domingo, 1 de septiembre de 2019

LA FÓRMULA.



“El poder se expande de manera capilar”. M. Foucault.

Joaquín estaba siempre a punto de orinarse en clases durante los meses de invierno. A veces incluso algo de orina se colaba en el pantalón plomo del uniforme sin que lo pudiera evitar. No era que no fuera al baño en los recreos porque iba y dos veces, pero el frío en esas salas de baldosa de la precordillera hacían que la orina volviera en cosa de minutos como si la vejiga quisiera estar a tono con esas nubes negras semicondensadas a punto de no aguantar más y mojarlo todo bajo ellas.  Era inútil, la profesora jamás lo dejaba ir.  Estaba bien que actuara así,  era lo que se esperaba de ella como formadora; forjar hombres íntegros, auténticos líderes que controlaran sus impulsos y pasiones, era el proyecto de ser humano que buscaba el colegio.

Así que un día, a sus ocho años, Joaquín atendió a sus circunstancias, aprendió a ponerse rígido y logró aguantar sin titubear hasta el recreo. Fue el descubrimiento de una fórmula maravillosa; posición erguida, columna recta, pelvis contraída, manos apretadas y se podía durar varias horas con la orina retenida.

Terminados los estudios escolares fue a la mejor universidad, para ser el mejor abogado e ingresar al mejor estudio. No era fácil soportar la presión que eso implicaba y muchas veces hubiera querido dejar el derecho y dedicarse a la ciencia política, la carrera que siempre quiso estudiar. Pero cuando esos sentimientos venían y amenazaban desbordarlo, recurría a su exitosa fórmula; posición erguida, columna recta, pelvis contraída, manos apretadas y se podían pasar varias horas de estudio y memorización de códigos jurídicos.

Se tituló con honores y entró a trabajar un prestigioso estudio de abogados, la carga laboral era muchísima y también las expectativas de sus jefes, los socios dueños del estudio. Todo era para ayer y los clientes por estar dispuestos a pagarle al estudio las horas que fueran necesarias, eran clientes a las horas que quisieran serlo. No existía el después del trabajo y muchas veces tampoco los fines de semana. En esos momentos Joaquín volvía a pensar en la vida que hubiera tenido de haber sido cientista político; analista de algún medio, eminente escritor o académico, consultor de algún organismo internacional quizás. Pero se sacaba de la cabeza esos angustiosos pensamientos ocupando su fórmula ya probada; posición erguida, columna recta, pelvis contraída, manos apretadas y se podían pasar diez horas de corrido arreglando contratos, tramitando posiciones efectivas, revisando escritos, hablando con clientes y resolviendo todo tipo de litigios.


Con el tiempo llegó a convertirse en socio del estudio porque después de acostumbrarse a soportar tantas horas sentado, su trabajo resultaba ser sumamente productivo. Era un jefe trabajólico y muy exigente con sus empleados. Todo era exigencia. Marta, su secretaria, aprendió a trabajar horas extras, a tener todo perfecto, a acostumbrarse a ese ritmo de trabajo. Para eso, en los momentos de flaqueza, cuando estaba a punto de llorar, ella encontró una excelente fórmula; aprendió a ponerse rígida:   posición erguida, columna recta, pelvis contraída, manos apretadas y se podía durar varias horas haciendo los informes de su jefe y aguantando sus ataques de rabia.

Marta llegaba a su casa tan cansada después de hora y media entre metro y micro, que pocas energías le quedaban para poder atender las necesidades de Carlos, su hijo pequeño de cuatro años. Muchas veces perdía la paciencia con el niño de lo estresada que estaba. A Carlitos le costó entender que su madre no era capaz de satisfacer sus necesidades de niño. Una noche Carlitos se orinó en la cama y a la mañana siguiente cuando Marta se dio cuenta al entrar a su pieza a despertarlo colapsó del estrés, le gritó y lo golpió, porque para colmo entre cambiarle las sábanas y dejar el colchón de la cama ventilándose se le hizo tarde para llegar al trabajo. Para el pobre Carlitos fue un hecho traumático pues nunca había sido golpeado por su madre. 

Así que desde ese entonces, cada vez que Carlitos tenía ganas de orinar en las noches encontró una fórmula genial, se ponía rígido; posición erguida, columna recta, pelvis contraída, manos apretadas y se podía durar varias horas con la orina retenida.
 

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