
Paola llegó ese Jueves a su casa desde colegio a eso de las seis. Su madre había partido hacía como una hora a su turno nocturno en el servicentro de la bomba bencinera ubicada en Providencia. Su abuela se encontraba en el culto evangélico. Su hermano quién sabe donde y mejor era no saberlo. Su padre manejando un taxi por Santiago o a lo mejor aún trabajando en la Zona Franca de Iquique, hace tiempo que no se enteraban. Sacó de la mesa del comedor un pedazo marraqueta de las tres que su madre le había dejado puestas en la panera para que se hiciera once cuando llegara y se dirigió a su pieza mascando el trozo de pan.

Dos días antes de su cumpleaños la adolescente les contó a su abuela y a su Madre que estaba embarazada de casi un mes. Consideró estratégico contarlo dos días antes para que así los ánimos se aligeraran un poco el día en el que se festejaba su nacimiento.
Probó la misma estrategia contándoselo por Whatsapp a su su semi-pololo-amigo con ventaja con estatus de es complicado en face. Pensaba que si le mandaba un Whatsapp y le daba cuarenta y ocho horas para digerirlo, él al menos le respondería saludándola para su cumpleaños y aprovecharía de decirle algo al respecto del audio de cinco minutos con el que Paola decidió ponerlo al tanto de que se convertiría en padre.
A pesar de que el mismo día de su envío el audio estaba marcado en azul, no recibió ni para su cumpleaños ni días después ningún tipo de respuesta del joven.

Se sentía raro tener que decidir
sobre eso. Se sentía raro tener que decidir sobre algo. No decidió el
consultorio que le tocó. No decidió el hospital asignado para parir o
interrumpir su embarazo. Por su comuna de residencia que tampoco decidió,
correspondía al Hospital Padre Hurtado. No
decidió qué aspectos de su vida debían ser problemas privados y cuales debían
quedar registrados en informes sociales, en la ficha de protección o en el
registro social de hogares. Eso lo decidía la municipalidad, el consultorio o
la trabajadora en su visita domiciliaria mensual.
Pero de repente resulta que podía
y debía decidir sobre seguir o no con este embarazo no planificado. Podía y
debía decidir sobre su cuerpo.
La Trabajadora social, esa profesional que les decía qué papeles juntar para el subsidio, adonde tenían que ir para la asignación, con quien debían hablar para el bono Marzo, qué cosas tenían que hacer como familia para evitar que su hermano volviera a desertar del colegio, esa profesional que fijaba las metas anuales que debían cumplirse y registrarse en el sistema para ese núcleo familiar, resulta que el día anterior en su última visita domiciliaria le había tirado esa frase insólita; “Será tu decisión porque cumpliste los dieciséis y hemos logrado como sociedad Paola que, cualquiera sea tu decisión el Estado la apoye”. ¿Qué chucha era eso? ¿Otro paro de la salud? Parecía como si de un momento a otro la profesional visitadora ya no quisiera hacer su trabajo. Como si se hubiera tirado a huelga frente a las narices de Paola.
La Trabajadora social, esa profesional que les decía qué papeles juntar para el subsidio, adonde tenían que ir para la asignación, con quien debían hablar para el bono Marzo, qué cosas tenían que hacer como familia para evitar que su hermano volviera a desertar del colegio, esa profesional que fijaba las metas anuales que debían cumplirse y registrarse en el sistema para ese núcleo familiar, resulta que el día anterior en su última visita domiciliaria le había tirado esa frase insólita; “Será tu decisión porque cumpliste los dieciséis y hemos logrado como sociedad Paola que, cualquiera sea tu decisión el Estado la apoye”. ¿Qué chucha era eso? ¿Otro paro de la salud? Parecía como si de un momento a otro la profesional visitadora ya no quisiera hacer su trabajo. Como si se hubiera tirado a huelga frente a las narices de Paola.
Seguía con la mochila puesta
sobre la espalda y sentada en la cama en la misma posición. Paola miró hacia la
planta de lenteja que tenía en el velador al lado de su foto. La había plantado
en un vasito y sobre un algodón en el colegio en el ramo de naturaleza cuando
estaba en sexto básico. Después a fin de año, sus demás compañeros botaron sus
plantas y algodones a la basura, pero ella decidió llevarse la suya a su casa,
la puso en un macetero pequeño y la cuidó desde ese entonces. Eso lo había decidido
ella. Esa plantita le recordaba que ella podía decidir, que alguna vez lo había
hecho. La plantita no formaba parte de ninguna decisión que había tomado la
visitadora. No estaba registrada en ninguna ficha o informe. Estuvo a punto de
caer en el registro cuando la trabajadora le preguntó en una de sus visitas si
era cannabis, pero después de asegurarse de que no lo era, la planta pasó al
olvido en el espectro psicosocial de ese hogar vulnerable, y quedó como algo propio
y suyo de lo que el sistema de protección no estaba enterado. Se tocó el vientre y mientras la miraba
suspiró y pensó “Si pudiera ser una lentejita”.

Era un programa de debate acerca
del tema del aborto. Debatirían los pro vida y los pro interrupción del
embarazo. Paola nunca se había interesado mucho en ese tipo de programas, pero
dada sus circunstancias pensó que era una buena idea mirarlo para orientarse un
poco. Se tumbó sobre el sofá y se puso a ver la tele.


En seguida el animador anunció el
turno del equipo verde no sin antes agregar que después de ese comienzo de los
celestes, los verdes la tenían difícil. Se instaló en el podio la primera chica
que debatiría por los verdes. También apeló a la estrategia audiovisual. A
medida que hablaba, puso fotos de niños desnutridos, de casas precarias en las
que se podía ver durmiendo a doce personas en campamentos, después una imagen
de las casas del barrio alto santiaguino para advertir el contraste. Inmediatamente, algunas fotos de mujeres en marchas feministas. Cerró con la reflexión acerca de por qué el barrio alto de este país tenía que decidir sobre los vientres del resto de las mujeres.


El público conmovido aplaude con
fuerza y los verdes alegres comienzan a gritar algunas consignas feministas.
Van a la primera tanda comercial. Paola se puso a pensar en por qué la gente de
plata tendría que decidir sobre su cuerpo, pero también se puso a fantasear que
la matrona le entregaba a su hijo en pedazos como la foto del feto que
mostraron. Se sacudió la cabeza para alejar de sí esa horrible imagen. Acomodó un poco su posición en el sofá y a
pesar de estar sola, se bajó el jumper que en el relajo se le había ido
demasiado arriba mostrando la pantaleta. Continuó viendo el programa.


En seguida tocó el turno para la
intervención del equipo verde. Se paró enfrente del podio la segunda chica de
este equipo. Comenzó a hablar sobre el vientre de la mujer, de que no era una
empresa privada, que el cuerpo de la mujer chilena no era la Minera Pelambres
ni el Parque Tantauco, que la derecha no tenía porqué seguir decidiendo sobre
sus cuerpos. Que sus cuerpos no eran propiedad privada de nadie salvo suya. Aprovechó de criticar la propiedad privada.

Terminado el round, el animador
anuncia la intervención que estaba estipulada para ese momento del programa de
una invitada, médico doctora en bioética que no se encontraba en ninguno de los
dos equipos sino que esperaba entre el público. La médico habló de la
complejidad del tema y sus distintas aristas. No pudo terminar su contundente
ponencia pues tuvieron que ir a la siguiente tanda comercial.
Paola aprovechó los comerciales
para hacerse un pan con mantequilla. Abrió el refri y le puso a su marraqueta
una torreja de mortadela jamonada que quedaba. Volvió a instalarse frente al
televisor.
Retornaron a la tercera y última
tanda del programa. El conductor animó a cada equipo a dar un fuerte grito con
sus respectivas consignas y pasó a anunciar el tercer round que consistía esta
vez en preguntas del público y también llamados telefónicos de la audiencia. El
teléfono apareció rápidamente en la huincha inferior de la pantalla. Paola dejó
su pan de mantequilla y mortadela a un lado, tomó su celular y sin pensarlo
mucho ni saber porqué lo hacía, marcó el número del programa. Al tercer intento
logró comunicarse y hablar con el conductor:
-Hola, cual es tu nombre y de donde nos llamas
-Hola, soy Paola y llamo desde…Puente Alto- Mintió para que nadie la reconociera.
-Paola, dinos para cual de los dos equipos es tu
pregunta y cuéntanos lo que quieres preguntar
-Para el equipo…ehh…el verde…
Equipo verde entonces. Ok Paola, pregunte nomás
-Resulta que…osea…es que yo tengo dieciséis y
estoy embarazada...entonces- Se quedó en blanco presa de la angustia y no supo
qué más decir…
-Entonces qué pues Paolita…apúrese que el tiempo
aquí en televisión es oro
-Si perdón…osea es que…quiero saber…mi pregunta
es…es que yo…qué tengo que hacer yo…qué hago yo…gracias…eso- Cortó la llamada
muerta de vergüenza.
Se produjo un silencio en el
estudio. El animador se encogió de hombros. El equipo verde se miraba con un
poco de desconcierto. La chica del equipo verde que había expuesto en la tanda
anterior tomó entonces el micrófono:
- -Hola amiga Paola, gracias por tu pregunta. Mira,
tienes que estar sumamente tranquila. Lo que tienes que hacer es dirigirte al
consultorio que te tocó ahí donde vives y que ahí te orienten para que sepas
cuales son los pasos que debes seguir para realizar la interrupción de tu
embarazo. El Estado chileno debe asegurarte por ley la prestación con todas las
garantías de salubridad correspondientes. No te dejes amedrentar por nadie que
te haga tomar una decisión que tu no quieras. ¡Es TÚ decisión Paola, la de
nadie más!. Ni los médicos ni las matronas ni nadie puede decidir por ti. No te
dejes presionar, eres libre. ¡Ánimo amiga y el mejor de los éxitos!

-Tomen sus tecleras…y deeeeesde
ahoraaaa….yaaaaaaaaaa.
La votación del público apareció
en la pantalla. Había estado bastante estrecha, pero con un cincuenta y cinco
por ciento de las votaciones, los verdes habían ganado el debate. El equipo verde se abrazó,
nuevamente elevaron globos de aquel color y comenzaron a cantar el yingle del
aborto legal que circulaba desde hacía algún tiempo en las redes, que como
buenos chilenos habían copiado a las feministas argentinas, que como buenas
argentinas, habían copiado de una canción antigua italiana.


Paola apagó la televisión,
retornó a su habitación, prendió la luz pues a esa hora ya estaba oscuro y se
volvió a sentar sobre su cama. Volvió a mirar su foto, volvió a mirar su
planta. Estaba sola, aún no llegaba ni su hermano ni su abuela. Estaba sola. Había
estado sola toda la tarde. Se puso a llorar sin saber porqué. Se puso a llorar sola,
porque estaba sola, aún no llegaba ni su hermano ni su abuela.
Se puso a
pensar. Tenía miedo de que lo que tuviera adentro fuera un hijo. Tenía miedo de
que no lo fuera. Odiaba al padre de su hijo por no estar. Le daba pánico que se
apareciera. Deseaba que hubiera sido él el que hubiera quedado embarazado. No
quería ni que por un segundo fuese él quien pariera a su hijo. Vuelta a
preguntarse si lo que tenía adentro era un hijo. Vuelta a tener miedo de que lo
fuera. Vuelta a tener miedo de que no. Miedo de ser madre. Miedo de no serlo.
Odiaba al equipo verde. Odiaba al equipo celeste. Odiaba al animador. Odiaba ser mujer. Odiaba a su padre. Odiaba a los hombres. Odiaba a su madre y a su abuela. Las quería a ambas ahí con ella en ese mismo momento para abrazarlas y sentirse acompañada. Le daba pena lo que tenía adentro y le daban ganas cuidarlo, de protegerlo a toda costa como si fuera lo más importante del mundo. Quería ir al baño y poder mear o cagar lo que tenía adentro para que se le saliera de una buena vez.
Odiaba al equipo verde. Odiaba al equipo celeste. Odiaba al animador. Odiaba ser mujer. Odiaba a su padre. Odiaba a los hombres. Odiaba a su madre y a su abuela. Las quería a ambas ahí con ella en ese mismo momento para abrazarlas y sentirse acompañada. Le daba pena lo que tenía adentro y le daban ganas cuidarlo, de protegerlo a toda costa como si fuera lo más importante del mundo. Quería ir al baño y poder mear o cagar lo que tenía adentro para que se le saliera de una buena vez.

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