la mujer estuvo compelida a perpetuar la naturaleza mamífera de su ser humano, gestando, pariendo, amamantando y cuidando a los cachorros de la especie homo sapiens. Según la autora, para perpetuar nuestra especie, la historia de la mujer tuvo que ser pues historia cíclico-biológica idéntica a la de cualquier mamífero desde que estos aparecieron hace doscientos millones de años en la Tierra, mientras que la del hombre pudo ser historia lineal-cultural que actualizaba la condición propiamente antropológica. La historia de la mujer era historia “en círculo” de un ciclo natural perpetuo, mientras que la del hombre era historia “en progreso” de horizontes insospechados por descubrir y conquistar. ¿Y todo esto porqué? ¿No era acaso la mujer capaz de crear cultura? Desde luego que si lo era, pero además era la que sacó el premio de la naturaleza de quedar embarazada… y el hombre no. En realidad, mientras más logremos dominar y manipular a la naturaleza, más motivos verosímiles va acumulando la mujer para comenzar a cobrarle varias deudas históricas al Universo, o al menos plantearse seriamente hacerlo.


El dilema es complejo y ni siquiera la postura de hombres y mujeres “distintos pero iguales en derechos” lo resuelve satisfactoriamente. Si el grado de avance del progreso moderno ha llegado a los abismantes niveles descritos y por consiguiente ha generado las elevadísimas expectativas que nos tienen viviendo siempre en “la promesa del futuro”, entonces la postura de “distintos biológicamente pero iguales en derechos” se pone en entredicho y puede resultar contradictoria: ¿Qué de toda esa “diferencia biológica entre hombres y mujeres” no va a ser en el futuro algo que pueda modificarse? ¿Podemos estar seguros que los temas que hoy son de diferencias y por tanto biológicos, no serán mañana temas de derechos y por tanto de “justicia”?


Finalmente, otro factor que hace de este un tema muy sensible, es que cualquier respuesta frente a la pregunta ¿Es injusto acaso que la mujer quede embarazada? conduce a graves complicaciones y es a fin de cuentas un callejón sin salida. Si se responde de manera negativa y se dice “no es injusto porque así lo quiso la naturaleza y no somos nadie para cuestionarla”, entonces debemos admitir que el proyecto moderno, la promesa moderna en el futuro, queda para siempre inconclusa y trunca: no importa que hayamos alcanzado la utopía marxista de sociedad sin clases o el mercado capitalista perfecto; tendríamos que admitir nuestro total fracaso en dominar la naturaleza a nuestro favor si nada menos que el cincuenta por ciento de la humanidad tiene que seguir cargando con el mítico y arcaico castigo de Eva (aún si contamos con tecnología para irnos de vacaciones por todo el sistema solar). Si en cambio la pregunta se responde de manera afirmativa y se dice “sí, es injusto y por tanto más temprano que tarde los avances en Ciencia y Tecnología harán que deje de ser así” entonces la promesa moderna no es sino otra cosa que un proyecto de ruptura total con las leyes de la naturaleza tal como la hemos conocido hasta ahora, un proyecto que promete liberarnos de uno de los últimos bastiones de la ley natural que todavía no podemos manipular: nuestra propia reproducción como especie. Esto no puede sino ser tomado por muchos con angustia o por lo menos con un tremendo y legítimo grado de incertidumbre, debido a que nos deja antropológica y epistemológicamente a la deriva (motivo para mí, de la real crispación de los autodenominados “próvida”).


Y en fin. Como seres modernos vivimos en la expectativa. Cosas que se catalogaron como naturales e inmodificables durante milenios dejaron de serlo en dos siglos y medio ¿Se nos puede culpar entonces por esta propensión a vivir con la esperanza puesta en el futuro?. Por otra parte, la era virtual de la (sobre) información nos hace magnificar hoy el imaginario de la creencia por sobre la facticidad de lo real. Es pues en este contexto que muchas veces la persuasión de las redes sociales en torno al futuro prometedor de la mujer puede ser más real que la realidad.  El dilema es por lo tanto más difícil de lo que parece y requiere de mucho diálogo, reflexión y -a lo mejor- de menos visceralidad. Pero para que ese diálogo sea fructífero, propuestas como la que aquí planteo deben al menos ser contempladas como datos a la causa. Los autodenominados “próvida” a lo mejor viven también con esa expectativa puesta en el futuro. Tal vez esperan con ansias el dispositivo que permitirá leerle el pensamiento al feto de tres semanas creyendo haber ganado la batalla final al feminismo cuando la máquina decodifique un “no me abortes”.  

Pero en nuestra época del “no hay límites” del "nuestra felicidad está por venir" ¿eso calmaría acaso el descontento porque la naturaleza sea como es y no como (algún día) debiera ser? ¿Terminarían acaso allí los pañuelos verdes resignados frente al dispositivo provida? ¿Dejaría la mujer de preguntarse porqué sigue siendo ella la que debe quedar embarazada (aunque se compruebe irrefutablemente que lleva una vida adentro) mientras al mismo tiempo conquistamos el planeta Marte? Yo pienso que no.