“El poder se expande de manera
capilar”. M. Foucault.
Joaquín estaba siempre a punto de
orinarse en clases durante los meses de invierno. A veces incluso algo de orina
se colaba en el pantalón plomo del uniforme sin que lo pudiera evitar. No era
que no fuera al baño en los recreos porque iba y dos veces, pero el frío en
esas salas de baldosa de la precordillera hacían que la orina volviera en cosa
de minutos como si la vejiga quisiera estar a tono con esas nubes negras
semicondensadas a punto de no aguantar más y mojarlo todo bajo ellas. Era inútil, la profesora jamás lo dejaba
ir. Estaba bien que actuara así, era lo que se esperaba de ella como formadora;
forjar hombres íntegros, auténticos líderes que controlaran sus impulsos y
pasiones, era el proyecto de ser humano que buscaba el colegio.
Así que un día, a sus ocho años, Joaquín
atendió a sus circunstancias, aprendió a ponerse rígido y logró aguantar sin
titubear hasta el recreo. Fue el descubrimiento de una fórmula maravillosa;
posición erguida, columna recta, pelvis contraída, manos apretadas y se podía
durar varias horas con la orina retenida.
Terminados los estudios escolares
fue a la mejor universidad, para ser el mejor abogado e ingresar al mejor
estudio. No era fácil soportar la presión que eso implicaba y muchas veces
hubiera querido dejar el derecho y dedicarse a la ciencia política, la carrera
que siempre quiso estudiar. Pero cuando esos sentimientos venían y amenazaban
desbordarlo, recurría a su exitosa fórmula; posición erguida, columna recta,
pelvis contraída, manos apretadas y se podían pasar varias horas de estudio y
memorización de códigos jurídicos.
Se tituló con honores y entró a
trabajar un prestigioso estudio de abogados, la carga laboral era muchísima y
también las expectativas de sus jefes, los socios dueños del estudio. Todo era
para ayer y los clientes por estar dispuestos a pagarle al estudio las horas
que fueran necesarias, eran clientes a las horas que quisieran serlo. No
existía el después del trabajo y muchas veces tampoco los fines de semana. En
esos momentos Joaquín volvía a pensar en la vida que hubiera tenido de haber
sido cientista político; analista de algún medio, eminente escritor o académico,
consultor de algún organismo internacional quizás. Pero se sacaba de la cabeza esos
angustiosos pensamientos ocupando su fórmula ya probada; posición erguida,
columna recta, pelvis contraída, manos apretadas y se podían pasar diez horas
de corrido arreglando contratos, tramitando posiciones efectivas, revisando escritos, hablando con clientes y resolviendo todo tipo de litigios.
Con el tiempo llegó a convertirse
en socio del estudio porque después de acostumbrarse a soportar tantas horas
sentado, su trabajo resultaba ser sumamente productivo. Era un jefe trabajólico
y muy exigente con sus empleados. Todo era exigencia. Marta, su secretaria,
aprendió a trabajar horas extras, a tener todo perfecto, a acostumbrarse a ese
ritmo de trabajo. Para eso, en los momentos de flaqueza, cuando estaba a punto
de llorar, ella encontró una excelente fórmula; aprendió a ponerse rígida: posición erguida, columna recta, pelvis
contraída, manos apretadas y se podía durar varias horas haciendo los informes
de su jefe y aguantando sus ataques de rabia.
Marta llegaba a su casa tan
cansada después de hora y media entre metro y micro, que pocas energías le
quedaban para poder atender las necesidades de Carlos, su hijo pequeño de
cuatro años. Muchas veces perdía la paciencia con el niño de lo estresada que
estaba. A Carlitos le costó entender que su madre no era capaz de satisfacer
sus necesidades de niño. Una noche Carlitos se orinó en la cama y a la mañana
siguiente cuando Marta se dio cuenta al entrar a su pieza a despertarlo colapsó
del estrés, le gritó y lo golpió, porque para colmo entre cambiarle las sábanas
y dejar el colchón de la cama ventilándose se le hizo tarde para llegar al
trabajo. Para el pobre Carlitos fue un hecho traumático pues nunca había sido
golpeado por su madre.
Así que desde ese entonces, cada
vez que Carlitos tenía ganas de orinar en las noches encontró una fórmula
genial, se ponía rígido; posición erguida, columna recta, pelvis contraída,
manos apretadas y se podía durar varias horas con la orina retenida.
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