jueves, 29 de diciembre de 2022

CUENTOS RANDOM DE TERROR ABSURDO.



 CUENTO TERRORÍFICO DOS: La Cita Tinder

Jerry Mancilla lo había conseguido. Una cita en Tinder. Desde luego no la primera que tenía, pero sí la mejor, tal vez la única que realmente valdría la pena. Y no es que las  que tuvo antes hubiesen sido tan malas. Conoció a buenas personas, muy buenas conversaciones en las que aprendió de los más diversos rubros: Dentistas, Pedagogas, Fotógrafas, Psicólogas, Sociólogas. Buenas mujeres, pero ninguna muy agraciada, a su parecer al menos. Su inseguridad y baja autoestima le hacían pensar que haber logrado hacer match, era condición suficiente para sentirse agradecido y acordar salir con ellas. Solamente cuando llegaba a las citas y podía observarlas sin filtros ni selfies tomadas desde favorables ángulos lumínicos, se daba cuenta de que no podía obviar que tenía un cuerpo masculino sexuado de treinta y un años, que necesitaba de más que simpatía y buena conversación, y en fin, que por más que detrás de esas mujeres se escondiera una maravillosa persona, esa cita no pasaría de ser eso.



Pero esta vez sería distinto. Había hecho bien las cosas. Invirtió en su imagen, averiguó, le sacó buen provecho a la web: Manual para seductores; cómo lograr que esa chica inalcanzable te tome en cuenta; los diez pasos para triunfar en las aplicaciones. Vio con atención los videos de grandes gurús como Martín Rieznik el argentino o la charla “Pavimentando tu ripiado camino con las mujeres” del brasileño Joao Correa.  Después, en base a esos consejos y técnicas, un buen fashion emergency, corte de pelo y barba bien calculada y hasta unas pastillas quemadoras de grasa a falta de tiempo para hacer ejercicios y voluntad para dejar la chatarra. Cuando estuvo en condiciones de ofrecer ropa y rostro digno de ser mostrados, reinventó su perfil de instagram configurando vínculo directo a Tinder. Tienen que haber sido por lo bajo unos trescientos mil pesos de inversión en su imagen, poco menos de la mitad de su sueldo como operador telefónico,  que le permitía el arriendo mensual de una pieza en San Miguel y algunos pocos gustos de vez en cuando. Claramente esta reingeniería en sí mismo fue más que un simple gustito, mucho más de lo que sus finanzas le permitían, a lo mejor una tremenda irresponsabilidad. Pero era una inversión en su felicidad, valdría la pena. Una buena mujer a tu lado es, aseguraban los mejores manuales y los gurús en seducción, la satisfacción de una de las necesidades más básicas de la pirámide de Maslow y por lo tanto, la manera de redireccionar esas energías por tanto tiempo estancadas en lo sexual para que fluyeran en los proyectos laborales, en el networking, en la creatividad de nuevos emprendimientos. No eran trescientos mil pesos derrochados, era lo necesario para transformarlos en un millón, en tres millones, en el primer millón de dólares quizás cuando las cosas empezaran a darse por efecto bola de nieve. 

Llegó el ansiado día.  La cita sería a las diez en un pub restaurante de comida tailandesa en Barrio Italia. Originalmente era a las nueve, pero la tercera regla del manual era clave después de haber acordado la cita. “Hola, me voy a retrasar un poco por temas de pega, ¿puede ser a las diez en vez de las nueve como habíamos quedado? Debía mostrarse como un hombre ocupado, apasionado por su trabajo y eso debía quedar claro. La ropa estaba lista. Pantalones burdeos, zapatillas blancas, boina verde que tuvo que aprender a ocupar para ganar estilo. Chaqueta verde y camisa roja.  La polera amarilla y la chaqueta blanca con la que salía en la foto de perfil también lo hacían ver atractivo. Pero no, ¡por ningún motivo! Regla número tres de la cita Tinder. Nunca ir vestido igual que en la foto de perfil. Cero originalidad y denotaba además mucha inseguridad, como si no se sintiera guapo sino con lo que mostraba en las fotos. En todo caso, esa foto de perfil  había salido bastante bien. La había sacado en un estudio. Esa era la regla número uno del seductor en relación al perfil Tinder: La primera foto hace la diferencia. Sacarla con buena cámara, ojalá invertir en una de estudio profesional. Nunca desde el celular y por nada del mundo que fuera selfie. 

Nueve y media. Llegó al lugar acordado media hora antes pues tenía el tiempo para hacerlo y todas las ganas de arrancar luego del trabajo. Se puso nuevamente colonia polo de frasquito de treinta ml que andaba trayendo, bastante buena porque se podía llevar en el bolsillo para ponerse después de fumar. Era la de imitación claro. En algo había que ahorrar después de tanta plata gastada. Se palpa el bolsillo interior de la chaqueta y con terror siente la ausencia de las mentitas, ¡se le habían olvidado! pero no, ¡uf! las tenía en el otro bolsillo, le vuelve el alma al cuerpo. Saca una y la empieza a chupar mientras pide un cenicero y la carta. 

Nueve cuarenta y dos. Aprovecha de sacar el celular en los minutos que quedan y repasar un poco el perfil de la joven. Carmen se llamaba. Y no era malo que lo hubiera recordado. Entre tanta técnica que había que tener en la cabeza para cada uno de los momentos que vendrían esa noche, el nombre desde luego se le había borrado. Carmen, Carmela,  Carmencha, ¿como te dicen? ¿Cómo te gusta que te digan? ¿Cómo quieres que te diga yo?. ¡No no no!, ¡corte!, ¡corte!, decía Joao Correa que ya podía hablar desde su cabeza de tanto que lo había estudiado. ¡Cuanta pregunta Jerry! ¡¡Qué estás comunicando con eso!! Soy un pobre tipo que te está haciendo perder una noche de Viernes y quisiera compensarlo, compensar la vergüenza que vas a pasar de que te vean conmigo, llamándote como más te acomode. Mal pues Jerry, o te tiras de frentón a llamarle Carmela o Carmencha o como carajo te nazca para que te vea decidido y con personalidad, o la llamas Carmen y listo. Las medias tintas solamente denotan inseguridad.



Diez con diez. Parece que estaba entrando. En realidad creía haberla visto entrar unas ocho veces en los últimos quince minutos. Vuelve a revisar el celular para corroborar el perfil. Pelo negro, ojos azules que llegaban a penetrar, finas facciones, nariz un poco aguileña pero que le daba un aire medio turco muy estiloso y sexy, un lunar pequeño en la parte izquierda del mentón. Si era ella, ¡estaba entrando! el lunar y la particular nariz no podían por probabilidad repetirse juntos en otra chica que ingresara. Era ella, no cabía duda. Además le estaba mandando un mensaje al WhatsApp avisando que había llegado. El último mensaje que Jerry le había mandado a ella había sido hacía cuatro horas con motivo de mover la cita para las diez. Cuarto punto del manual el día de la cita. Un solo WhatsApp máximo cuatro horas antes. No enviar absolutamente nada más aunque se lo comieran los nervios. Si ella mandaba algo, esperar de cuarenta minutos a una hora, abrir el chat y dejar en visto entre veinte a cincuenta minutos, y responder desde los cincuenta minutos con sobrio emoción afirmativo. Su día, su semana, su vida, no podían jugarse en esa cita, eso era absolutamente fundamental de transmitir. 

Se saludan de beso tímido en la mejilla, ¡wow que olía rico! ¡Qué shampoo! ¡Qué perfume!¡Qué hermosa se veía!. Se había queratinado su largo cabello negro. Llevaba un chaleco rosado bien finito y una chaqueta verde agua. Era una noche primaveral y en realidad no era necesario abrigarse más que eso. Jeans blancos y tacones rosados. Una polera blanca con tiritas florales de encaje y algo escotada por delante que dejaba asomar generosamente sus senos no demasiado prominentes pero nada despreciables. Sostén negro que se dejaba también asomar a la vista y un collar lapislázuli con un diminuto corazón esmeralda descansando en medio del busto. Carmen deja su chaqueta sobre el respaldo de la silla y  ambos toman asiento, uno enfrente del otro.

-¿Te costó llegar?- Preguntó Jerry para iniciar la conversación. 

-No, no tanto, he venido seguido a los pubs de por aquí. 

Jerry asiente y se pone a mirar a un punto fijo. De repente de forma inexplicable se queda absolutamente en blanco, el pánico se apodera de él, empieza a transpirar sin poder atinar a nada ¡Black out completo!. Se produce un silencio nervioso. Sigue sudando y sudando  cada vez más. Comienza a sudar como si estuviera adentro de un sauna, pero se encuentra absolutamente pasmado sin poder reaccionar, ni siquiera para secarse la frente. 

Diez minutos de silencio nervioso y tenso. Llega la garzona colombiana a consultar lo que pedirían. Usualmente los garzones echan un poco a perder las conversaciones cuando van a tomar los pedidos. En este caso en cambio,  parecía oportuna la irrupción para salvar el tenso momento. 

-A mi un mojito por favor.- Le dijo Carmen. 

-Ok ¿y el señor?... -¿Señor? 

-Jerry rodeado en transpiración seguía mirando al punto fijo sin poder incorporarse. 

-No sé-. Atinó apenas a decir, sin dejar su mirada ni posición. 

- No se preocupe, vuelvo en un rato a ver si se ha decidido-. La joven garzona se fue a atender las otras mesas. 



Treinta minutos de tenso silencio. Carmen miraba su celular y de vez en cuando acercaba sus carnosos labios pintados a la bombilla para sorber un trago de su mojito. Jerry seguía mirando al mismo punto, transpiraba como si literalmente estuviera debajo del regador de una ducha, estaba totalmente empapado y el suelo absolutamente mojado de transpiración a su alrededor. 

-¿Ya se decidió que va a tomar señor? Volvió a preguntarle la garzona. 

-No sé. Dijo sin moverse un ápice y mirando al mismo punto. Carmen aprovechó de pedir otro mojito. 

Una hora y quince minutos de tenso silencio. Jerry seguía en la misma posición y aún chorreando transpiración. Carmen terminaba su segundo cigarro, seguía viendo su celular y comenzaba a probar el segundo mojito que ya le había llegado. Entre medio había saludado a unas compañeras de trabajo con las que se encontró.

-Voy al baño y vuelvo. Le dijo ella. ¿Me cuidas la chaqueta porfa?

-No sé.- Mirando al punto fijo.


Dos horas de silencio. Carmen volvía por segunda vez del baño y llamaba a la garzona para pedir un Aperol. El sistema excretor de Jerry ya había botado todo el líquido no servible que podía haber dentro de su organismo. Comenzó entonces a transpirar el quemador de grasa que había estado consumiendo las últimas semanas. Los lantánidos enzimáticos del quemador se mezclaron con la gran cantidad de cloruro sódico debido a la colonia de imitación impregnada en sus poros. En cualquier caso normal esta mezcla en el sector cutáneo resultaba inofensiva. Pero su anormal transpiración a graneles generó la solución acuosa necesaria para la fatídica fórmula que metabolizaba los componentes del quemador con la colonia sintetizándolos en letal ácido de principios químicos similares a la soda cáustica que se utiliza para destapar retretes y cañerías, pero en un estado líquido y muchísimo más potente. El ácido bajaba chorreando del cabello de Jerry. Le empezó a quemar los pómulos deshaciéndolos como mantequilla. Se generó una espuma en sus sienes que se diluían al contacto con la solución acuosa y súbitamente se dejaron ver profundos orificios que daban  una perspectiva lateral de su masa encefálica. Las mejillas se quemaron en cuestión de segundos. Se le podía ver toda la dentadura apretada por los nervios y bajo ella, el mentón también comenzaba a quemarse deshaciéndose. Carmen lo miró de reojo con un gesto de repugnancia en su rostro y volvió a su teléfono. 

Tres horas de silencio nervioso. El rostro de Jerry era una calavera sin la parte superior del cráneo ya deshecha por el ácido con helechos de piel que paulatinamente iban cayendo al suelo. El líquido había penetrado también en su chaqueta y se dejaba ver su clavícula con ligamentos que apenas lograban sostener unido al cuerpo su brazo derecho. Solo la parte superior izquierda de su cara conservaba algo de frente y el ojo derecho como una pelota de ping pong dentro del orificio calavérico mirando al mismo punto fijo. Carmen sacó su set portátil de maquillaje y se dio un pequeño retoque. Pidió otro mojito y prendió su séptimo cigarro. 

Cuatro horas y veinte minutos de tenso silencio. El pub iba a cerrar y la garzona colombiana les llevó la cuenta. Carmen pagó su consumo con tarjeta de débito dejando el diez por ciento de propina, era una mujer moderna y no dejaría que el hombre pagase la cuenta en la primera cita, menos si se trataba de una cita Tinder. Jerry era un tronco humano sin brazos sobre la silla apoyado en la mesa que lo sostenía. Al lado del cenicero, yacía su cráneo calavérico que había cedido cuando el ácido llegó a los huesos del cuello. Los brazos desparramados en el suelo y una posa de transpiración y ácido alrededor. 

-¿Quieres que vayamos a otro lado? Preguntó Carmen de repente al pararse de la silla mientras se ponía su chaqueta verde agua. Desde algún misterioso lugar de ultratumba salió una voz de lo que hasta hace unas horas era un ser humano y ahora solo un montículo desecho de carne y huesos. 

-No sé. 

-Puta el weón raro- La joven tomó su cartera y salió indignada del lugar. 

ESPECIAL TERRORÍFICO DE NAVIDAD

El pesebre familiar.

Volvían caminando a la casa como la bella familia que eran terminada la misa de  nochebuena, tras una media hora de vida social de rigor a las afueras después de la ceremonia,  en la iglesia de las Pataguas ubicada en La Dehesa. Era como casi todos los veinticuatro de Diciembre, una noche cálida de verano con las luces bellas de Santiago distinguiéndose en el horizonte. De regalo estival nocturno, una brisa suave dispersando generosamente los aromas refrescantes de los perfumes, colonias, jabones y shampoos.  Con la apertura de las puertas del templo al terminar la misa, se habían liberado hacia la entrada un mar de colores veraniegos, gente bonita y pieles bien bronceadas, todo con el “Gloria a Dios en el cielo” de fondo musical como si las que se hubieran abierto fuesen en realidad las puertas del mismo cielo liberando a sus ángeles.  Jóvenes guapas y señoras maduras físicamente bien mantenidas, algunas de ellas que a riesgo del chisme por la falta de recato, no pudieron evitar llevar puestos a la ceremonia religiosa, vestidos con tajo de atrevida altura para ser y  sentirse miradas en el cruce de piernas por quién quisiera cuartearse a hurtadillas. El que más sufrió, desde luego, fue el pobre acólito púber que de tener la vista tan pegada en uno de esos sublimes muslos tostados que se encontraba en primera fila, tropezó y casi se cae de bruces en pleno altar delante de toda la

asamblea navideña.


Volvían caminando al hogar como estaba diciendo. Vicente Astaburuaga, Camila Izquierdo y sus tres hijos: Vicente de veintidós, estudiante de ingeniería, Camilita de veinte, estudiante de diseño y Gregorio de siete, que a punta de pastillas para el déficit atencional, psicopedagoga y la ayuda de al menos tres santos a los que fue encomendado (que estaban entre los cinco con mayor porcentaje de cumplimiento en milagros solicitados en 2022) , había logrado pasar a segundo básico. Camila madre había dejado en casa todo dispuesto; los regalos junto al pesebre, un iPhone 8 para Camilita,  el Play Station 8 para Gregorio, el libro “Creciendo como pareja en un matrimonio para Dios” para su marido y el rifle paintball para Vicente hijo. Su marido le había comprado a ella un collar de perlas con diamantes incrustados pero no lo había puesto junto a los demás sino que lo guardó en la caja fuerte considerando que frente a un robo,  valía unas cinco veces todos los otros regalos juntos.


 Por supuesto, siempre los regalos junto al pesebre, nunca junto al árbol, el cual debía cumplir  una función secundaria que evitara perder el sentido de la navidad. También para hacer la diferencia con los nuevos ricos que abundaban en Lo Barnechea y la contaminaban con sus vidas superficiales llenas de liberalismo secular y colegios británicos. Esos sí que compraban el pino más grande y ostentoso, para que su casa fuera lo más parecida posible al mall donde se la pasaban. Seguramente ni pesebre ponían esos testaferros globalistas de la ONU que le daban más importancia al año nuevo que a la navidad. Para lo único que servían era para votar por la derecha, y algunos ni eso siquiera.


Para la cena (palabra que si la señora Izquierdo leyera esto me haría cambiar inmediatamente por “comida”) estaba todo dispuesto. La mesa con la vajilla especial y el mantel azul turquesa. El Pavo en el horno, justo abajo las papas duquesas, el postre de leche en el refrigerador junto al champagne y el helado de Piña, y los condimentos sobre la cómoda de la cocina. Arriba del mueble al lado del lavaplatos, la bandeja lista para poner las cosas que le irían a dejar  Don Osvaldo, el conserje del condominio. Un Pan de Pascua, un vaso de leche, galletas, y una cajita de jugo de naranja. Tenían con el conserje ese detalle desde hacía tres años, por insistencia de Camilita que lo exigió una vez que volvió de unas misiones de verano en cuarto medio. La cocina y los baños  bien limpios,  el jardín ultra regado para que aguantase dos días, el filtro de la piscina andando, Canito el perro Chow Chow, mascota de la familia,  paseado en la mañana durante dos horas, el lavavajillas operativo, y en fin,  todo para poder prescindir el veinticinco de las labores domésticas de la señora Olga porque además iban a estar la mayor parte de ese día afuera en la navidad de los Izquierdo en Pirque en el campo de Verónica, hermana de Camila. La señora Olga había dejado todo listo antes de retirarse a las ocho de la noche para pasar la navidad con los suyos al otro lado de Santiago.


Y bueno, si acaso hasta aquí es evidente que estamos describiendo a una familia de una realidad acomodada, representativa del uno o quizás del cero uno por ciento del país, también hemos de asegurar que lo que los Astaburuaga Izquierdo encontraron al volver de misa, a los segundos de atravesar el umbral de entrada e ingresar al living de la casa, no lo merecía ni la familia más rica de Chile e incluso del mundo. Eran una mezcla de sentimientos los que al mirar ese dantesco panorama les revolvían el estómago y el alma. El shock, la sensación de vulneración que ni siquiera el peor robo podía lograr, y sobre todo, el cuidado que tuvo el malnacido que lo hizo para impregnar ese nido familiar de una perversa y bien planificada estética de la maldad. Todos esos sentimientos y muchos más se entrecruzaban en las mentes y corazones de los cinco miembros del clan que miraban atónitos, helados y pálidos, como si de un según o a otro los hubiesen trasladado de hemisferio ese veinticuatro de Diciembre transformándolos  en muñecos de nieve. No, definitivamente no. Nadie podía hacer algo así. Haber robado toda la casa hubiera sido por lejos “lo correcto” en comparación a lo que les hicieron. Haberles incluso amordazado mientras les robaban, pero esto superaba todo límite.


Tal vez sea obvio decir que apenas se incorporaron después de los segundos de alelamiento, Camila madre pegó un grito de esos cuya agudeza llegan a semitonos de precisión solamente logrados por el horror y sus escabrosas escalas musicales de espanto. Camilita lloraba desconsolada, los Vicentes padre e hijo se tomaban la cabeza caminando como leones enjaulados por el living y el pequeño Gregorio como buscando una burbuja emocional protectora infantil, se fue al jardín a jugar con Canito el perro Chaw Chaw.


Sobre el santo pesebre, la figura de  José había sido reemplazada por un indio pícaro, la de uno de los pastorcitos por un muñeco a escala del Doctor Simi. También hicieron estragos con los Reyes Magos. Melchor fue permutado por una figurita articulada de Ñoño, el personaje de la serie El Chavo del Ocho, tan parecida al Ñoño real que era como si lo hubiesen sacado directamente de una pantalla de televisión, lo que en realidad hacía que llegara a dar susto de sólo mirarlo. La de Baltazar fue cambiada por una figurita del Principito versión no binaria, que era igual que la normal pero con una bufanda con los colores del arcoíris LGTBIQ y la de Gaspar por una del Messi negro ganador del mundial de Qatar. La de la Virgen María por su parte, también la quitaron y en su lugar pusieron una botella de Clorinda de 300cc. El niño Jesús se mantenía en su posición, pero habían quitado su humilde cunita y a decir verdad, para lo que le pusieron en su reemplazo,  hubiese sido más digno que lo hurtasen junto al resto de las figuras extraídas. El pequeño redentor reposaba sobre un contundente brownie  de marihuana al parecer horneado hacía no mucho. El peculiar carácter del biscocho se evidenciaba en la hoja de cannabis dibujada con un glaseado verde sobre su superficie chocolatosa.  


-Obviamente fueron los  amigos maracos del curso de la U de la Cami que vinieron ayer a la piscinada que hizo en la tarde- le encaraba su hermano con enfado mientras se sentaba en el sofá 

-Fluidos Vicho, no eran gays sino que no binarios tontito…además se visten la raja, no como tus compañeros de ingeniería que juran que se visten bien.

-No binarios jaja...Indecisos, típico de maracos, ..y amarillos hasta pal sexo los gueones maracos jaja-  replicaba su hermano con ironía.

-¡Vicho qué onda weón! ¡Y cómo van a haber sido ellos idiota si ésto paso ahora mientras estábamos en misa!  ¡Mama dile algo porfa!-. Camila madre respondió como ida,  sin despegar la mirada aún atónita clavada en su malogrado pesebre

-Vicho no insultes a los amigos de la Cami con capacidades diferentes…osea con fluidez…osea…..hay nosé, ¡por la cresta, dejen de pelear!- Les dijo la mujer agitando las manos cubriéndose el rostro rompiendo a llorar. Su marido que había ido a hacer una rápida inspección del segundo piso volvía bajando las escaleras con rostro de alivio. 

-No robaron nada. La caja fuerte intacta y las piezas arriba tal cual las dejamos. Oye Gordita ¿y si la Olga tuvo algo que ver?-

-Hay Gordo es la Olga, ubícate, ¡Años con nosotros!- Dijo la matriarca mientras sacaba un

pañuelo desechable para secarse las lágrimas.

-Bueno no sé, a lo mejor nos quiso hacer una broma, o dejó entrar a alguien, al del Rappi

que vino a dejar la comida de hoy que encargaste al Jumbo por ejemplo.

-No imposible, yo estuve aquí cuando vino el del Rappi-

-Pfff….quien cresta fue entonces- El hombre se dirigió con semblante frustrado a

sentarse al sofá al lado de su hijo.


 Eran ya las diez y veinte de la noche. Vicho se paró del sofá para ir a fumar un cigarro al jardín. Camila tomó su celular y se puso a desahogar la experiencia en unos cuatro o cinco grupos de WhatsApp simultáneamente. Su madre adivinando lo que estaba haciendo, le pidió discreción, que omitiera los detalles escabrosos, sobre todo lo del brownie que los podría poner en el centro del pelambre durante todo el verano. -Santiago es un pañuelo Camilita, please be careful- le rogó. El brownie,  pellizcado en uno de sus vértices seguía ahí incólume acolchado al salvador. Gregorio había subido hacía un rato a jugar play a su pieza junto con Canito. 

-Gollo baje a Canito oiga lindo, usted sabe que no puede subir con el perro a su pieza que me deja la casa llena de pelos.

-¡Hay mamá pero si es la Pascua po!-  Reclamó el niño asomándose por arriba de la escalera 

-¡Gregorio Astaburuaga Izquierdo baja a ese perro inmediatamente y no me discutas que estoy muy nerviosa con todo esto que pasó!...¡¡Y ponte altiro un short o pantalones, que así no te sientas en la mesa a comer!! ¡Por la cresta que le gusta a este niñito andar en calzoncillos!- Le gritó su madre.

-Blablabla…no puedo hacer ninguna cosa- Se volvió a su pieza el niño murmurando malhumorado.

-No si nada de blabla mijito, te vistes y bajas además a tomarte el ritalin que sigue ahí en la cocina tal cual te lo dejó la Olga, no te lo tomaste antes de ir a misa-.


Once de la noche con nueve minutos. Camilita se encontraba en la cocina hablando con su amiga Sofía por celular acerca de lo ocurrido y retomando también el pelambre semanal a las compañeras flaites de diseño vestidas como chulas en la fiesta de fin de año de facultad el fin de semana anterior. Camila madre se puso a whatsappear a la señora Olga para corroborar si tenía algún indicio de quién pudo perpetrar el siniestro. Al quinto mensaje de su patrona, siempre con la introducción “Que atroz Olguita volverla a molestar en nochebuena pero está segura de que…” la empleada apagó el móvil. No era que Camila sospechara de su asesora doméstica pero había que descartar todas las posibilidades. Por si acaso revisó también la habitación al lado de la cocina en la que Olga pernoctaba el resto de la semana pero no encontró ningún indicio que la conectara con lo ocurrido. El pesebre seguía ahí con el Indio Pícaro, La botella de Clorinda, Ñoño, el Messi negro, el Principito queer y el niño Jesús sobre el brownie pellizcado en sus cuatro vértices. Vicente hijo se escribía por WhatsApp con una amiga de colegio de su hermana a quien se estaba trabajando para la fiesta de año nuevo, contándole lo impotente que se sentía de no haber podido defender a su familia de lo que había pasado. Logró conseguir después de unos rápidos ensayos,  una voz de semi llanto entrecortada y le envió a la joven un audio: “Te lo juro Paty, yo me los encontraba de frente y por mi familia me tiraba arriba de esos conchadesumadre sin medir consecuencias”. Vicente Padre colgó la bandera chilena y buscó en su celular conectado por Bluetooth al equipo del living, su lista de cuecas mientras su mujer se dispuso a poner a calentar las papas duquesas en el horno. Vicente hijo tomó la figura del Principito del pesebre mientras pasaba por el living hablando con Paty desde el manos libres y empezó a jugar con el juguete mientras continuaba su charla telefónica camino a la terraza del jardín. El niño Jesús cayó de su cunita de medio brownie todo pellizcado que lo estaba sosteniendo. Gregorio entre tanto, había logrado ganarle con el Chelsea por primera vez a Raimundo su mejor amigo del colegio, un partido online de Winning Eleven de diez minutos por lado. Ambos infantes pudieron improvisar milagrosamente vía WhatsApp el periplo virtual  mientras Goyito esperaba que lo llamaran a la comida navideña y Raimundo por su parte, logró arrancar con éxito de la suya cuando su hermana mayor salió del clóset declarándose bisexual en plena discusión  familiar con su madre acerca el feminismo y quedó tal cagada que se olvidaron de su existencia.






Once de la noche con cuarenta y dos. Vicente Padre se dispuso a prender la parrilla Míster Beef de la terraza para empezar el asado dieciochero mientras cantaba la canción del costillar que sonaba en la radio. Llamó a un Rappi para que llevara las empanadas y longanizas que no logró encontrar por ningún lado en la cocina. Camilita subió a su pieza y se puso la ropa que se compró en Patronato dos semanas atrás una mañana en la que sintió el impulso y la curiosidad de ir sola a Recoleta, aburrida de sus visitas siempre a Casa Costanera con sus amigas. Sacó las prendas adquiridas aquél día de su armario. No se las había puesto nunca pero le encantaban: un peto amarillo fluorescente con el estampado de Sailor Moon y los shorts rosados también fluorescentes con el logo de Colo Colo en una nalga y el de la Universidad de Chile en la otra. Camila Madre empezó a poner las cosas sobre la mesa de la cena animosamente mientras tarareaba una melodía de Miguel Bose. Después acomodó un poco las figuras del pesebre. Los nuevos reyes magos, al Doctor Simi, logró mantener equilibrado sin que cayera al niño Jesús justo arriba del cuarto de brownie que quedaba y acercó la botella de Clorinda al indio pícaro mientras lo empezó a subir y bajar para que tocara con su característica extremidad artesanal al recipiente de cloro. Algo de este cándido e impulsivo acto en el contexto religioso del pesebre la excitó de sobremanera y mirando a su marido desde el living que estaba en lo de la parrilla,  se arregló el cabello, se bajó al hombro la tirita izquierda de su vestido y caminó coquetamente hacia la terraza. 




Doce con veintidós. Camilita con la ropa fluorescente puesta,  se maquilló los ojos dibujándoles contornos rasgados, se puso un labial morado que también se había comprado en patronato, bajó a la pieza de la Señora Olga con su celular y en osadas posiciones que solamente había ensayado tomándose selfis de broma con sus amigas, empezó a subir a Instagram las fotos que se iba sacando. Los padres de familia mientras tanto, se besaban con pasión en la terraza y en medio de ese éxtasis, Camila madre se dispuso a hacer con su móvil un vídeo selfi enfocando la cámara mientras su marido la tomaba por detrás y le bajaba agresivamente el tirante del vestido sacándole afuera el seno derecho al tiempo que le besaba el cuello. Cortó ahí el video y lo subió al grupo de WhatsApp de sus amigas del club de Polo con el mensaje: “Nos amamos”. Gregorio bajó corriendo hacia el jardín y en un acto de emancipación infantil (y de merecida celebración por el gran triunfo en el Play) se sacó el traje baño, se tiró un bombazo pilucho a la piscina en plena noche  y una vez adentro se meó mientras chapoteaba en el agua. Su camarada Canito lo siguió con el piquero y también con lo segundo. Mientras Camilita se sacaba las selfies en la habitación de la empleada, Vicho entró a la pieza de su hermana que había dejado su vestimenta anterior desparramada sobre la cama junto a los cosméticos,  cerró la puerta y después de diez minutos, salió de la pieza de Camilita maquillado y con las prendas femeninas puestas. Gregorio salió de la piscina hacia la cocina a buscar algo para comer. Al pasar por el living, tuvo que sortear la araña coital de brazos, cabezas y piernas de sus padres desnudos sobre la alfombra. Logró hacerlo en espectacular salto atlético que lo dejó justo en la entrada de la cocina a la que entró rápidamente abriendo el refrigerador. Su compañero Canito lo siguió en la trayectoria desde la piscina a la cocina pero el perro Chaw Chaw pasó por encima del montículo sexual conformado por los cuerpos de sus amos, dejándolos embarrados y rasguñados, aunque la pareja ni siquiera se dio cuenta. De vuelta, iba Gregorio a la piscina con una cuchara sopera en una mano y la casata de helado de piña en la otra. Otro magnífico salto para sortear a sus padres, corrida hasta el jardín y piquero con casata incluida. Canito siguió a su camarada desde la cocina y vuelta a rasguñar y embarrar a sus amos- Me encanta que me rasguñes la espalda- le decía Camila madre a su Marido.


Doce con treinta y nueve. Después de hacer arder las redes, aumentar en mil sus seguidores de Instagram y arriesgar la relación de años con siete amigas que esperaban una explicación en las próximas horas antes de bloquearla, Camilita dejó su celular cargando en la habitación de Olga y se dispuso a preparar la bandeja para Osvaldo el conserje del condominio. Una vez que estuvo lista, se la fue a dejar. Estaba todo lo dispuesto para él: Una botella de Jhony Walker etiqueta negra, un collar de perlas con diamantes incrustados, un yogurt, una pelota de tenis y un pimentón rojo. Vicho se paseaba por la casa modelando con la ropa de su hermana y unos taco aguja rojos de su madre. Los padres exhaustos de tanta pasión se fueron a tirar a la piscina desnudos y comenzaron a chapotear junto a Gregorio y a Canito. Vicho se asomó al borde de la piscina con la intención de unirse al jolgorio, pero al mirar a su familia en esa escena nudista empezó a vacilar.


-Pucha es que me da no sé qué tirarme pilucho-. Los tres se quedaron algo atónitos observándole en silencio durante varios segundos. Hasta ese momento nadie había reparado mucho en su vestimenta. Camila lo ve y se queda pensando.

-Bueno mijito...nosé, vaya a la pieza de la Camilita y le saca un bikini pues- le dice de repente. Vicente hizo lo que le dijo su madre y volvió con un bikini amarillo a sumarse a la fiesta acuática nocturna. Camila que había vuelto de dejar los obsequios al conserje, llegó con un bikini negro y se unió también. En un momento comentó a su familia:

- Ups, parece que le regalé Don Osvaldo el collar de diamantes- Pararon en seguida los chapoteos y silencio sepulcral. 

-Se le va a ver bonito con el collar a la señora de Don Osvaldo- sentencia Vicente padre y todos estallan en una explosiva carcajada.

Una de la mañana y veinte minutos. Una vez que se secaron y vistieron fueron a terminar la noche buena de acuerdo a la costumbre. Se pusieron los cinco alrededor del tríptico de la sagrada familia entregado a cada grupo familiar a fin de año en el colegio de Gregorio e hicieron frente a él la oración previa a la apertura de los regalos tal como el establecimiento educacional solicitó. Unos minutos antes, Gregorio había pegado una lámina repetida de su álbum del mundial de Qatar en el rostro del niño Jesús que aparecía en la imagen del folleto religioso, por lo que después de darle las gracias por todas las bendiciones del año y pedirle paz para el mundo a Gerson Torres, jugador de la selección de Costa Rica, se dispusieron a repartir los obsequios. Un rifle paintball para Camila Madre, un Pan de Pascua para Camila hija, una lechuga para Vicho, un huevo para Vicente Padre, para Gregorio el libro “Creciendo como pareja en un matrimonio para Dios” a Canito le regalaron a Gregorio y a Jeferson, el Rappi que le trajo las empanadas y las longanizas a Vicente y que lo invitaron a rezar, le regalaron el i phone 8. El conductor apenas recibió su regalo se despidió y rajó de la casa antes de que alguien recobrara el sentido común. Recibió eso sí un fuerte abrazo de Vicente padre deseándole un feliz dieciocho y que esta tierra chilena lo acogiera como al amigo cuando es forastero y enseguida salió raudo del lugar a su moto con su nuevo dispositivo móvil. Le dejaron además instalado el Play Station 8 a la señora Olga en la televisión de su pieza y se sentaron finalmente a comer las empanadas y los choripanes con papas duquesas. Estaban todos con un hambre voraz. Cucharearon el postre de leche y pasaron al living a tomarse un bajativo. Camila madre aprovechó de limpiar las migas de brownie que quedaban alrededor del niño Jesús y en eso se quedó toda la familia dormida ahí mismo, totalmente rendidos.  Vicente y su señora recostados y abrazados en el sofá, Gregorio reclinado sobre el mismo sofá apoyando la cabeza en los muslos de su madre que le tocaba la nuca y Canito en la alfombra sobre las pantorrillas del niño. Vicho y su hermana también abrazados y sentados en la alfombra justo abajo de sus padres. Desde la casa del lado sonaba fuerte noche de paz mientras permanecía bello como nunca el pesebre en el living.


Al otro día sobre la entrada, apareció una nota anónima que alguien arrojó en algún momento de la madrugada. 


“Familia de mierda, ojalá lo hayan pasado muy mal con la sorpresita que les dejé. Y no se preocupen que para el próximo año sí les dejaré un brownie mágico…pero uno de verdad”

 CUENTO TERRORÍFICO NÚMERO CINCO. El almuerzo

Demóstenes Echegaray entró a almorzar a esa pequeña fuente de soda en Antonio Varas casi llegando a Providencia por la que siempre pasaba camino a su casa de vuelta del trabajo y le llamaba muchísimo la atención. "Donde el Tata Lavín" se llamaba. La encontraba acogedora desde afuera y le daba la impresión de que era un lugar de bajo perfil, de esos del rubro  que atienden a poco más que a sus parroquianos fieles y salvan el negocio con lo justo pero saliendo adelante. Siempre le gustó eso de un restorán, de un pub, de un café, de casi todo en realidad, nunca supo porqué. Podía ser además un buen sitio para comenzar a frecuentar desde que su amigo Raimundo Vicuña por desgracia, había tenido que cerrar hacía poco el restaurant Henday, al que Demóstenes solía acudir.

Eran poco más de las dos de la tarde y quedaban tres mesas vacías de ocho. Se sentó en una justo en la mitad. Acomodó sus cosas y se paró nuevamente para sacarse su chaqueta y ponerla sobre el asiento. Se volvió a sentar. En eso llegó un garzón a tomar su pedido.

- Hola bienvenido, ¿que desea almorzar? Algo más iba a decirle el camarero a Demóstenes pero no pudo, le fue imposible, se quedó helado cuando éste dejó el celular en la mesa y le volvió el rostro para establecer diálogo. Demóstenes le devolvió una mirada igual de atónita, con el mismo espanto. El espanto que dan esas situaciones sorpresivas, insólitas y sobre todo injustas. Esas en donde nada se ha hecho para merecer vivir un tipo de momento así salvo cometer el delito de probar entrar a almorzar a un lugar al que sólo se tenía curiosidad de conocer. Tampoco el garzón había hecho maldad alguna para merecer ese momento. A cuánta gente había atendido ese día, esa semana, ese año, cuántos años llevaba a lo mejor atendiendo a tanto transeúnte en busca de un almuerzo, un café, una cerveza. No, no se lo merecía. Pero estaba ocurriendo. Definitivamente estaba ocurriendo. Es del tipo de cosas que ciertamente pueden llegar a ocurrir, existe la posibilidad, pero siempre se cree que le pasan, o que le van a pasar a otros.


- Quiero el menú del día por favor, pero sin ensalada. Demóstenes mostraba en su voz un tono casi solemne, y no era para menos.


- ¿Con arroz o papas fritas?. El garzón no podía dejar de mirarlo con cara de cordero degollado.


- Papas fritas.


- Solamente queda torta de lúcuma de postre, ya no nos está quedando flan ni tutti fruti. Se nos acabó también el consomé.


- No hay problema. Demóstenes intentó en una especie de lamento volver a su celular.


-El garzón llegó con el almuerzo unos diez minutos después. Demóstenes que había tomado desayuno bien temprano, comenzó a comer con bastantes ganas. Concentrarse en el plato era además una buena manera de olvidar el impasse sufrido. El garzón sin embargo lo miraba fijo y con angustia desde unos metros más adelante, cerca de la puerta de la cocina. Demóstenes le devolvió brevemente la mirada y siguió en su almuerzo. Al poco rato el garzón que continuaba mirándolo, se le acercó y se  plantó parado justo a su lado izquierdo de la mesa, observándolo siempre desorbitado. Demóstenes lo volvió a mirar brevemente y se enfocó otra vez en su plato. Tomó el envase verde de ketchup y le puso un poco a las papas fritas. El garzón tomó el ketchup y le volvió a poner a las papas fritas de Demóstenes en la misma cantidad. Demóstenes lo miró brevemente y continuó con su almuerzo. Tomó ahora la sal y le puso un poco al bistec. El garzón, siempre parado a su lado, tomó la sal e hizo lo propio. Demóstenes no le dio parecido y siguió comiendo. Volvió a tomar el ketchup y le puso esta vez un poco al bistec. El Garzón desesperado tomó el envase verde de ketchup, lo apretó con fuerza sobre el plato de Demóstenes y embetunó su plato del rojo aderezo. Le abrió al envase verde la tapa y pegándole desde la base de atrás y derramó sobre el plato lo que quedaba de contenido. Demóstenes lo miró brevemente y terminó  su almuerzo sin darle parecido. Al finalizar le pidió el trozo de torta de lúcuma de postre.

El garzón retiró el plato aún lleno de ketchup y fue por el postre. Volvió no con el trozo sino con toda la torta y la plantó sobre la mesa de Demóstenes junto con un cuchillo grande, un tenedor y un plato más pequeño. Demóstenes lo miró y con algo de timidez al no saber el grosor del trozo correspondiente al menú, cortó un angosto pedazo, lo puso en el plato anexo y comenzó a comer. En eso, se le ocurre la tonta idea de hacerle al garzón un comentario para aliviar las tensiones.

- Es buena la torta de lúcuma aquí sabe, en otros restoranes a los que he ido no son tan buenas.- Demóstenes continuó comiendo su postre y el garzón después de escuchar esas palabras, abrió aún más las pupilas, tomó con su mano derecha la nuca de Demóstenes, la empujó fuerte hacia adelante y le aplastó la cara contra la torta. Demóstenes levantó el rostro totalmente blanco de merengue y pidió al Garzón el café y la cuenta. Sin limpiarse la cara, empezó a mirar su celular. El garzón volvió solamente con la cuenta.

- El café me lo tomé en la cocina. ¿Paga con crédito, débito o efectivo?-

- Con débito por favor. -

- Deja el diez de propina.-

- Si. Buen lugar por cierto, vendré de nuevo a almorzar otro día- Recibió en el acto un escupo en la cara por parte del garzón.

Demóstenes pagó su cuenta y se retiró tranquilamente con su cara de merengue hacía avenida Antonio Varas. El garzón fue a cobrar la cuenta de la mesa justo delante de Demóstenes a Don Pancho Silva, un cliente habitual del lugar.


- Oiga Manuel, sabe que estuve mirando al caballero que estaba sentado en la mesa de enfrente, ese al que usted atendió y era pero realmente igualito a usted.

- ¿A, si? Ni me fijé don Pancho, le dijo el garzón mientras ajustaba la máquina de red compra para el cobro.





 CUENTO TERRORÌFICO TRES: El invitado a la clase de derecho.

Llegué a las oficinas de la escuela de derecho a eso de la una y media de la tarde, informado vía WhatssApp por la jefa de carrera y por mis ayudantes de lo que había ocurrido esa mañana. Cuando ingresé, ví enseguida a las y los estudiantes que quedaban-tres según recuerdo, dos mujeres y un estudiante varón- acurrucadas ellas dos sobre el futón de espera de la recepción de las oficinas, cada una cubierta con una mantita y tiritando como si de niñas de párvulos se tratara.  El resto había sido derivado a distintas unidades de salud mental de Santiago. Mariano Ruperthuz, psicólogo que hacía clases en el establecimiento, le hacía intervención en crisis al joven que tomaba un té de hierbas y Antonio Razeto, abogado y profesor de derecho penal de la escuela, conversaba las alternativas legales con Bernardita Labarca, la decana de la facultad.


A los dos estudiantes autores la policía de investigaciones se los había llevado detenidos hacía una media hora. 

A continuación, me he dado el trabajo de escribir la historia de lo sucedido, la que pude armar de los distintos testimonios que ese Viernes y la semana siguiente fui rescatando. No aseguro que sean fieles a la realidad, pero procuré ir a fuentes diversas así que creo que se acercan bastante a los acontecimientos. Hay desde luego de mi propia cosecha en las interpretaciones de los sucesos, pero no crean ustedes que esas impresiones personales se alejan demasiado del sentir de varios de los estudiantes presentes que me dieron su versión lo ocurrido.

Puede parecer raro y espero que no me juzguen, pero me atrevo a decir que siento un poco de lástima y empatía por esos dos estudiantes. Hasta cierto punto fueron víctimas de un clima surrealista para el cual no estaban emocionalmente preparados. Ha pasado antes en la historia, no lo podemos negar: los experimentos de Miligram, el de Stanford, y, quien sabe, hasta los mismos SS en los campos de concentración a lo mejor hubieran sido muy diferentes en otras circunstancias contextuales.  En fin, aquí va la historia, o al menos mi mejor versión de ella.  



Eulogio Esquenazi era su nombre y era profesor bien conocido por los estudiantes de primer año de derecho de la Universidad Diego Peña. Conocido y respetado. Admirado y no solamente temido, aunque también esto último por algunos. Faltaban pocas semanas para que finalizara el año académico que daba la culminación de la versión número veinticinco en la que llevaba a cabo el curso anual de fundamentos filosóficos del derecho. No se llamaba exactamente así al principio, pero siempre había sido prácticamente la misma asignatura. Asistir a sus clases era siempre un verdadero privilegio. No solamente por lo mucho que se notaba que sabía y todo lo había leído, escrito y conocido, sino sobre todo por el modo en el que dominaba el resto de las áreas del derecho y era capaz de articularlas agudamente con los contenidos del curso. Sus exposiciones en el aula eran como estar escuchando y aprendiendo de filosofía, al mismo tiempo que de historia del derecho, de civil, de procesal, de penal, de ciencias políticas y sociología, y no en una incomprensible bolsa de gatos sino en una brillante integración de todo el espectro jurídico.

Algo similar podía decirse de sus varios artículos indexados en las revistas Scopus y Wos y desde luego, de sus más de veinte libros publicados. Eran bibliografía obligada no solamente en su curso sino en cursos de otros ramos y de la carrera de derecho en varias universidades chilenas y latinoamericanas, por no decir que también en algunas de las top cien del mundo así como en programas de magíster y doctorado. Pasaba no poco tiempo del año fuera de Chile en un sinnúmero de coloquios, seminarios y ponencias en las que era requerido alrededor del mundo. Procuraba siempre en todo caso, perder la menor continuidad posible en la asignatura de fundamentos filosóficos de primer año, que con mucho orgullo para sus jóvenes estudiantes era-y siempre lo decía - de todo lo que él hacía, lo que por lejos más lo realizaba y le llenaba el espíritu. Nada había más valioso e importante que marcar de la mejor manera que se pudiera, el primer encuentro de las lozanas mentes con el mundo académico. 




Ese Viernes en la mañana tendrían durante el primer módulo a un importante invitado a sus clases. Ya lo había anunciado el profesor Eulogio por correo durante la semana pidiéndoles puntualidad y la mayor disposición de atención a esta persona.  Para mantener la intriga, no quiso revelar al curso de quién se trataba y solamente les recordó para provecho de la ponencia, repasar muy bien los contenidos y textos vistos durante la tercera unidad. Aunque hasta ese mismo día no fueran a saber quién era la persona invitada, el esfuerzo de llegar preparados bien valía la pena, todos los invitados que el profesor Eulogio había tenido previamente en clases eran tan brillantes y resultaba tan placentero escucharles como lo era escucharle a él. 

-Ahora lo voy a ir a buscar abajo porque me acaba de avisar que ha llegado a la Universidad. Quiero pedirles entonces jóvenes que me esperen aquí mientras llego con nuestro invitado a la clase de hoy. Aprovecho de reiterarles además, como se los dije por mail, la importancia de que podamos estar sumamente atentos a su ponencia, viene de bastante lejos y sería muy incómodo verles, aunque sea a algunas o algunos pocos de ustedes, conversando, somnolientos o metidos en sus celulares mientras se lleva a cabo la clase. En fin, creo que ha quedado bien claro. Voy a buscarlo y vuelvo entonces en cinco o diez minutos.- Dijo saliendo de la sala. 

Empezaron a emerger las conversaciones entre ellos preguntándose y apostando de quién podía tratarse. A lo mejor era el autor del texto de la primera clase de la unidad de derecho y violencia, por ahí se sabía que el profe Eulogio conocía a ese autor. También podía tratarse de algún alemán de esos que tuvieron que leer en inglés para la segunda prueba. O quien sabe, a lo mejor algún ex presidente y por temas de seguridad el profesor, que poseía ese tipo de contactos, no tenía permitido difundir la presencia de ese ex mandatario en el recinto ese Viernes, motivo por el que no pudo revelarles su nombre antes. Estaban en la intriga de tratar de adivinar la identidad de la persona cuando en eso el profesor vuelve a la sala. 

Volvió sin nadie que lo acompañara, y llevaba puesto uno de esos antifaces plásticos de cotillón, compuesto por nariz, anteojos y bigotes.

-Hola jóvenes ¿cómo están ustedes?, soy el invitado del profesor Eulogio, ñaz ñaz ñaz, estoy muy contento de estar aquí ñaz, ñaz, ñaz. – Dijo el profesor poniendo una voz aguda y agangosada de caricaturas como esas usadas para doblaje de dibujos animados. 

Los estudiantes se miraron desconcertados. No sabían cómo reaccionar. No entendían bien de qué se trataba todo esto. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué el profesor, el profesor Eulogio, el respetado y admirado profesor Eulogio, acababa de hacer eso? 

-Ño ño ño. Ño hablen entre ustedes, ño ño ño. Ño se habla en clases. Hay que poner atención al invitado del profesor Eulogio. Vamos a hablar de filosofía del derecho, ñaz ñaz ñaz, que tema mas interesante, ñaz ñaz ñaz. 

Las caras de angustia desconcertante no se borraban del rostro de los y las jóvenes y más bien se agudizaban a medida que el docente prolongaba la grotesca charada. Tenía que tratarse de una broma sin duda. De una muy mala broma de un hombre brillante pero que nunca tuvo entre sus muchas habilidades la de hacer reír a los estudiantes. ¿Cuál era la idea entonces? El respeto de todos y la admiración de la mayoría se las había ganado sin necesidad de un solo chiste en clases durante veinticinco años. ¿Por qué intentar eso? Tal vez una crisis existencial propia de quien intelectualmente lo había logrado todo y quiso darse el lujo de probar algo estúpido. Pero, ¿Para qué?. No, ¡tenía que ser un agudo ejercicio intelectual! La unidad que estaban pasando trataba de la violencia y el derecho. ¡Claro! Destruir el encuadre de la clase como una manera de violencia o algo así. ¡Eso era! ¡¡Eso tenía que ser!! En unos minutos más todo volvería a la normalidad y comentarían el osado ejercicio relacionándolo con lo visto el Viernes anterior. El profesor le daría una magistral vuelta intelectual al asunto y sería capaz de llegar a explicar hasta el capítulo más complejo de la fenomenología del espíritu de Hegel a partir de esa absoluta estupidez. No podía ser de otra forma, sería una clase brillante e inolvidable, muy particular al comienzo pero maravillosa como lo son,  han sido y serán todas las clases del profesor Eulogio. 



-Al profesor Eulogio le gusta mucho mucho mucho la filosofía. Y a mi, que soy su invitado también, ñaz, ñaz, ñaz. No, ño, ño, ya le dije que ño hablara. Ño, ño, ño. 

Llevaban poco más de quince minutos de la surrealista situación. No, realmente ya no parecía dirigirse en la dirección de detenerse en algún momento y volver a la normalidad. No parecía dirigirse en ninguna jodida dirección, era sencillamente la experiencia del sin sentido que envolvía en una temporalidad espeluznante el paso de aquella mañana en esa funesta aula. Algunos pocos estudiantes con la suficiente entereza lograron incorporarse del alelamiento y se comenzaron a retirar de la sala. Otros reían de lo lindo. Varias alumnas de las que se sentaban siempre en los primeros puestos y que vieron durante todo su primer año al profesor Eulogio como a un verdadero padre académico e intelectual, empezaban a arrojar las primeras lágrimas de desazón que rodaban por sus mejillas hasta mojar sus cuadernos. La motivación a sacar los celulares para comenzar sin disimulo a filmarlo aumentaba en la misma proporción en la que disminuía a cada segundo que pasaba el respeto que se tenía por el docente. Tal Vez estaba enfermo, a lo mejor le había venido un brote psicótico. ¡Pero enfermo de qué!, ¡Cómo!, ¡Cuándo! ¡Por qué!. Había estado apenas en la mañana en la cafetería de la escuela tomando su habitual capuchino vainilla mientras charlaba animosamente, siempre rodeado del grupo numeroso de estudiantes que les encantaba compartir esa previa matutina con él antes de ingresar a clases. Había mencionado de hecho varias veces el tema del invitado esa mañana. Entonces ¡Por qué! No, definitivamente no estaba loco. ¡Qué estaba pasando! ¡Qué carajo estaba pasando!. No, no tenía derecho de hacer algo así. Eran estudiantes mayores de edad, es cierto, pero que apenas estaban saliendo al mundo. Muchos venidos de pésimas experiencias escolares con profesores mediocres que poco y nada incentivaban el deseo de convertirse en adultos algún día. Y cuando habían creído encontrar una luz en ese maestro que venía a redimir las malas experiencias de la educación media, incluso las malas experiencias con sus propios padres, cuando habían logrado reconciliarse gracias a Eulogio con esa generación que poco los entendía y nada querían ellos entenderla, les ocurre esto. ¡No tenía ningún derecho!, no se merecía más ni una migaja de respeto o consideración. ¡Viejo de mierda! ¡¡Viejo de mierda!!. No se merecía nada. ¡Nada!.  

 Súbitamente, un yogurt de frutilla que pareció ser arrojado desde algún puesto de la medianía de la sala, reventó justo a la altura del bolsillo derecho de la chaqueta café oscuro del docente. 

-Ño ño ño. No se le lanzan yogures al invitado del profesor Eulogio, ño, ño, ño. Los yogures se tienen que comer a la hora de almuerzo. Ñaz, ñaz, ñaz-. 

-Una mezcla de rabia y risa empezó a apoderarse de varios. De repente, como habiéndose terminado de rasgar por completo y de forma irreversible el tejido de la normalidad y el sentido común,  el docente comenzó a ser impactado con todo tipo de alimentos que los jóvenes traían en sus mochilas para la hora de almuerzo. Un plátano semi negro le reventó certeramente en la cabeza embarrándose en su canosa cabellera. Una ensalada césar le empapó la cara de pollo, lechuga y salsa tártara, dejándole a medio caer el antifaz de nariz, anteojos y bigote . Fue rociado  por zendo chorro de Coca Cola Zero de una botella de medio litro que un estudiante batió y abrió a pocos metros de él apuntándole en el torso.  Volaron hacia adelante tallarines, ensaladas, brownies, botellas de agua, vasos plásticos de café de máquina, que cuando no impactaron al malogrado docente llegaban al pendón sobre la pizarra, rodeando la parte delantera de la sala de un lamentable espectáculo. 

-Ño, ño ño, ño tire comida al invitado del profesor Eulogio, malo, malo, malo, ñaz, ñaz, ñaz,- Decía con patética voz caricaturesca y gangoza el esperpento humano manchado de pies a cabeza de lácteos, verduras, frutas, fiambres, legumbres, gaseosas, pescado, arroz, una persona de la calle se podía ver más digna en ese momento. 

- Rica comida, rica, rica, pero hay que comerla, ño lanzarla al invitado del profesor Eulogio, ño, ño, ño. 

En un momento voló un notebook que le impactó justo arriba del ojo cortándole la ceja en el acto. Un chorro de sangre empezó a bajarle desde la frente, algunas estudiantes gritaron de espanto, otros de excitación y en seguida un i phone 7 le golpea seco en la cabeza, una tablet le deja el otro ojo en tinta, y una mochila que le llega en la oreja lo desestabiliza. Se tambaleaba como mejor podía para mantenerse en pie. 

-Ño, ño, ño, no tire cosas, duele, duele, joven malo, malo, malo. Ño se hace eso al invitado del profesor Eulogio, ñaz, ñaz, ñaz. 

La mayoría ya no podían más de una cruel e incontrolable risa. Algunas estudiantes no podían parar de llorar a mares. Otros seguían filmando atentamente con sus móviles. Dos jóvenes sentados al fondo se miraron durante un momento con siniestra complicidad, mostrándose entre ambos cosas que andaban trayendo en sus mochilas y bolsillos, las que no se alcanzaban a ver desde adelante, mientras se leían con la mirada sus oscuras intenciones. Uno de ellos se acerca adelante de la sala con un desodorante Axe en spray y comienza a rociar copiosamente los pantalones del pobre hombre por la parte de los tobillos. 

-Ño, ño, ño. Ño le ponga desodorante al invitado del profesor Eulogio, el invitado del profesor Eulogio ya se baño en la mañana, ñaz, ñaz, ñaz. 

En seguida dio una mirada hacia el fondo de la sala a su compañero asintiendo. Este caminó hacía adelante con los ojos inyectados de perversidad y con una sonrisa de incontenible excitación que aumentaba a medida que estaba más cerca del penoso anciano. Al llegar justo en frente de él, se agachó, sacó un encendedor Zippo y lo encendió a la altura de los tobillos rociados de desodorante. El contacto del fuego con el alcohol hizo que el hombre prendiera enseguida. Lo que hacía menos de media hora era el docente más respetado de la escuela y de la universidad, ahora era carne que se carbonizaba consumiéndose irremediablemente. Varias estudiantes comenzaron a llorar y a gritar horrorizadas. 

-Ño, ño, ño, que calorcito, que calorcito siente el invitado del profesor Eulogio, hace mucho mucho calorcito. Ñaz, ñaz, ñaz. 

La absurda e hilarante manera de expresarse acerca de su terrorífica inmolación, generó en las estudiantes que lloraban un súbito estallido de risa. Pasaron de las lágrimas a unas  carcajadas cada vez más fuertes, incontenibles, caían al suelo de la risa, empezaban a toser del espasmo de risas, tosían y seguían riendo, contagiaron a todos de su risa, era todo el curso una sola estridente carcajada que no podía parar, mientras el profesor Eulogio iba desapareciendo de a poco entre su dermis que se encogía y se asaba en la parte delantera del aula.