NOTA: La ficha Clap (Control de Salud
Integral Adolescente, no coincide una mierda con la sigla “clap” pero en fin)
es un instrumento mediante el cual se monitorea la salud integral del
adolescente por parte de la red de salud pública, muy parecido al
control del niño sano que se le hace en consultorios a los infantes, pero en
versión juvenil. Se lleva a cabo en el marco de una política pública del Estado
de Chile cuyo objetivo es incentivar la participación y consulta de jóvenes en
los servicios sociales y de salud municipales, de modo de ayudarlos a salir
adelante en sus vidas. No se aplica en las comunas más pudientes, no porque en
ellas no hayan adolescentes, o porque los adolescentes de esas comunas no
necesiten crecer en un entorno integrlmente saludable, sino porque la mayoría
de los adolescentes de esas comunas reciben prestaciones en el sistema privado.
De ahí la necesidad del Estado de tener a los adolescentes menos pudientes bajo
control…de salud me refiero, por supuesto.
Miguel el psicólogo, llegó con
algo de retraso esa fría mañana de Junio al gimnasio municipal con el objetivo
de entrevistar adolescentes para la ficha clap. Se estaba terminando de montar
la feria universitaria a la que recurrirían los jóvenes de cuarto medio
provenientes de los distintos colegios municipales de la comuna. Universidades
privadas, institutos y centros de formación técnico-profesional se encontraban
instalados desde las ocho am con sus stands, folletos y pendones sobre la
carpeta de la cancha del hemiciclo deportivo, preparados para ofertar distintas y
atractivas alternativas de futuro a los adolescentes que asistieran.
Miguel divisó el stand de la
gente del consultorio y se dirigió hacia allá, estaban las matronas y enfermeras
instaladas con el estetoscopio, las pesas y el esfingomanómetro listos para realizar
su parte de la ficha. Miguel debía aplicar la segunda parte que monitoreaba la
salud mental después del examen físico que comenzaban haciendo las
profesionales. Se debían llevar a cabo como meta anual de la comuna, un mínimo
de mil fichas clap a adolescentes. Instancias como esas ferias universitarias
eran especialmente provechosas para tomarlas por la cantidad de estudiantes de entre diecisiete y veinte años que asistían. Era importante cumplir la meta pues implicaba que el servicio
metropolitano de salud aumentara los fondos para el programa al año siguiente y
esto era fundamental para poder hacer más fichas y así aumentar la cobertura,
de modo que se aumentaran los fondos para lograr aún más cobertura.
De a poco iban llegando los buses
con los estudiantes provenientes desde los distintos colegios. Motivados por
sus profesores, bajaban de las máquinas adolescentes ojerosos semi sonámbulos,
la mayoría tratando de combatir el sueño matutino con el trap de sus teléfonos
móviles que les llegaba directo a los oídos a través de groseros audífonos que
hacían también las veces de cobertores
del frío para las orejas en esa mañana invernal. Desde la parte de abajo de los
vehículos, los profesores monitoreaban la bajada de los estudiantes; pegaban
un cachamal simpaticón, les tiraban una talla a uno que otro para que se
despabilaran y les ordenaban sacarse los audífonos. Los jóvenes obedecían y se
bajaban los audífonos al cuello, volvían a subirlos a sus orejas un par de metros
antes de entrar al gimnasio y se los
volvían a sacar al percatarse de que el reggaetón de fondo que el servicio de
educación municipal había dispuesto como música ambiental de la actividad
ganaba la competencia a cualquier sonido de emisión auricular.
Comenzaban a
entrar masivamente; varones la mayoría ostentando un corte "sopaipilla" con pantalón escolar plomo, zapatillas y polerón de capucha no
correspondiente al uniforme vestidos a medio camino entre escolar y universitario.
Mujeres con jumper negro y cintillos, pelos y mochilas de todos colores, algunas con largas melenas que cubrían rapados laterales de la nuca, varias con ojos, mejillas y labios maquillados. Bajo el jumper pantimedias un
poco menos coloridas que oscilaban entre el negro y el azul marino y unas
cuantas de colores chillones. Las había también aquellas que inmolándose de
frío, no quisieron perder la oportunidad de verse veraniegas y enseñar las
piernas como si de Diciembre se tratara. Unas pocas en vez del jumper
prefirieron el buzo escolar que combinaban con camperas deportivas femeninas de
marca o imitación. Comenzaron a rodear los puestos, preguntaban por las
carreras, por los aranceles, por las becas, por la gratuidad, por los extraños
nombres de los ramos de algunas mallas curriculares.
Después de efectuar el examen
físico controlando peso, talla, vista y otros, las profesionales enviaron a Miguel a su primer
adolescente a encuestar de la mañana para que le efectuara la segunda parte de
la ficha clap. Para mayor privacidad, se fue a sentar a las tribunas del
gimnasio con el muchacho, lo prefirió al biombo de tela de género que le
destinaron como box improvisado para generar un contexto mas íntimo en el que
se había dispuesto que el psicólogo realizara su parte del cuestionario.
Sentado en la butaca lateral
izquierda del recinto deportivo, Miguel sacó de su mochila los papeles, el
lápiz bic y una planilla de apoyo para tomar la ficha al muchacho de nombre
Edgar. Edgar tenía dieciocho años y mucha claridad de querer estudiar odontología.
Explorando exhaustivamente por internet, el adolescente determinó tres opciones
de universidades privadas si acaso no quedaba en la Universidad de Chile. Dos
de esas tres universidades privadas estaban presentes ese día con puestos en la
feria. Por eso, Edgar en cuanto entró al gimnasio se dirigió al stand de una de
ellas apenas lo divisó, pero en su trayecto fue interceptado por una de las
enfermeras del consultorio que le manifestó la necesidad de que cediera unos
minutos de su tiempo para realizarse la ficha clap, la petición fue alentada
por su profesora jefe que los acompañaba que le dijo a Edgar lo importante que
era para su bienestar acceder a realizarse el control, que no todos los días se
tenía a gente del consultorio a su servicio.
Al ritmo de “Callaita” de Bud
Bunny que retumbaba fuerte en las paredes del gimnasio, Miguel comenzó
aplicándole la ficha a Edgar rellenando la primera parte de antecedentes
personales; alergias, vacuna, discapacidad entre otros. El muchacho respondía
rápido mirando cada tanto el relój pues quedaban veinte minutos antes de que su
curso tuviera que subirse al bus que los llevaría de vuelta al colegio.
Con “No me conoce” de Jhay Cortez
de fondo, Miguel efectuó las preguntas de antecedentes familiares;
enfermedades, problemas de salud mental en la familia, obesidad, antecedentes
penales. De rara que es la vida, Edgar que media hora antes entró al gimnasio
pensando en que le hablarían de su futuro como estudiante de odontología,
terminó hablando de su pasado, de la privación de libertad de su madre desde
hacía cuatro años, de la esquizofrenia de su tía, de la obesidad de su padre.
Lo que menos quería era pensar en el modo en el que sus limitaciones académicas le podían jugar en contra en el exigente contexto de la educación superior. Pero los fantasmas se asomaron cuando Miguel llegó al ítem educación de la ficha clap donde consignó las dos repitencias de curso de Edgar, el año de deserción escolar que sufrió en cuarto básico y que su rendimiento académico en relación a sus compañeros no era la opción A, mejor ni la B, igual sino la C, peor. Edgar pudo traer a colación además los episodios sufridos de violencia escolar que tanto daño le habían hecho en octavo básico cuando se le preguntó por el tema. En todo caso, al ritmo del sonido de “Con Calma” de Daddy Yankee que comenzaba a colarse en el recinto, mencionar aquellos sucesos nunca se hacía tan terrible.
Lo que menos quería era pensar en el modo en el que sus limitaciones académicas le podían jugar en contra en el exigente contexto de la educación superior. Pero los fantasmas se asomaron cuando Miguel llegó al ítem educación de la ficha clap donde consignó las dos repitencias de curso de Edgar, el año de deserción escolar que sufrió en cuarto básico y que su rendimiento académico en relación a sus compañeros no era la opción A, mejor ni la B, igual sino la C, peor. Edgar pudo traer a colación además los episodios sufridos de violencia escolar que tanto daño le habían hecho en octavo básico cuando se le preguntó por el tema. En todo caso, al ritmo del sonido de “Con Calma” de Daddy Yankee que comenzaba a colarse en el recinto, mencionar aquellos sucesos nunca se hacía tan terrible.
Llegaron a la sección trabajo de
la ficha. Hasta ese momento, el muchacho se sentía orgulloso de trabajar en Mc
Donnalds los fines de semana y generar un poco de ingresos para sus gastos y
para pagarse el preu. Gracias a la ficha, pudo preguntarse si estaba sometido a
las peores formas de explotación laboral infantil, o si su trabajo era
peligroso e ilegal. Era bueno preguntarse esas cosas de vez en cuando. Repasó
en el ítem de vida social su falta de pareja, la cantidad de amigos que tenía y
a propósito de heridas de escuela, pudo traer a colación nuevamente el
ciberbulling que había sufrido hacía un par de meses.
Al fin llegaron al último ítem el
cual Edgar contestó con algo de desazón mientras advertía mirando a los stands,
que una de las Universidades que estaba entre sus opciones, comenzaba a
desmontar su puesto para retirarse. Miguel le preguntó por su imagen corporal y
si tenía una vida con proyectos. Mientras lo hacía, alentaba al adolescente a
ir forjando su futuro y le daba ánimos para generar metas en la vida. Miguel
finalizó preguntándole a Edgar si había pensado alguna vez en suicidarse.
Terminada la entrevista Edgar se
fue corriendo al stand de la Universidad que aún no se desarmaba, pero fue
detenido por su profesora jefe que le ordenó irse derechito al bus del colegio
que había llegado ya a recogerlos. Con tristeza Edgar dio la vuelta y se
dirigió a la entrada del gimnasio, pero cuando caminaba la docente le habló de
nuevo:
-¡Edgar! ¡Creo que le faltó hacer
algo importante!
- El muchacho giró esperanzado de
que la profesora, que sabía de su opción vocacional, le daría unos segundos
para poder hablar con las personas del stand de la universidad y pedirles un
folleto.
- ¡Vaya a darle las gracias a la
gente del consultorio pues hombre! ¡No todos los días a uno le hacen un examen
integral de salud!
El joven con la cabeza gacha fue
a darle las gracias a las enfermeras que concentradas en el recuento de fichas
realizadas ese día, le respondieron con una cordialidad desentendida.
Antes de subir al bus divisó a
Jordan y a Luis, dos compañeros de curso que no habían entrado a la feria y se
encontraban en unos matorrales cercanos al vehículo terminando de fumar un
caño. Se acercó a ellos y los jóvenes le dieron la última piteada que Edgar
aspiró con ayuda de un matacolas. El efecto de la cannabis lo ayudó a calmar la
frustración de no haber cumplido con su cometido en la feria, también lo puso
triste y se quedó pegado pensando en su madre, hacía tiempo que no la iba a ver
a la cárcel de San Joaquín.
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